Dijous, 31 d'octubre de 2024



Castellano  


La traducción es la lengua oficial de Europa
7/9/2024



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Una entrevista con los traductores Adan Kovacsics, Rosa Marta Gómez Pato y Virginia Maza para hablar de traducción y y literatura austríaca mediante la obra de las escritoras Ilse Aichinger, Marlen Haushofer y Brigitte Schwaiger.




Tres libros recientes y dos editoriales nos recuerdan algo obvio: lo mucho que les debemos los lectores a los traductores, no solo para leer en lenguas que nos son desconocidas sino también para entender quiénes somos en el contexto europeo. Tres libros austríacos escritos por mujeres: El atado, de Ilse Aichinger, Nosotros matamos a Stella, de Marlen Haushofer, y Por qué el agua del mar es salada, de Brigitte Schwaiger. Dos editoriales: Ediciones del Subsuelo y Editorial Contraseña. Tres libros que sitúan a tres escritoras en los grandes momentos de cambio y transformación de la literatura austríaca; y dos editoriales interesadas en hacernos en entender que cada libro es un mundo en sí mismo, más allá de toda nacionalidad y lengua. Tres traductores ensayando voces, para operar el milagro de hacernos creer que no existen fronteras, ni nacionales ni lingüísticas ni de género ni temporales, que nos impidan saber quiénes fuimos, quiénes somos, quiénes queremos ser.
 

Adan Kovacsics, traductor de El atado, de Ilse Aichinger.

No resulta fácil definir la literatura austríaca, sobre todo teniendo en cuenta que Austria antes que nada fue el Imperio Austro—Húngaro (donde se hablaban, entre otras lenguas, el alemán, el esloveno, el checo, el eslovaco, el húngaro, el turco y el italiano). ¿Cómo cambia la literatura austríaca entre el Imperio Austro—Húngaro y el Tratado de Estado de 1955?


El problema comienza con la propia intención de definir algo así como una literatura nacional, sea austríaca o francesa o rumana, que es algo difícil de aprehender. En el caso de Austria, se pueden ver algunas líneas, las que discurren, por ejemplo, a partir del teatro popular de Nestroy o Raimund en el siglo XIX, con el uso del dialecto. Los Schnitzler o Hofmannsthal, sin embargo, jamás pensaban formar parte de una «literatura austríaca», ellos enmarcaban su obra en la literatura en lengua alemana en general. Lo mismo hacía Kafka. Ni se les ocurría pensar que su obra no fuese parte de la literatura alemana, aunque fuese desde un lugar especial, sea Viena, sea Praga. Eso sí, después de la Segunda Guerra Mundial se desarrolla algo así como una literatura austríaca más específica, también debido a la situación de relativo aislamiento del país, con Viena a pocos kilómetros del telón de acero. La antinovela rural, con Lebert o Jonke o también Bernhard. O el Wiener Gruppe, el Grupo Vienés, con Artmann y Bayer, tan centrado en la crítica y en los juegos del lenguaje y tan cercano también al llamado accionismo vienés. Lo importante, de todos modos, es ser consciente de que cada escritor es un mundo.


¿Qué implica para un traductor situarse en un contexto germano parlante como el austríaco, con la alargada sombra de Alemania proyectada constantemente, y ante una novelista como Ilse Aichinger, de origen judío?

Yo soy un traductor fundamentalmente de autores. Para mí, lo esencial es captar la música y el estrato profundo de la obra de un autor, sea Aichinger, sea Bachmann, sean Kraus, Lebert o Schnitzler. Y lo que noto es que todos estos autores poseen, además, una dimensión universal, que es lo que la traducción hace aflorar. Y también tiene un papel para mí la necesidad de hacer llegar al público lector en español las obras literarias en las que la Shoah y los años del totalitarismo nacionalsocialista ocupan un lugar central. De ahí también mi interés por la obra de Aichinger, que no se queda ahí y va mucho más allá.


Ilse Aichinger es ante todo una poeta. ¿De qué manera su obra poética determina su estilo en prosa?

Dices que Aichinger es ante todo una poeta y, sin embargo, sólo publicó un libro de poesía, Consejo gratuito, que es por cierto una de las obras cumbre de la poesía alemana de la postguerra. Y aun así tienes razón. Hay un rasgo poético fundamental en su prosa, en su universo simbólico, incluso en su contención y brevedad. Una y otra vez irrumpe en su prosa ese gesto sorprendente que viene de la poesía, esa finura que caracteriza su obra de principio a fin. La voluntad formal detrás de un relato como Historia en espejo es esencialmente poética, también la manera de trabajar las frases, de plasmar las imágenes, de sugerir.


¿Qué lugar ocupa El atado en su obra y en la literatura europea del siglo XXI?

