Dijous, 31 d'octubre de 2024



Castellano  


La otra Rosalía
acec6/6/2023



(Foto:)
 
La única Rosalía en Galicia sigue siendo “santa” Rosalía de Castro. Fallecida hace ciento treinta y tantos años, el arraigo popular de la poeta de Padrón permanece. Y eso que la lengua gallega parece en trance de extinción; en todo caso, seguro que si todavía no se ha extinguido se debe no poco a ella, que desde la aparición de sus Cantares gallegos (1863) mantiene un idilio con sus paisanos.


La poesía gallega de Rosalía habita todavía en las hablas de los abuelos nacidos antes de los 50-60, particularmente expresivas en aquello que se puede tocar, se vive y se siente: el trabajo, sea en el mar o en el campo, la naturaleza y la vida en general. En cuanto al desangelado mejunje “nacional” y administrativo inventado las últimas décadas, guardemos un piadoso silencio. Y quedémonos con que después de la Baja Edad Media el gallego escrito empezó a no ser necesario, pese a lo cual se siguió hablando (mucho) y en los siglos siguientes generó un denso universo de canciones, romances, chascarrillos, cuentos, frases hechas, leyendas orales y juegos de palabras. “Se eu vou, vou no bou. Se non vou no bou é que non vou». Y así. Decenas, quizá centenares, si no miles de expresiones y referencias que sin ser literatura, la buscaban y que, buscándola, crecieron a lo largo y ancho del paisaje y se bifurcaron por los caminos del tiempo hasta dar con la niña sola de Padrón, viva como una herida sin cerrar en la mujer adulta. “Airiños, airiños, aires / airiños da miña terra”. Derrochando talento, Rosalía se echó encima la tarea de recrear aquel caudal y volver a escribir gallego después de varios siglos. No era fácil y aunque ya se había intentado—, piénsese en Anselmo Feijoo Montenegro, el hermano “canalla” del buen padre Feijoo, así como en el padre Sarmiento y en algún otro—, hasta entonces faltara quien, además de la voluntad, contara con un mundo propio en el abarrotado refugio de trabajadores analfabetos que había llegado a ser la lengua gallega. Rosalía, que nunca tuvo una familia, se había criado entre esos trabajadores como una intrusa, una “burguesita” oculta en la parte de atrás de casa donde, también a hurtadillas, se deslizaban como sombras sabios preceptores que le enseñaban en castellano, latín y hasta en francés.


Hija “ilegítima” de una “señorita” y de nada menos que un cura (identificado recientemente), es fácil imaginar el infierno de soledad, desconcierto e indefensión del que emerge una poesía que se resume en dos libros canónicos, los Cantares gallegos y el Follas novas (Hojas nuevas), que son la cumbre del romanticismo español, con permiso de Bécquer, Espronceda y el Duque de Rivas. El primer libro, Cantares gallegos, es una inspirada expansión personal, un acto íntimo de amor a la lengua salvaje que había acunado su infancia y que a la poeta, inmersa en un mar de dudas y reflexiones, le costaría años completar. Se publicó a instancias de su marido, que vio la potencia de unos versos “sencillos”, y hasta “simples” a veces, aunque para ella careciesen de atractivo literario y de interés público: iban, evidentemente, a la contra de “lo que se llevaba”. Sólo cuando, una vez publicados, empezó a encontrárselos por ferias y romerías en boca de iletrados que ignoraban que era “lo que se llevaba” comprendió el entusiasmo y el interés que había mostrado su marido, el filólogo Manolo Murguía: la gente los decía como propios porque había dado en el clavo. La lengua gallega valía y no sólo andaba, es que corría.


Su segundo libro apareció quince años después y si a veces Cantares gallegos parece prefigurar las tendencias neo-populares de los chicos del 27, el segundo me lleva a preguntarme en ocasiones si nuestra poeta no habría leído ya a los simbolistas franceses, lo ultimísimo de lo ultimísimo en su tiempo. No es fácil ni probable en aquella Compostela-Vetusta de los años de la Restauración, que uno imagina cerrada como una sacristía mal ventilada. Aunque a ratos parezca que sí y, bien pensado, tampoco sea imposible. Qué sabe nadie…


Aparece ahora en la colección Poesía portátil, de Random House, una escogida selección de la obra de este genio de la literatura española, que no en español, a cargo de Mauro Armiño con el título Una voz dulce resonó en mi oído; por supuesto, incorpora algunas de las conocidas traducciones al castellano del antólogo, que si no nos engañamos publicó originalmente Alianza y a él le procuraron el Premio Nacional de la especialidad en 1979. En Una voz dulce resonó en mi oído se recogen dos poemas de Cantares gallegos (el emblemático Adios rios, adios fontes y Pasa, río), más diecinueve de Follas novas (Hojas nuevas), entre los que se cuenta el no menos carismático Negra sombra, así como un buen puñado procedente del poemario castellano titulado genéricamente En las orillas del Sar, texto menos interesante, a nuestro juicio, aunque voces más autorizadas que la nuestra le encuentran su punto, así que… Una voz dulce resonó en mi oído es un librito bien presentado, de diseño atractivo y un precio, seis euros, no poco atractivo también en estos tiempos de guerras, inflaciones y miserias.

No se puede pedir más.






   
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