Dijous, 31 d'octubre de 2024



Castellano  


Javier Pérez Escohotado: El embarazo de Gallardo y el doctor Tomatis.
acec31/1/2023



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Gallardo, el presunto ViceMañueco de Castilla-León, se ha confesado ignorante en embarazos y, añado yo, en otras disciplinas de primero de bachillerato, por ejemplo, el tema de «La reproducción» en la asignatura de biología o natus. Es evidente que ignora qué sea eso de estar embarazado ni siquiera en su imaginación de colegio privado-concertado, prolongada a lo largo de su perfeccionamiento en las universidades donde acabaron de formarlo. Y para el caso de que el embarazo sea deseado, ignora cuál pueda ser ese célebre estado de buena esperanza. Ignora que una mujer no es un destino en lo universal, tierra quemada, patria conquistada, ni un terreno para plantar berenjenas. Ignora que un polvo no es un derecho de pernada ni un sí incondicional e indubitable ante el vistoso tamaño de un pene. Ignora que una mujer no es una virgen que espera la celeste decisión para que un emisario de los dioses, o el mismo dios, la fecunde y, al cabo de un tiempo, alumbre, por ejemplo, dos huevos, Cástor y Pólux, los mellizos hijos de Zeus, que se metamorfoseó en cisne para seducir a Leda. Ignora que él mismo es un empujón ancestral y espontáneo de la naturaleza que pugna ciega por reproducirse, o no. Ignora que su partenaire es otro empujón ancestral de la naturaleza, ciega por reproducirse, o no.


Ignora Gallardo que una imagen en movimiento y con sonido, o sea, en 4D, no es solo innecesárea, perdón, innecesaria, sino obscena y casi diría preconstitucional, porque, hilando fino, atentaría al derecho del non nato, que sabrá, cuando nazca, que ha sido contemplado en su plena desnudez flotando feliz en su líquido amniótico como un becerrillo cualquiera. En realidad, todas las versiones 2D, 3D, 4 y 5D están ideadas y se usan para controlar el desarrollo del embrión y las posibles malformaciones o enfermedades que pudiera tener, no para suscitar las emociones de los futuros padres o madres ante el parpadeo de su feto,1 ni mucho menos para dar por viable y hecho el nasciturus, o sea, lo que nacerá.


Pero, perdonadme, yo nací en la edad del cine de sesión doble, y veo y oigo y siento el corazón latir en una sencilla eco en blanco y negro clásicos; como veo,  en Casablanca, el cinismo implícito y corrupto del capitán Renault, que todo hace suponer que seguirá tolerando el juego en el Café de Rick y su táctica colaboración con los nazis después de empaquetar, en un renqueante avión, los rizos y la belleza sensual y deletérea, como diría Boyero, de Ingrid Bergman. Ese Café coalición, perdón, ese cínico y ambiguo «principio de gran amistad» que no se merece Castilla y León, debería ser clausurado porque sirve mal café; no porque, además, se cante As time goes by ni porque Víctor Laszlo pueda seguir reivindicando los clásicos lemas de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad, y todos parezcan, al final, buenos. Porque sirve mal café, Rick; mal café y juego sucio.


Por otro lado, hacer obligatoria una ecografía en 4D, que, hasta donde yo sé, solo añade movimiento en tiempo real, parece una ocurrencia de un niño mal educado al que los Reyes Magos le han echado una PlayStation 5, a pesar de que todavía no había superado, ni amortizado, la versión anterior. Porque, además, una ecografía en 4D de un bebé en la placenta de su madre es una escena que anticipa el futuro y eso coloca a quien se hace la prueba y a quien la hace en una posición de poder decidir sobre la vida. Por eso la legislación y los comités de ética y salud, incluida la OMS,2 han pensado y decidido que no se pueda abortar más allá de determinados límites de tiempo, 14 semanas o 98 días en nuestro caso.


Pero la reflexión es más importante y profunda que lo que un tal Gallardo haya dicho o pretendido imponer. ¿Quién es el propietario de la vida? ¿El Estado? ¿El individuo? Parece muy evidente que el propietario de la vida deba serlo el propio individuo cuando se trata de decidir sobre uno mismo. Por eso el suicidio, asistido, y el no asistido deberían estar no solo despenalizados, sino asumidos como un acto radical de libertad individual. Precipitarse por un puente, sumergirse en el Ouse con los bolsillos llenos de piedras como Virginia Woolf,3 o lanzarse al abrazo de un tren que pasa, no pueden provocar ningún reproche social ni moral. Es un derecho individual y la forma depende de la necesidad y  de los recursos de que alguien disponga, a no ser que ese alguien se llame Mishima y se aligere con su particular harakiri. Otra cosa es el suicida kamikaze, que se inmola a sí mismo causando la muerte de otros. Y de ninguna manera puede ser considerado un delito, porque la vida es un don no elegido que le regalan a cualquiera antes incluso de ser un rudimentario cigoto. Pero después, si decide persistir en la vida, cada uno debe pagarse hasta la primera cartilla. Por eso el Estado no es el propietario de las vidas, aunque sí tiene la obligación de protegerla de quienes intenten eliminarla a la fuerza, y para eso le pagamos.


