Martes, 26 de noviembre de  2024



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Marcos Ricardo Barnatán. El novelista y poeta argentino vuelve a publicar, medio siglo después, su antología sobre aquel grupo de escritores estadounidenses que explotó en los años cincuenta
acec10/1/2022



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Marcos-Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 75 años) llegó a España cuando tenía 18 años y los trayectos que rehízo desde entonces (a Londres, a Buenos Aires, donde nació) siempre lo atrajeron a este país donde, además, ha sido anfitrión destacado de dos de sus grandes poetas preferidos: Jorge Luis Borges, cuya voz es capaz de imitar como si fuera su paisano argentino, y Allen Ginsberg, cabeza de fila de la Generación Beat. De ese episodio de ruptura de la lírica estadounidense (y mundial) hizo Barnatán Antología de la Generación Beat, que ahora cumple medio siglo y que ha vuelto a publicar la editorial Alhulia. De eso y otras muchas cosas hablamos por teléfono a finales de diciembre con el poeta y novelista argentino, autor además de El laberinto de Sión, Consulado general y Borges. Biografía Total.


Muchos poemas beat que cita parecen escritos sobre los problemas de ahora. El laberinto sin salida de la época, el abismo de bruma impenetrable con que se afrontaba el futuro.

Respuesta. ¡Y han pasado 70 años! Se mantienen situaciones de entonces a pesar de todos los cambios que ha habido en estas décadas. De todas maneras, hemos mejorado un poco. En la poesía de Ginsberg hay una cierta paranoia, aquellos poetas se sienten perseguidos y oprimidos, pero actitudes suyas están hoy reconocidas: ahora no los meterían ni en la cárcel ni en los manicomios por ser homosexuales. Algo ha cambiado.


 ¿Ante qué tendrían que indignarse ahora los poetas, como lo estuvieron los Ferlinghetti y los Ginsberg en los años cincuenta?

Las preocupaciones han cambiado. Más que por los derechos humanos, hoy la preocupación de los jóvenes va más por la ecología, sobre si hay un futuro para la Tierra, si mantenemos o no el tipo de explotación industrial de las fuentes de la riqueza, etcétera. Esto no se ha transferido todavía a la literatura, a menos que haya obras poéticas o novelísticas que yo desconozca y que traten esos temas que, por otra parte, sí están en el pensamiento de las nuevas generaciones.


Decía usted en aquella edición de la antología: “Una nueva mentalidad surgía de la juventud divorciada de sus mayores, rebelde y vagabunda que, perseguida muchas veces, se refugiaba en los suburbios del paraíso norteamericano”. Y ahí explicaba el origen de la Generación Beat, quizá el último movimiento poético que tuvo nombre propio.

Sí, y además inmediatamente después del surrealismo europeo, del que llegó a ser contemporáneo. En esta antología incluyo a un poeta poco conocido en España, Philip Lamantia, que André Breton consideraba de los suyos. En España se conocen más a Jack Kerouac, sobre todo por su novela On the Road (En el camino), y a Allen Ginsberg. Ferlinghetti era, además, editor y librero, y fue el núcleo del movimiento en San Francisco. En 1993, cuando vino a Madrid, Ginsberg me aconsejó que aquí se tradujera más a Gregory Corso, el último que falleció. Ya entonces la Generación Beat estaba muy lejos. Yo hice el libro cuando tenía 21 años, durante mi estancia en Londres. Los beats eran como mi pecado de juventud.


¿Y ahora qué son para usted esos poetas?

R. Mantengo mi simpatía por ese movimiento y mi admiración por alguno de ellos, sobre todo por Allen Ginsberg, la figura más importante de ese momento, que mantuvo en tensión la poesía norteamericana durante varias décadas, prácticamente hasta su fallecimiento en 1997. Son esos amores de juventud que uno mantiene en el fondo de sus influencias.


Aquí, dice usted, había un poeta, Carlos Oroza, cuya acción pública, entre escandalosa y genial, podría asimilarse a los beat. Mientras, ¿qué pasaba aquí en ese tiempo?

