Jueves, 31 de octubre de  2024



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Anna Pacheco contra el turismo de lujo: la escritora que se infiltró en el sector para impugnarlo
13/3/2024



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La autora de la novela ‘Listas, guapas, limpias’ se camufló en comités de empresa de hoteles de lujo para escribir una crónica sobre cómo afecta a los trabajadores pobres la convivencia con la riqueza y reflexionar sobre la ciudad global y su modelo de turismo



Enfrente del Mandarín Oriental —antes un banco, hoy un hotel— aparcan furgonetas de lujo. Ayer acabó el Mobile World Congress y no se han ido aún todos los congresistas. En el móvil, releo un artículo que Anna Pacheco publicó en Playground hace seis años: era su primer ejercicio de periodismo de infiltración. Intentó colarse en la feria del móvil para observar a los directivos de las empresas, pero no obtuvo acreditación. Lo que nadie pudo impedirle fue inmiscuirse en sus fiestas. “Mentirles ha sido ridículamente fácil mientras ellos no dejaban de repetirme qué hacen y lo que tienen. Las pocas relaciones que entablan estos días con mujeres son así, para su uso y disfrute, para el baile y la fiesta. Cultura de empresa”. En 2018, las empresas no contrataban a mujeres para conducir esos coches de lujo. Ahora tampoco. La autora de la novela Listas, guapas, limpias llega puntual a la entrevista para hablar de Estuve aquí y me acordé de nosotros.


Para escribir esta crónica tuvo que infiltrarse de nuevo, en esta ocasión gracias a la complicidad sindical. Era la única manera para conocer las condiciones laborales de los trabajadores de los hoteles de lujo y observar la relación que la dirección y cargos intermedios establecen con ellos. Lo que Pacheco vio y anotó lo pensó con las herramientas de la antropología social. “El hotel no es solo espacio de trabajo, se erige en una figura moral, de autoridad, de inspiración: ostenta la hegemonía cultural de los que dominan”. Así, la crónica se desdobla en ensayo para contemplar uno de los ángulos oscuros de la industria del turismo —la corrosión del carácter por la precariedad— y proponer una interpretación sobre la sociedad del lujo y la metamorfosis de la ciudad global. Es el objetivo clásico del periodismo de infiltración: la crítica social.


“Soy una escritora que viene de una clase trabajadora aspiracional. Como dice Emmanuel Rodríguez, víctima de una ideología clasemediana: la familia creía que a partir del trabajo duro y los estudios universitarios uno tendría necesariamente que progresar”. La conciencia del fin de esa promesa es el motor del análisis de Pacheco sobre el presente. “Reflexiono todo el rato en torno a eso”.


El libro empieza con la descripción de un espacio en la casa de sus padres. En el escritorio visible en una estantería, junto a un ejemplar de la novela de la hija, la reproducción en miniatura del crucero que la familia hizo en su día por el Mediterráneo. Durante un tiempo estuvo allí la figurita que la empresa regaló a la madre, administrativa, cuando se jubiló tras 40 años trabajando en la misma categoría profesional. La figurita ahora está guardada en una caja de zapatos. Permanece el orgullo por la profesionalización de la hija como escritora y el testimonio de la realización vital a través del turismo.


Es la concreción de la aspiración. La que mostraba Paraíso, que se emitió en verano entre 2000 y 2003. La aspiración podía ser pasar una semana de vacaciones en un hotel de lujo en República Dominicana porque España iba bien. Pero aquella promesa hoy es mentira y desde esa posición Pacheco analiza la serie en unas páginas espléndidas de crítica cultural. “El paraíso de la serie Paraíso era, pues, la puesta en escena de un decorado turístico que dejaba al descubierto una mirada eminentemente colonial, explotativa y aspiracional en esos años burbujeantes de pelotazo turístico e inmobiliario”. El origen de la serie fue una propuesta de un empresario hotelero para grabar un spot publicitario. Al final fue serie en la televisión pública y obtuvo unas respetabilísimas cifras de audiencia. En su casa, la miraba. Anna Pacheco tenía nueve años, crecía en un barrio popular y flipaba con el taburete atornillado en la piscina de la serie y el camarero que servía una copa mientras el protagonista estaba allí sentado.


