Dijous, 31 d'octubre de 2024



Castellano  


Gil de Biedma y Marsé, juntos hasta el final
acec27/6/2021



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La Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (ACEC) se ha aliado con Bracket Cultura para organizar conjuntamente las jornadas de Literatura Transversal de este año, dedicadas a la estrecha relación personal y literaria entre Juan Marsé y Jaime Gil de Biedma. Estas se celebraron en las luminosas instalaciones del Hotel
Le Méridien Ra de El Vendrell y contaron con el apoyo presupuestario de la Dirección General del Libro del ministerio de Cultura. 


A lo largo de dos intensos días de encuentros y debates, se fueron desgranando conversaciones, reflexiones y secretos sobre Marsé y Gil de Biedma, dos escritores que venían de clases sociales diferentes y que tenían planteamientos vitales aparentemente distintos, pero que armaron una amistad que solo pudo quebrar la muerte.
Inés García Albi, la sobrina de Jaime Gil de Biedma, en conversación con el el editor y crítico literario Andreu Jaume, y bajo moderación del poeta y presidente de la ACEC, David Castillo, lamentó que en Barcelona haya “poca cosa” de su tío. “Al fin han puesto una placa” explica con resignación, en esa lucha suya, tranquila pero tenaz, de mantener a flote Gil de Biedma y Marsé, juntos hasta el final la memoria de un poeta con el que se tiene la sensación de que se habla más de su vida privada que de lo extraordinario de su obra. García Albi nos transportó a la casa familiar de la Nava de la Asunción, en Segovia, donde Gil de Biedma encontraba un refugio
en esos veranos interminables de paseos por el huerto y baños en la alberca a los que se sumó en ocasiones Juan Marsé, hijo de clase media modesta que fue siempre acogido con afecto. Andreu Jaume señaló que “venían de mundos opuestos, pero al conocerse fue como un flechazo. Para Gil de Biedma, que siempre se había movido en un círculo burgués, conocer a Juan le abría una puerta a otro mundo”. En palabras del propio poeta: “Somos amigos de culturas distintas, pero ambas en vías de extinción, y por eso nos hemos entendido tan bien”.


Ni siquiera coincidían en su condición sexual (uno era homosexual y el otro heterosexual), aunque Jaume señala que “Gil de Biedma no fue un ‘poeta gay’, como
Cavafis o Cernuda, sino que escribía sin género. Su poesía apela a una experiencia universal”. Ambos podían ser personas un tanto introvertidas con la gente que no les agradaba. David Castillo apuntó que “de Marsé unos dicen que era encantador y otros que era un ogro” y se preguntó: “Era maravilloso solo con quien quería?”. 


García Albi, que lo conoció bien, respondió con una sonrisa: “¿Y no lo somos todos?”. Andreu Jaume trató a Marsé hasta sus últimos días. “Conservaba una lucidez y una memoria extraordinaria en sus últimos meses. El cuerpo se apagaba, pero la cabeza la tenía intacta y conservaba toda la pasión”.


Jaume estuvo en estrecho contacto con él por ser el editor de su último libro, tras una peripecia digna de El Club Dumas. Marsé escribió a principios de los años
1960, por encargo de la editorial antifranquista Ruedo Ibérico, una crónica sobre la verdadera España que debía titularse Viaje al Sur como contraposición a la propaganda oficial del Régimen. Marsé les hizo llegar el original a París, pero diversos avatares de Ruedo Ibérico hicieron que no se llegara a publicar y el manuscrito se traspapeló. Décadas después, los ingentes archivos de la editorial en el exilio fueron depositados en el Instituto Internacional de Historia Social en Ámsterdam. Varios expertos, incluso la súper-agente de Marsé, Carmen Balcells, se trasladaron a la ciudad holandesa para tratar de encontrar el libro perdido, pero no hallaron nada. Andreu Jaume también fue hasta sus archivos y estuvo rebuscando varios días, pero tampoco encontró nada más que algunas fotos del viaje. Finalmente, al contarle a Marsé por teléfono el resultado del viaje, al escritor le vino un chispazo a la cabeza: tal vez entregó el manuscrito con otro título.


Y, al indagar en títulos similares, Jaume encontró uno firmado por un singular autor: Manolo Reyes. El nombre del Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa, y
supo que era el libro perdido de Marsé. En la sala con grandes ventanales a la terraza del hotel a ras de playa donde se celebraba el congreso, uno de
los que más saben sobre Gil de Biedma, su biógrafo, el escritor y aventurero cultural Miguel Dalmau, nos contó que bajo ese techo que ahora nos cobijaba un
día hubo un hospital infantil. Dalmau recordó de pequeño haber paseado por el hospital en ruinas, convertido en palabras del editor Carlos Barral en “un
jodedero”, dado que en su abandono era usado como improvisado refugio para parejas fogosas. Dalmau recordó el triste final del sanatorio dirigido por religiosos, cuando los hermanos que estaban a su cargo fueron asesinados por milicianos antifranquistas en los prolegómenos de la Guerra Civil.