Otra cosa es el germen que una mujer embarazada lleva en su matriz. ¿De quién es la propiedad de ese nasciturus? ¿Del padre fecundante? ¿De la madre fecundada? ¿Tal vez del Estado? Sin entrar en disquisiciones jurídicas ni filosóficas, el sentido común me dice que el propietario de la propia vida de una mujer que va a ser madre y de su feto es la propia mujer. Yo, al menos, no tengo ninguna duda, aunque tal vez sería preferible hablar no tanto de propiedad como de responsabilidad global; pero la conclusión es que, en todo caso, la mujer embarazada debe ser la que decida qué hacer consigo misma y con su embarazo.4 Eso no quita para que pueda tener suficiente información, apoyo y medios para llevarlo a cabo de forma segura y desde luego, previamente, poder recurrir a todos los medios para evitar un embarazo no deseado.



Medicina de proximidad y asistencia primaria

Pero este debate sobre la ecografía obligatoria en 4D, en realidad, desvía otra grave cuestión candente: la sociedad necesita que nuestros médicos puedan atendernos más allá de los quince minutos y, cuando nos atiendan, puedan dejar de mirar al ordenador para introducir datos y mirarnos a los ojos, rozando apenas las manos de los artríticos, manipular nuestra indeterminada lumbalgia y tomarnos allí mismo el pulso a mano; y abrirnos la boca con una palmeta de madera mientras decimos «aaaahhhhhh», para vernos bien las amígdalas con aquella misma lucecita que antes se sujetaban en la frente, como un minero de las gargantas, como un cíclope laborioso; y finalmente, tengan dos minutos más para que no salgamos de la consulta sin hacernos allí mismo una eco en 3, 4 o 5D para un esperado diagnóstico: es benigno, no es nada grave, usted tiene una edad y usted está embarazada, le mando al especialista. Es de primaria elemental, de asistencia primaria. Estos mismos médicos, si son funcionarios públicos, podrán y deberán informar a las mujeres, adolescentes o no, que necesiten información sobre los métodos anticonceptivos, primero, y los medios, y riesgos, para la interrupción del embarazo. Medicina de familia se llama a eso, la misma que está en la calle, en todas las calles ahora mismo reclamando que no se malvenda.


Habría que añadir, aunque moleste, que algunas familias entre las más acomodadas pueden aguantar mejor la deficiencia y la discapacidad de alguno de sus vástagos, del mismo modo que sobrellevan mejor la familia numerosa; por eso tal vez pueden permitirse desdeñar esas malignas y endiabladas pruebas en cuatro o cinco dimensiones. ¡Dios proveerá! Un niño en casa es siempre una bendición, aunque le pueda faltar un hervor, dicen, mientras llega el tiempo de matricular al retoño en alguna universidad. La educación se compra o se paga; a veces no hay que ir ni siquiera a clase: se compra directamente el título por internet y te llega a casa enmarcado con la firma de la autoridad académica incompetente. En cambio, la salud se paga o se paga, pero, claro, dicen, la voluntad del Señor y un poco más de fe en él siempre podría ahorrarnos muchas pruebas innecesarias, como dijo Pitita.


Las familias menos acomodadas o directamente pobres que piensan que por el hecho de venir al mundo tienen todo pagado son unos desagradecidos, dicen, ahora que, con dos gallardos, podrían conseguir una 4D para que vean cómo pestañean sus fetos y las cucamonas que hacen mientras nadan en su amniótico y envolvente caribe materno. Eso, unos desagradecidos. El Café Coalición de Castilla y León, con un ñoño y pedorro paternalismo, intenta obligar a las embarazadas a que se hagan una 4D porque ellas no saben lo que quieren ni lo que necesitan; y para colmo, parece que cínicamente, en el mejor estilo Renault, dijeran que están promoviendo la natalidad, idea que tal vez implica que un niño es, ya antes de nacer, fuerza de trabajo, un futuro productor esclavizado al que habrá que recetar un convincente y prolongado tratamiento de salario mínimo, tan mínimo que no le dé ni para pan.