Mi generación estaba descubriendo la literatura. Estaba naciendo el movimiento novísimo. Al primer poeta que conocí, al volver a España, en 1965, fue a Pere Gimferrer, con quien hice amistad. En torno a él se monta aquel movimiento que bautiza Josep Maria Castellet. Había también poetas a los que nos llamaban venecianos porque algunos hicimos poemas dedicados a Venecia, icono culturalista con el que nos identificaban frente a la poesía imperante en los mayores. Esta poesía la veíamos prosaísta, de alguna manera simple. Los inicios son siempre muy radicales, así que la sofisticación que buscamos fue también radical y se hicieron poemas muy herméticos como reacción a lo que imperaba.


¿Quiénes mandaban en aquella poesía que usted llamaba prosaísta?

La generación del 50. José Hierro, Ángel González… No era uniforme. Algunos de mi generación se sentían próximos a Jaime Gil de Biedma o a Francisco Brines. Frontalmente, parecían una unidad, pero luego no lo eran. Había poetas con voces muy diferenciadas. Eso lo vemos a posteriori, te lo puedo decir desde mi provecta edad. A mí me interesó mucho Brines, igual que Carlos Barral, a quien todo el mundo recuerda como editor y pocos como poeta, aunque la suya fue una poesía muy importante. Un coetáneo olvidado de esa generación fue Manuel Álvarez Ortega, muy ligado a la poesía francesa del siglo XX. Un maestro español sería Vicente Aleixandre. Maestros vivos en nuestra época eran también Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Para mí este fue particularmente importante.


Los novísimos nacieron cuando aún sonaba la ola beat. ¿Qué querían decir? ¿Qué pasó con ellos?

Fueron unos renovadores de la poesía en castellano en España. Guillermo Carnero es para mí, con Gimferrer, cabeza de ese movimiento, asociados a Leopoldo Panero o a José María Álvarez, que es el sénior de los novísimos, de los más interesantes de la época. Lo que pasa con las generaciones es que duran poco en el imaginario colectivo; en seguida viene otra que se enfrenta con la siguiente por necesidades casi biológicas. Lo que se llamó la poesía de la experiencia la encabezó Luis García Montero; era un revival, a mi juicio, de la poesía de Gil de Biedma, que era asimismo un poeta de la experiencia. Hoy vivimos un momento de gran confusión: se confunde la poesía con el rap, con la música…


¿De dónde viene esa confusión?

De cierta idea de que había intimidad entre la poesía seria y la canción. Hubo un momento en que mucha gente decía que el futuro de la poesía estaba en la canción, en los cantautores, que estuvieron tan de moda en una época. La confusión es general en la juventud, para la que se han diluido valores que afectan a la literatura y a todas las actividades humanas. Es verdad que las redes sociales han difundido a algunos poetas que tienen muchos seguidores y que son influencers de la poesía que aún no se han ido a Andorra. Pero ese enriquecimiento es cosa del futuro, porque hasta ahora la poesía no ha enriquecido a nadie. Pero es cierto que las redes sociales y las nuevas tecnologías han ayudado a diluir la idea del libro y a que prolifere otro tipo de distribución de la poesía.


En los años en que usted era el más joven de los poetas que se sentaban en el Café Gijón, hizo aquí más popular a Borges. ¿Qué fue para usted?

Soy un converso a Borges. A los 17 años, en Buenos Aires, mi corazón estaba en La Habana, con Cabrera Infante, y mi escritor favorito no era Borges, era Cortázar. Mis compañeros consideraban a Borges un escritor de derechas, extranjerizante por su anglofilia. En España me libré de esas presiones. Cuando volví a Argentina, en 1968, para hacer el servicio militar, me dediqué a perseguir a Borges. Me inspiraba mucho respeto, no me atrevía a acercarme a él, pero iba adonde supiera que estaría el maestro. Hasta que un día me armé de valentía y lo llamé por teléfono. Lo fui a ver a su casa, a desayunar. Luego lo sacaba a caminar por la calle Florida, lo acompañaba a librerías… Y al volver a España me impuse la tarea de popularizar aquí su obra, que era muy poco conocida. Los poetas no lo leían y casi no se le consideraba como tal, sino más como narrador. ¡Una editorial importante publicó una novela suya con una foto de autor de Eduardo Mallea! Y Borges es hoy el pan de cada día en todas partes.





   
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