Dalmau señaló que esa zona del litoral de Tarragona,territorio Barral, fue también territorio Marsé, que tenía una casa en L’Arboç adonde iba con frecuencia
Gil de Biedma. Explicó que para Gil de Biedma estas playas fueron “lugares donde celebrar la ceremonia de la amistad y espacios sensuales de libertad”. Dalmau recordó los muchos aciertos de Barral, precursor del boom de la literatura latinoamericana, pero también algún sonadísimo “gatillazo”, como su rechazo a Cien años de soledad porque eso de las santas y las gallinas voladoras le parecía que no iba a ninguna parte. Cree que “Gil de Biedma y Marsé envejecieron muy prematuramente”.


Gil de Biedma enfermó a finales de los años 80, sin haber cumplido los sesenta años, y pasó su último verano en la casa de l’Arboç de los Marsé,
cuidado por el escritor y por su esposa Joaquina. Dalmau regaló a la audiencia el visionado de una entrevista grabada a Gil de Biedma que es un material
único, realizada por Miguel Munárriz y una joven Carme Riera. El poeta y los entrevistadores aparecen fumando en esos años 80 y, en vez del botellín de agua, circula a buen ritmo una botella de whisky Glenfiddich.  Con voz nasal de noctámbulo que traicionaba su impecable aspecto de persona bien de Barcelona, explicó que “yo fui un poeta que maduró muy tarde”.


Estaba en una época de cierta decepción de las cosas: “Todo lo que esperaba de la poesía resultó ser un engaño. Perdí la fe en la poesía como actividad que le ayuda a uno a construirse y a ser”. Tras una calada al cigarro y un trago leve al whisky añadió que “para ser poeta es necesaria una sensualidad verbal y la carencia de eso es notable en los poetas viejos, un dejarse llevar por las palabras. Las palabras te tienen que fascinar”.


El crítico Ignacio Echevarría y la profesora Ana Rodríguez Fisher esbozaron su retrato de los dos autores con admiración y afecto. Echevarría habló de
la relación de Marsé con el mundo socio-literario: “A Marsé le importaba escribir. Estaba en el centro del sistema literario, pero no le interesaba, le importaba un pepino”. Contó la estupefacción de Marsé al ver los engranajes del premio Planeta, del que fue jurado: “Era una persona íntegra que decía siempre lo que pensaba”. Rodríguez Fisher recordó la cercanía con que te contaba su día a día, y puso de manifiesto “la importancia de Marsé no solo para escritores de su generación, como Vázquez-Montalbán o Caballero Bonald, sino para los que vinieron después, como Vila-Matas o Chirbes o Casavella.” 
Echevarría explicó que Marsé era un erudito del cine y eso fue muy importante para su narrativa: “Las novelas de caballerías de Marsé son las películas que vio a largo de toda su vida”. El debate acabó con puntualidad suiza gracias al moderador, Álvaro Colomer, que, seguramente en homenaje al mencionado Vázquez-Montalbán, declaró sagrada la hora de la comida para levantar la sesión.


La hija de Juan Marsé, la escritora Berta Marsé, también quiso intervenir y conversó con Olga Merino. Berta Marsé, tímida y de frases cortas, explicó
que no quiso hacer bolos con su padre, aunque se lo pedían a menudo: “Sería como si fuera la Pantoja con la hija, me daba vergüenza. En cambio, ahora
sí me agrada hablar de él allá donde voy”. Olga Merino señaló que su padre la apoyó en su carrera de escritora y estaba muy orgulloso de ella, pero, en
la línea Marsé de sencillez a rajatabla, Berta le quitó importancia: “Me habría apoyado igualmente si me hubiera dedicado a otra cosa”. Y aseguró que “no
me dio nunca consejos”. 


Respecto a los diarios que publicó antes de morir, donde su padre aprovechó para repartir leña a diestra y siniestra, se encoge de hombros con resignación: “A veces me encuentro con los damnificados y no sé qué cara poner”. Pero en el fondo de la pose comedida y prudente de Berta Marsé, condenada a ser hija para siempre, uno intuye oculta la irreductible ironía marca de la casa.


Los periodistas culturales Andreu Gomila y Jordi Corominas desgranaron los itinerarios poéticos y personales de los dos escritores, conducidos por la mano
de José Luis Espina. El propio Espina, fundador de estas jornadas, se subió al escenario para ofrecer un emotivo recital de poesía convertida en canción, con el teclado de Albert Recasens, la guitarra virtuosa de Javi Martínez y él mismo poniendo su voz apasionada a versiones de Rosalía de Castro, Machado,
Salvat-Papasseit o Maria Elena Walsh.


Cerró las jornadas la imponente voz y presencia de Josep Maria Pou recitando a Gil de Biedma y dejando que sus versos volasen a través de los ventanales
a una playa de Tarragona que atardecía un poco melancólica por esas metáforas que se lleva el viento.


Siempre nos quedarán sus palabras. Jornadas intensas como este Transversal 2021 nos ayudan a que no se terminen de ir del todo..


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SABINA FRIELDJUDSSËN


   
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