En 2008, cumplió 17 años. Acaba bachillerato, empieza Periodismo, trabaja en el Starbucks del centro comercial La Maquinista. También ahora revisa aquella experiencia laboral. “Fue un intento de glamurizar un centro comercial alejado del centro. Querían atraer precisamente a un perfil de visitante guiri, que gastara más dinero”, me explica. Podría ser corista de la nueva canción Miracle a les Planes, de Guillem Gisbert. El cantante de Manel, que acaba de publicar disco en solitario, también estudió Periodismo y dos décadas después piensa su experiencia. Habla de un plan malvado de la juventud en el prólogo a la crisis: “Queríamos encajar, como buenos niños de clase media y de Letras”. A principios de 2013, Pacheco fue tres meses becaria en la redacción de EL PAÍS en Barcelona y durante un año largo El Periódico acoge el blog Jóvenes (sobre) salientes, que hasta principios de 2015 escribía con su amiga y periodista Andrea Gómez. Exactamente lo que tocaba.


Llegó la hora del bum de las revistas digitales. Pacheco fue editora en Vice, donde escribía con mirada feminista, y redactora en Playground, una revista guay de cuya existencia los boomers —mon semblable, mon frère— ni nos enteramos. Sus vídeos, con millones de visitas, estaban pensados, elaborados y dirigidos a mileniales. La evolución de la empresa, considerada un unicornio por inversores extranjeros, desvela cómo se hinchó la burbuja digital, como narra Carlo Padial en la novela Contenido. Luna Miguel, redactora y editora de la revista, sintetizó la aceleración de aquella espiral. “Pasamos de currar seis personas en el salón de un piso a tener una redacción de dos plantas, y de ahí a un edificio enorme al que solo le faltaban las mesas de pimpón para ser una parodia de Google”.


Para diseñar la sede en el barrio del Poblenou se abrió un concurso en el que participaron varios estudios. Una de las propuestas fue del Estudio Brava. El proyecto está colgado en la Red y el diseño y su filosofía son la metáfora de una época. “El disfrute del trabajo: La ruptura de los límites convencionales entre lo privado y lo público de una empresa, entre representación y producción, es uno de los puntos de partida de nuestra propuesta. El proyecto trata de reforzar esta ambigüedad: lugares donde se trabaja, pero también para el disfrute, la charla o el descanso”. Estudio Brava no ganó el concurso. No se construiría ninguna de las propuestas. Pero Playground continuaba. Allí curraron, entre muchos otros, Christian Flores, Alba Muñoz, Pol Mallafré, Ignacio Pato, Anna Pazos, Antonio J. Rodríguez, Eudald Espluga. También Pacheco. Allí publicó aquel artículo sobre el Mobile. Pero un cambio del algoritmo de Facebook acabó con el sueño. El número de visitas cayó en picado. En 2018, la burbuja explotó. Hoy el barrio está cada vez más gentrificado, más ocupado por los expats.


Durante el ERE de Playground, Espluga recibió el encargo de escribir No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada. En una entrevista sobre el libro, le habló a Noelia Ramírez de la necesidad de “organizarse colectivamente para cuestionar las condiciones de explotación”. Fue en ese periodo, mientras arrancaba el podcast Ciberlocutorio con Andrea Gumes, cuando Pachecho escribió Listas, guapas, limpias. La protagonista crece en un barrio popular, de donde es su novio, pero al entrar en la Universidad vive un proceso de desclasamiento que la desconcierta. Se lía con un pijo cultureta con piso en Gràcia y que no es consciente que es progre porque es privilegiado. Un día, se atreve a cuestionarle sus certezas: “¡No me puedo creer que no te des cuenta de que eso que tú has hecho no puede hacerlo todo el mundo!”. Pacheco, sin moralina, mira la realidad para que nos demos cuenta. “Ve, allí donde todos miran, algo que no todos ven”, para decirlo con Martín Caparrós.


