Dijous, 31 d'octubre de 2024



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Las ‘book women’ de los Apalaches
acec1/5/2023



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Pasaron de ser temidas a esperadas con impaciencia. De considerarlas locas a salvadoras. Jugándose la vida con cada cabalgada, mujeres y niños de los remotos pueblos de los Apalaches americanos escudriñaban día sí, día también el horizonte en busca de su silueta. Eran las amazonas de los libros, las bibliotecarias a caballo, o las book women , como poco a poco se fue conociendo a esas mujeres que pasaron a la historia de Estados Unidos por lograr hacer llegar la letra impresa hasta los lugares más remotos en plena Gran Depresión. Eran los años treinta del siglo pasado. En la actualidad, la pandemia también nos ha dado una gran lección de la importancia que han tenido los libros en tiempos de coronavirus. No han llegado a caballo, pero no han sido pocas las gestas que se realizaron para alcanzar su objetivo.


Hace casi un siglo de la aparición de este grupo de jóvenes mujeres de entre 18 y 25 años que, a lomos de sus caballos, se convirtieron en la ventana al mundo de muchos hogares estadounidenses. Las Pack Horse Librarians formaron parte de un programa creado por el gobierno de Estados Unidos bajo el paraguas del gran proyecto Works Progress Administration (WPA) con el que se pretendía paliar los estragos económicos y sociales derivados de la Gran Depresión de los años treinta.


El programa de bibliotecarias se desarrolló entre 1936 y 1943 y su objetivo era llevar la lectura a las zonas rurales de los Apalaches, una región montañosa en el este de EE.UU. y una de las más aisladas y empobrecidas del país. Para ello se contrató a este grupo de mujeres que, a lomos de sus caballos, recorrían los caminos más difíciles y peligrosos para llevar libros a las zonas más remotas. Eran mujeres locales, casi mil, que de otro modo no hubiesen podido trabajar.


Lo documentó en su tesis doctoral el historiador norteamericano Donald C. Boyd, que posteriormente convirtió en libro bajo el título The book women of Kentucky: The WPA Pack Horse Library Project . En él cuenta cómo en 1941 las bibliotecarias ya recorrían a caballo un total de 42 de los 120 condados de Kentucky y mantenían en circulación una colección de más de 500.000 libros. En 1936 habían alimentado el alma lectora de 50.000 familias y 155 escuelas rurales. “La gente de la montaña amaba a Mark Twain”, explica la escritora Kathi Appelt en la presentación del libro Down cut Shin Creek , que coescribió en el 2019 junto con Jeanne Canella Schmitzer. Como muchos adultos no sabían leer, los libros ilustrados eran los favoritos, y en el top, Robinson Crusoe.


Recorrían en solitario su largo trayecto casi cada día cargadas con libros y revistas  Kentucky Library and Archivesos: también el recelo que suscitaban en una población eminentemente analfabeta. En 1930, el 31% de los habitantes del este de Kentucky no sabía leer. Aun así, ellas recorrían una media de 30 kilómetros al día cargadas de libros que llevaban en alforjas o carteras. “Fue un trabajo muy duro, pero también muy satisfactorio. Nos sentíamos muy orgullosas de lo que estábamos haciendo. Era un trabajo importante, y me alegra haber formado parte de ello”, decía la bibliotecaria Gla­dys Hillman, cuyo testimonio forma parte del Oral History Research de la Universidad de Kentucky.


Cobraban unos 28 dólares mensuales, con los que tenían que hacer frente no sólo al mantenimiento de la familia sino también a la comida del animal y su equipo propio para cabalgar: ropa y calzado cómodos y abrigo para el invierno.


No solo eran portadoras de letra impresa; también aprovechaban para hacer llegar medicamentos o noticias, además de un rato de compañía. “Las mujeres de las montañas miran a las bibliotecarias de Pack Horse como si fueran ángeles que llevan a sus hogares un tesoro que antes no existía. Para muchas de ellas, la biblioteca móvil es su única ventana al mundo, su única oportunidad de aprender sobre cosas que van más allá de la dura y limitada vida de la montaña”.


Son palabras del novelista y periodista Louis Adamic, quien durante la década de 1930 a 1940 se dedicó a escribir sobre las penurias de las comunidades minoritarias en Estados Unidos. “Los trabajadores veían los cambios económicos repentinos como una amenaza para su supervivencia y la alfabetización como un medio de escapar de una trampa económica viciosa”, escribiría Donald C. Boyd.


No son pocos los libros que han dejado constancia de esta épica historia al otro lado del Atlántico. Por estos lares, hace poco la ilustradora Concha Pasamar incluso la dibujó para los niños en Bibliotecarias a caballo / Bibliotecàries a cavall (A fin de cuentos). Se tomaban su trabajo tan en serio como los carteros de la época y cruzaban arroyos en condiciones invernales, con los pies helados en los estribos. Algo que muchos escritores e ilustradores han visto digno de inmortalizar.










Foto: 

En 1936, las bibliotecarias habían asistido ya a 50.000 familias y 155 escuelas rurales  

 Kentucky Library and Archives


   
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