Esta agrupación en Valencia a mediados de los años 60, auspiciado por el historiador del arte Tomás Llorens
Muchas de las fundaciones artísticas más interesantes de Barcelona se hallan en calles medio recónditas y distantes en el mapa, casi como si fueran secretos. Ocurre en Poblenou con el Espai Subirachs y en Les Corts con la Fundación Suñol, en cuya sede del carrer Mejía Lequerica puede verse hasta el 13 de julio del presente año la exposición Equipo Crónica: la Historia del Arte como ptetexto, comisariada por Michèle Dalmace, experta en arte español y catedrática en la Universidad de Burdeos.
El Equipo Crónica, nacido en la Valencia de mediados de los años sesenta y auspiciado por el historiador del arte Tomás Llorens, fue uno de las expresiones más reconocibles de nuestro arte en el período comprendido entre la agonía del Franquismo y los inicios de la Transición.
El Equipo Crónica, cuya actividad duró de 1965 a 1981, fue un terceto durante un brevísimo periodo. Juan Antonio Toledo dejó en pareja a Manuel Valdés y Rafael Solbes, quienes en muchos de sus manifiestos se desmarcaban de cierto informalismo imperante para reivindicar un realismo acorde a la época, expresando sin medias tintas su afinidad con el legado de Gustave Courbet, padre del Realismo decimonónico e implicado en La Comuna de París durante la primavera de 1871.
A esta declaración de intenciones se añadió una hiperactividad creativa a partir de la exigencia del dueto, capaz de producir una obra por semana. Esta constancia bien pudo crear esa paulatina asunción de un lenguaje donde el presente se pinta desde un Pop muy característico en perpetuo diálogo con la tradición artística.
Un espectador inquietante
En 1972 el Equipo Crónica simbolizó su certera voluntad de impacto en los Encuentros de Pamplona, cuando colocaron a 100 de sus Espectador de espectadores entre el público del Frontón Labril. Esta figura de papel maché tiene todos los rasgos de cualquier miembro de la policía secreta de la Dictadura, o así se ha eternizado el cliché durante decenios.
En la Fundación Suñol basta con uno de estos espectadores para turbarnos. Está sentado y observa, inquietante con sus gafas, a un Felipe II, inaccesible por la barrera acordonada. Es un cuadro y es el poder avisándonos de los límites con nosotros, el vulgo.
El Equipo Crónica siempre sostuvo una mirada muy irónica en su alud de críticas pictóricas. Al entrar a la exposición tenemos un resumen de la misma al recibirnos La rendición de Torrejón y el Pim Pam Pop, ambas de 1970/71. La primera adapta la velazqueña Rendición de Breda para exhibir la claudicación española ante Estados Unidos, mientras la segunda, asimismo inspirada en el norteamericano Roy Lichtenstein, presenta un motivo entonces rupturista y ahora clásico: el de las fuerzas del orden en actitud amenazante mientras avanzan en mundo de luz y de color.
Las obras de la muestra, provenientes de colecciones privadas y museos públicos tanto de España como del extranjero, quieren desarrollar un eje desde La rendición de Torrejón y Ha votado, donde Franco está como encerrado en sí mismo, hasta el punto de pasar desapercibido en el conjunto, casi como si no existiera.
Ello sin duda puede deberse a cómo el montaje, más en un espacio tan calmado y algo exclusivo por desconocimiento ajeno, está lleno de sugerencias y cumple a rajatabla con su título de La Historia del Arte como pretexto. El espectador avezado podrá deleitarse en ese juego de dar con iconos de la pintura contemporánea insertados en las propuestas del Equipo Crónica, de Salvador Dalí a René Magritte, de Kasimir Malevich a Pablo Picasso, en cuyo Guernica asoma con rebeldía de mil adjetivos el Guerrero del Antifaz.
Este mito del cómic patrio, no casualmente nacido en Valencia, es el centro compositivo de El intruso, obra de 1969 que en la exposición barcelonesa desarrolla muchos papeles, pues además de custodiar el ingreso a la Serie Negra tiene el don de ser el cabecilla de las referencias más Pop y constituirse, casi de manera involuntaria, en otro ángulo de la mirada en competencia con el Espectador de espectadores, impertérrito en su asiento, dueño de las llaves de uno de los significados de hablar de Valdés y Solbes en 2024.
El espectador de espectadores tiene algo de caricatura. Podemos trasladarlo a una novela de Pepe Carvalho y encajaría. Su canon estético ha pasado a tener valor de época, mientras en 1972 ubicarlo con otros gemelos en un lugar al aire libre era un desafío.
Su don corrosivo, en consecuencia con las ideas de la pareja responsable, terminó por trascender y de revolucionario se asentó por su presencia en colecciones públicas como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía o el valenciano IVAM. En la era previa a Internet los cuadros del Equipo Crónica mutaron de función. De su triunfo en la protesta se integraron al discurso hegemónico al ser perfectos para retratar las transformaciones de España durante todas esas convulsiones en las que ellos plasmaban un dualismo muy profundo entre el anclarse de un régimen y el impulso moderno de la ciudadanía.
Iras que se tornan pedagógicas
Así pues, ese policía de la Secreta ahora es un monigote que no incita a la risa desde el pavor de su recuerdo, pero desde luego ya es Historia, como lo son todas las obras expuestas en la Fundación Suñol, a leer desde un doble sentido que enlaza con el inevitable paso del tiempo. Los Crónica sí, van de la mano con Gustave Courbet. Su Entierro en Ornans fue un puñetazo contra todo lo establecido por pintar en un tamaño propio de la épica un episodio de la más minúscula cotidianidad.
Hoy en día, ese lienzo nos sirve para explicar algo que se normativizó a posteriori, olvidándose así toda su carga de novedad al ingresar en los museos y por lo tanto en la oficialidad de la Historia del Arte. El mensaje de salida, comprometido con su presente para reelaborarlo desde los pinceles, fue desvaneciéndose.
¿Ocurre lo mismo con el Equipo Crónica? Sin duda. Nunca dejarán de ser un nicho para pocos entendidos; aun así, forman parte con pleno derecho del relato aceptado. El problema del mismo es darlo por hecho, mascándolo hasta anularlo. Las obras de Valdés y Solbes son identificables, al menos desde la repetición, por una gran mayoría, con toda probabilidad ignorante, salvo excepciones, de las circunstancias y el contexto que las produjo. Quizá dar con ellos de manera temporal en una periferia opulenta de la ciudad sea una buena metáfora de cómo transmitimos algunos legados imprescindibles de nuestra Historia reciente.
Imagen: «El intruso», Equipo Crónica, 1969. Foto: Jordi Corominas