Martes, 26 de noviembre de  2024



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Revisitando a Félix Grande, un poeta al servicio de las palabras
Lidia Penelo4/2/2014



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“He tardado mucho tiempo en darme cuenta de algo que quizás sabía de un modo prelógico desde que empecé a escribir, y es que las palabras no son utensilios o herramientas o instrumentos que están al servicio de los aprendices de poeta, que es lo que soy, un miembro de la infantería de la poesía, digo esto que parece que contiene la soberbia de la humildad pero lo digo con convicción, sé que los capitanes se llaman Antonio Machado, César Vallejo, Pablo Neruda, Juan Ramón Jiménez, Rilke… Sé muy bien donde estoy. Repito que las palabras no están a nuestro servicio, nosotros estamos al servicio de las palabras porque las palabras como decía Unamuno, son cosa vivida”. De este modo definía el desaparecido Félix Grande su actitud ante la poesía. Fallecido el pasado 31 de enero de enero, el poeta aceptó formar parte del archivo audiovisual de poetas promovido por ACEC, y la grabación se realizó en Madrid el 17 de mayo de 2005. Félix Grande, considerado uno de los grandes poetas en castellano del último medio siglo, deja una obra intensa y vigente. Su poesía bebe de los clásicos y juega con las tendencias, quizás por eso sus versos palpitan y dialogan con los lectores. De los muchos artículos publicados a raíz de su muerte, uno de los que mejor ayuda a conocer la poesía del autor de Las piedras es el publicado por Manuel Rico en El País. Del que a continuación reproducimos unos fragmentos:“Su obra, que nació con fuertes parentescos con la poesía quebrada y rebelde de César Vallejo en un libro como Taranto. Homenaje a César Vallejo (escrito a finales de los cincuenta y publicado en 1971), encontraría la serenidad meditativa que llegaba de Antonio Machado en el poemario Las piedras (1964). En la década de los sesenta, Grande bebió de la oleada de innovación lingüística y formal que llegaba de Hispanoamérica (eran las primeras señales del boom), y trazó un camino extremadamente personal que nunca abandonaría: combinar la pulsión de los clásicos con un afán de experimentación con raíces en la vanguardia. A la sombra de Vallejo se agregarían ecos de Huidobro, de Neruda, de Cortázar. En ese ecosistema literario, con las ventanas abiertas a la cultura de la modernidad (pese a la losa del franquismo), al jazz, al blues, a la poesía y a la narrativa norteamericana, Félix Grande escribió, en la década, libros imprescindibles: el antes citado Música amenazada (1966), el libro de poemas en prosa Puedo escribir los versos más tristes esta noche (publicado en 1971) y, sobre todo, Blanco Spirituals (1967), una radiografía lírica de la realidad política, social y cultural de aquellos años, abordada con un lenguaje ambicioso, innovador, crudo, casi tremendista. En Blanco Spirituals estaba la España de la emigración interior y el exilio, la música clásica y el pop y el rock, la protesta por las servicias de la dictadura, la denuncia de la guerra del Vietnam y la lucha por los derechos civiles en el mundo. Es un clásico que hoy, a la luz de la realidad que vivimos, cobra una inquietante vigencia”.

   
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