Creo que supuso su consolidación como escritora, pues había escrito La esperanza más grande, que fue algo así como una eclosión literaria y, además, algo así como una necesidad existencial para ella, pero quedaba por ver si habría una continuidad, y la hubo. La hubo precisamente con El atado, que fue su segundo libro e introdujo un lenguaje nuevo en la literatura en lengua alemana.


¿Crees que el trabajo de un traductor también es el de prescriptor, el de explorador de territorios literarios?

Por supuesto. Pensar que el traductor es únicamente una persona que traslada textos de una lengua a otra, sin más, es desde luego sumamente limitante. Para empezar, traducir es de por sí explorar, significa aventurarse, adentrarse palmo a palmo en un territorio nuevo, avanzar frase a frase, párrafo a párrafo como quien cruza ríos, recorre valles, escala montañas. La intención profunda del traductor es descubrir, dar a conocer, hacer llegar. Y los traductores desempeñan también ese papel en el mundo de la edición.

 

Rosa Marta Gómez Pato, traductora de Nosotros matamos a Stella, de Marlen Haushofer.
 
La literatura austríaca después de la Segunda Guerra Mundial cuestiona su tradición y se muestra desafiante ante sí misma. ¿Qué papel juegan las mujeres en este aire de renovación?

Con la anexión de Austria al régimen nazi se truncó la vida y la carrera literaria de muchas escritoras, algunas asesinadas en los campos de concentración y otras empujadas al exilio. Tras la guerra, sin embargo, aparecieron voces jóvenes muy críticas con el pasado y con la voluntad de desenmascarar la continuidad del régimen austrofascista y nazi, voces como las de Ilse Aichinger o Ingeborg Bachmann. Para ellas no fue sencillo establecerse en un mundo muy masculino y en una escena cultural conservadora que intentaba hacer borrón y cuenta nueva (con tendencias hacia una literatura evasiva, con el intento de enlazar con la tradición literaria anterior a la guerra y de reprimir cualquier recuerdo al reciente pasado, una actitud de no querer recordar/de reprimir y silenciar lo ocurrido). El papel de las escritoras fue fundamental en este intento de renovación literaria.


Marlen Haushofer, a diferencia de otras escritoras (como Ruth Klüger o Mela Hartwig), cultiva una literatura opuesta a la Historia con mayúscula. ¿Crees que eso se debe ante todo a su posición periférica y hasta cierto punto aislada dentro de la literatura?

Marlen Haushofer comienza a publicar a finales de los años 40 y consigue su primer éxito en 1952 con El quinto año (que yo misma traduje para Siruela). Sus textos no abordan explícitamente el reciente pasado nacionalsocialista, aunque en El quinto año se perciben las terribles consecuencias de la guerra. Haushofer lleva a cabo una crítica furiosa del mundo que la rodea: desenmascara el patriarcado y reivindica un modelo social justo e igualitario. En muchos de sus textos proyecta un respeto inmenso por la naturaleza y los seres vivos que nos rodean a los humanos. Fue tremendamente innovadora a la hora de crear maravillosos personajes femeninos, moldeándolos con gran profundidad psicológica. Su obra muestra la lucha y la miseria de la existencia femenina en las montañas y valles o en las ciudades de provincias de Austria durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.


¿Te parece que estamos ante una autora que por una parte ataca al patriarcado y por otro ataca a las protagonistas de sus obras, alguien que no parece casarse con nadie, que se rebela contra las estructuras jerárquicas, pero también contra sí misma?

No creo que ataque a las protagonistas, aunque es cierto que esa complejidad con las que las retrata pone de manifiesto también su ambivalencia. Muestra los efectos perversos de las reglas sociales y morales, y la tremenda dificultad de salir del círculo en el que nos encierran a veces. En Nosotros matamos a Stella, por ejemplo, la protagonista no encuentra vía de escape a esa situación más que en la escritura, que es como la «habitación propia» de Virginia Woolf: un espacio para la reflexión. Haushofer, de hecho, buscó su pequeño espacio identitario en la escritura y en la mesa de la cocina a primera hora de la mañana.


Todos o casi todos los libros de Marlen Haushofer ganan importantes premios literarios en su momento, lo cual permite observar que la literatura está haciendo su trabajo, sin mostrar pleitesías.¿Cómo explicarías el olvido en que cayó a su temprana muerte?

Tras su muerte en 1970, sus textos cayeron en el silencio hasta la reedición de El muro en 1983. Fue entonces cuando se la comenzó a considerar una prefeminista, como Ingeborg Bachmann.


Virginia Maza, traductora de Por qué el agua del mar es salada, de Brigitte Schwaiger.


¿Cómo es la literatura austríaca en la actualidad, en cuanto a temas y a renovación de géneros, cuando vuelve a registrar un extraño mestizaje en algunos de sus autores, hijos de los movimientos humanos que caracterizan nuestra época?