Mira a los directivos para tratar de construir una etnografía de la élite. No es fácil. “Por qué no contamos la riqueza” se preguntaba Leila Guerriero en Zona de obras. Sin su perfil, escribía la autora de La llamada, “seguiremos despejando solo una equis, una parte de la ecuación”. Pacheco lo hizo en la feria inmobiliaria The District, infiltrada como emprendedora, para escribir una crónica memorable en el Quadern. Otro mirador privilegiado es el hotel de lujo. Pero la infiltración a través de los sindicatos la llevó a contemplar otra realidad. Porque en este caso difícilmente podría ser aceptada por los altos cargos o por los clientes. Optó por fijar su mirada en quienes hacen posible el lujo e indagar sobre cómo les afecta el contacto con este tipo de clientes. Como le sucedió desde el George Orwell de El camino a Wigan Pear hasta los recientes Por cuatro duros, de Barbara Ehrenreich, o La trinchera doméstica, de Cristina Barrial, el ejercicio de observación la llevó a descubrir tanto la mecánica como las paradojas de la explotación laboral contemporánea. Reflexiona sobre ello o, en ocasiones, simplemente transcribe discursos de directivos, mandos intermedios o mensajes que los trabajadores dejan en las redes. No hay paternalismo. Hay mirada y hay denuncia. “Los trabajadores han sido desposeídos de una de las informaciones más básicas sobre su labor: el tiempo que pasan realizándola”.


Durante meses se paseó por el hotel, habló con los trabajadores, asistió a reuniones sindicales, corporativas o fiestas de Navidad. “El día más crítico fue la segunda reunión con el director de Recursos Humanos de uno de los hoteles. La primera reunión había pasado inadvertida en calidad de asesora sindical. Me puse al fondo de la mesa y tomaba notas. Ese día me fijé que en el acta del día figuraba mi nombre y, por eso, temía que para el segundo día de reunión quizás alguno de los gerentes me había buscado en internet”. No pasó nada, pero hizo lo posible para preservar el anonimato mientras tomaba notas o grababa las reuniones. No tardó en ver el lugar al que vamos y no vemos donde estamos. Así lo categoriza en el ensayo: “Un turismo que no se hace solo, sino que lo hacen trabajadores a cambio de miseria”.


Sobre ese turismo —sobre su modelo de ciudad y la utopía de la sociedad de la multinacional— piensa Pacheco a medida que avanza el libro. Inevitablemente, esa reflexión la lleva a preguntarse qué es hoy Barcelona. “Me la imagino, como tantas otras ciudades globalizadas, como una gran tienda de carcasas, vacías y llenas a la vez, inquietantes”. Tan inquietantes como otra de las imágenes que explora en Estuve aquí y me acordé de nosotros: el cementerio de los cruceros, epílogo de una evolución de la ciudad turística que mostró el cortometraje View, de Odveig Klyve: cuatro minutos en los que simplemente se contempla la llegada de un macrocrucero en la ciudad noruega de Stavanger. “Las calles se bloquean y se oscurecen hasta el punto de que parece que el crucero vaya a engullir las casas, del todo minimizadas en presencia del mamotreto”. Ese trauma, que engulle Venecia y asedia Barcelona, es el de la deshumanización de la ciudad porque el lobby del turismo manda donde el turismo se convierte en la principal actividad económica.


Pido la cuenta: 14 euros por dos bebidas. No me atreveré a pasarla a administración del periódico. Al volver al paseo de Gràcia, miro la fachada del hotel. Son varias columnas con frisos del escultor Frederic Marès. Visibilizan el progreso. Desde trabajadores del sector primario hasta obreros industriales. Un barco, un ferrocarril, un avión. Al llegar a casa enciendo el ordenador y leo un mensaje de Pacheco. “Hace una semana me ha llamado una de las personas con las que traté para contarme que acaba de ser despedida del hotel. Es un trabajador que llevaba más de 10 años trabajando ahí. En su carta de despedido, pone, entre otras cosas, que es violencia decirle a un superior ‘estoy hasta la polla”.







   
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