El doctor Tomatis y la animación del feto

Pero, sobre todo, Gallardo no sabe algo más de embarazos porque no ha leído al doctor Alfred Tomatis (1920-2001) y, para más inri, con sus dimensiones en 4D, está distrayendo a la sociedad de otro tema fundamental y delicado: el aborto. Cuando hace algún tiempo escribía Sexo e inquisición en España, un libro que, visto lo visto, sería útil reeditar,5 analizaba los plazos que imponía la Iglesia para considerar un aborto, digamos, consentido o admisible. En 1679 el papa Inocencio XI condenó 69 proposiciones que la Inquisición inmediatamente asumió como perseguibles. La número 34 declaraba que era un error simplemente decir que «es lícito procurar el aborto antes de la animación de la criatura para que la mujer hallada preñada no sea muerta o infamada». Y la 35 decía: «Parece probable que todo feto no tiene alma racional mientras está en el vientre, y que entonces empieza a tenerla cuando nace; y consiguientemente se ha de decir que en ningún aborto se comete homicidio».


Estas frases coercitivas y perseguidas por la Inquisición, no obstante, permiten entrever que, en los foros académicos, había una discusión legítima sobre el momento de la «animación de la criatura», pues ese era el problema de fondo, el legal y el teológico. Algunos médicos que seguían la opinión de Aristóteles y Plinio sostenían que los varones se animan a los cuarenta días y las hembras a los ochenta o noventa. Muchos teólogos y legisladores de los siglos XVI y XVIII, al igual que el jesuita y moralista Tomás Sánchez (1550-1610), admitían que es lícito aconsejar el aborto siempre que el feto esté inanimado y en el caso de que la mujer pudiera matarse a casusa de la desesperación por el miedo a quedar infamada. Y en nuestro siglo XX, Bartolomé Clavero matizaba que «era dogmáticamente el alma la forma que da vida al hombre, que se le infunde un tiempo después de la concepción y que así por encima del cuerpo le hace individuo e inmortal».6 Por tanto, según ciertas teorías contrarias al aborto, lo que todavía se defiende y protege es el alma no el cuerpo del que va a nacer. Pero el alma, ¡ay!, no comparece ni en las ecografías en 5D.


Entre las teorías contemporáneas que han tenido cierta resonancia y aceptación en la comunidad científica, están las del doctor Alfred Tomatis (1920-2001). Este físico y otorrino ha demostrado que el embrión humano comienza a percibir los sonidos emitidos por la madre a partir del cuarto mes de gestación, o sea, entre los 90 y los 120 días. De este dato científico, algunos extraen la conclusión de que ese puede ser el momento en que, digamos, se anima el feto, comienza una interacción con el exterior y arranca el desarrollo del ser humano. A la gente con gallardía de apellido o de salón, le pasa a veces que no han leído lo suficiente o no entienden lo que leen, y ese síndrome es uno de los que se tratan precisamente con el Método Tomatis. Trump, por ejemplo, conoce ese déficit muy bien porque se lo detectaron y diagnosticaron a un compañero de pupitre allá en el barrio Queens de NY: analfabeto funcional. Gallardo, que no tiene función definida en su gobierno, es un simple y pornográficamente remunerado vice, pero ha encontrado tarea para rellenar el horario de oficina y salir en la tele: tocar las meninges al personal y rentabilizar las emotivas máquinas de 4D hasta que echen humo. Buenas noches, tristeza.


El Cuaderno digital


1 A la eco 5D incluso se la adjetiva de emocional, e incluso algunos ginecólogos también hablan de «chantaje emocional».

2 Entrar en https://abortion-policies.srhr.org.

3 V. Woolf: El diario de Virginia Woolf (1936-1941), vol. V (trad., ed. y pról. de Olivia de Miguel; epílogo de Anna Caballé), Madrid: Tres Hermanas, 2022. En este vol. V, se puede seguir el proceso que desencadena el suicidio de la escritora.

4 Excluyo de esta reflexión los vientres de alquiler, que me recuerdan directamente la casa del veterinario y la reproducción animal.

5 Javier Pérez Escohotado: «Aborto e infanticidio», en Sexo e Inquisición en España, Madrid: Temas de Hoy, 1992 y 1998.

6 Bartolomé Clavero: «Almas y cuerpos. Sujetos de derecho en la Edad Moderna», en Studi in memoria di Giovanni Tarello, vol. I, Studi Storici, Annali de la Facoltá di Giurisprudenza di Genova, Giuffrè ed., 1990, p. 163.



Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000), Papel japón (2002) y del experimento textual La vigilancia de los acantos (2017), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico. Ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002); ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999)  y ha editado Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010), sobre la vida trágica de don Santiago González Mateo. Recientemente ha prologado Los santos inocentes y El hereje, de Miguel Delibes. Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.


   
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