Hoy, más que nunca, la literatura austriaca es una caja de resonancia de la literatura mundial y, al mismo tiempo, se crea sobre la mirada al pasado propio y a la imagen propia construida y proyectada por Austria desde 1945. Sus autores y autoras conforman un panorama diverso,  polémico y lleno de contradicciones, por encima de cualquier cosa que pudiéramos considerar típicamente «austriaca». Aun así, hay un pasado hasta cierto punto compartido y una concepción propia de esos autores y autoras en su relación con «lo austriaco». Muchas obras construyen interrogantes sobre los límites nacionales, lingüísticos y literarios.


¿Qué toma Brigitte Schwaiger de las escritoras surgidas durante o poco después de la Segunda Guerra Mundial y qué les aporta?

Ella nace en 1949 en un hogar profundamente religioso de Freistadt. En la Austria de su infancia y primera juventud, el trabajo de memoria corresponde a la generación de quienes auparon al poder al nacionalsocialismo o contribuyeron a su mantenimiento de forma más o menos activa. El recuerdo del nacionalsocialismo se reprimió para la construcción de una «Austria feliz» y esa represión del pasado se extendió también en muchos casos, como en suyo propio, al espacio privado. Era hija de un antiguo médico de las SS y no supo que su madre tenía antepasados judíos hasta que no terminó los estudios de secundaria. Fue su generación la que emprendió el trabajo de confrontación con la historia, generalmente partiendo de existencias sometidas a la tensión entre lo impuesto y lo vivido, y también con el peso de la culpa heredada. En el sentido canónico, Por qué el agua del mar es salada es una novela de formación de la identidad femenina y comparte búsquedas con otras autoras en lengua alemana, como Christa Wolf, Marlen Haushofer o Ingeborg Bachmann. No podría haber nacido en otra época ni en otro lugar que entre el militarismo y el fervor católico de un hogar pequeño burgués de la Alta Austria, después de 1945.


Su vida, que durante cuatro años tuvo lugar en España, acabó trágicamente en el Danubio a su paso por Viena, después de que el Estado le quitase la tutela de su hijo, que la incapacitase a base de fármacos y que la aislase hasta acallarla como escritora. ¿Dirías que la relación de Austria con sus autores y autoras es sospechosa, como sugirió tantas veces Thomas Bernhard?

Schwaiger decidió suicidarse en julio de 2010. Llevaba ocho meses internada en un hospital psiquiátrico. Un día salió a pasear y no regresó, la encontraron muerta a orillas del Danubio. Gran parte de su vida la vivió en el sufrimiento psíquico: treinta años de psiquiatrización, de ingresos y medicación forzados, de reducción a la condición de «enferma» y de retirada de la tutela de su hijo Michael, que marcan el colofón a un continuum de violencias que la atraviesan desde la infancia. Lo que hace radiante a Schwaiger no solo es la exposición sobria y sin sobresaltos de las violencias que ella misma sufrió, sino la validación de su experiencia y sus esfuerzos para que su identidad no sea borrada, anulada y sometida. Otra cuestión es la relación (complicada a veces) que pueden tener ciertos autores, como el propio Thomas Bernhard, hacia la Austria-patria y las demandas que una patria plantea.


¿De qué manera han cambiado las primeras traducciones de Schwaiger y de otros autores austríacos al castellano hasta ahora?

Me resulta una pregunta de difícil respuesta. Sé cómo han cambiado mis propias traducciones. Han ganado madurez, sin tener muy claro qué significa ni que tenga que significar de forma necesaria algo positivo. En cuanto a Schwaiger, solo se había traducido al español Wie kommt das Saltz ins Meer. La tradujo J. A. Bravo en 1978 y se publicó en Barcelona con el título Cómo llega la sal al mar. En la cubierta se hablaba de la «triste historia» de la heroína. En la traducción que acaba de publicar Editorial Contraseña, el título elegido fue Por qué el agua del mar es salada y nuestra heroína, la voz del monólogo para ser leído, celebra la victoria. Hay muchos y grandes autores que los lectores en español solo han leído a través de un mismo traductor. ¿A quién conocen? ¿Al autor o al traductor? ¿Al autor siempre a través de ese mismo traductor? Me alegra ver la diversidad y pluralidad de escrituras en la traducción. Como también ver a editoriales que deciden ofrecer nuevas traducciones. No supone necesariamente que sean traducciones «mejores» ni que en las traducciones existentes haya necesariamente nada que «mejorar». La traducción es un trabajo de decisiones y elecciones continuas. Mi Schwaiger no es la de J. A. Bravo en 1978. Yo la leo, inevitablemente, de forma diferente. Ninguno de los dos traicionamos, sino que los dos bailamos con ella.


 


   
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