Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


QUIERO SABER MÚSICA COMO DIOS MANDA
acec4/12/2014



(Foto:tm)
 

En 1970 encontré a mi hermano Enrique Morente. Por entonces los dos habíamos marchado de nuestra tierra natal en la búsqueda de otras perspectivas. Él se instaló en Madrid para perfeccionar su aprendizaje profesional como cantaor flamenco junto al que fue su mentor, Pepe
el de la Matrona. Tertulias en tabernas, actuaciones en unas escuelas llamadas tablaos: canto, danza y música con nocturnidad, alevosía y disidencia.

Mi hermano inició la voz escuchando a la de su madre en las fiestas familiares, callejeando de niño por el barrio del Albaicín, estando atento al sonido del metal de las campanas de las iglesias y practicando en grupo como seise de la catedral de Granada.

El 13 de diciembre de 2010 murió Enrique Morente en la Clínica la Luz de Madrid, una luz que ha traído oscuridad, mucha oscuridad al mundo del arte y la cultura.

Cuando en el barrio del Raval de Barcelona en 1979 aparece el Taller de Músics, el ligamen con Morente se acentúa en intensidad y calidez en las propias aulas de la escuela, en los Seminarios Internacionales de jazz y flamenco y en diversos proyectos compartidos durante más de treinta
años.

La impronta del maestro en la historia de la música y su pedagogía ha sido vital para entender cómo se puede cultivar el talento y la intuición y cómo es necesario despertar el oído para detectar esos valores a tiempo. Sin método pedagógico explícito, nos abrió en canal ante su insistencia de disponer de mimbres propios, de ser personal respetando la experiencia de los
mayores, de admirar a los que en tiempos de plomo y cólera buscaron caminos sin trillar, porque para dar vueltas sobre uno mismo ya lo hace con total naturalidad la madre Tierra. Argumentaba que una vez has interiorizado a los clásicos que cimentaron la tradición, era preferible la deriva del riesgo que seguir con la continua repetición. Y es ahí donde situaba el hecho creativo, un hecho que según él se produce desde la individualidad más radical, pero que necesita que los entornos sociales estén labrados y regados como Dios manda.

Y como Dios manda quería saber música Enrique Morente. Siempre que tenía ocasión me lo comentaba: “Lluís, quiero venirme a Barcelona y estudiar en el Taller pa saber lo que hago, igual que lo sabe tu gente”. Los anhelos del creador que quizá ha influido más en la música popular en
los últimos cuarenta años, el que en 1996 impregna al rock juntándose con Lagartija Nick y alumbra Omega (Poeta en Nueva York de Federico García Lorca), funiendo los plomos artísticos de medio mundo, el hombre que se desafía continuamente, que se retuerce para poder parir nuevas obras como El pequeño reloj, Pablo de Málaga o Morente sueña la Alhambra, joyas a las que todavía nadie se ha atrevido a dar respuesta, murió sin cumplir un deseo: “quiero saber música como Dios manda”. A esta actitud se le elogia mediante una palabra, humildad.

El alma y la enseñanza de la música han podido proyectarse hasta ahora porque han permanecido ligadas a intangibles que no sólo se pueden dibujar en un pentagrama. El devenir de la música popular es pura contradicción, una mezcolanza de dudas, preguntas, cambios, evoluciones que pide a gritos seguir siendo un alma revoltosa.

La seguridad que ofrecen las normas, los programas, los niveles, las  titulaciones se nos girará en contra si no sabemos conectar con el murmullo creativo de nuestro interior, el que se produce en las aulas de las escuelas de música, pero también con el que se sitúa en los ribazos, en los márgenes y en la profundidad de lo que se nutre fuera de los muros de la institución.
Los centros de enseñanza musical, sobre todo los autorizados a impartir el grado superior, más que nunca necesitan para continuar cumpliendo su función educadora, no caer en la tentación de convertirse en cubículos aislados del pálpito de la calle.

Existe arte, creación, magia, misterio y movimiento al margen de lo que con la mayor voluntad y mejores intenciones se cuece de puertas adentro. La vida académica ha de estar presidida por el rigor, la exigencia, el estudio, el contraste, la fraternidad y la cooperación entre la comunidad educativa. Pero si esto no lo aliñamos con el convencimiento de que más allá del recinto institucional existen otras maneras de confrontarse con la música y el arte, podemos caer en la arrogancia, el desprecio hacia lo que no controlamos y la fantasía de los que subidos en un globo sonda no son conscientes de que un choque contra una nube puede provocar un aterrizaje
de urgencia.

Las texturas del aprendizaje musical, mientras más altaneras se muestren peores resultados darán. Quien se crea poseedor del mejor método, aparte de engañarse a sí mismo, no será creíble porque el campo de las enseñanzas artísticas no es el espacio donde se corren los cien metros lisos. En el planeta hay mucha música y muchos músicos que tocan, componen, crean,
inventan y viven sin agarrarse a la partitura del pentagrama. Existen otras formas de aprender y por tanto nacen obras musicales de gran valor que no responden a los cánones establecidos y aceptados por las costumbres heredadas de nuestra idiosincrasia.

Si reconocemos que estos sistemas son también válidos, estaremos en condiciones de establecer lazos y colaborar con esas otras realidades, de igual a igual, sin necesidad de usar la tolerancia, la que esconde la creencia de una supuesta superioridad.

El mayor fracaso, el que el destino no nos permitirá comprobar, hubiera sido que mi hermano Enrique Morente, debido a su querencia por aprender música como Dios manda, al haberla ejercitado nos cantara: “Cuando tengo un deseo, parece un mundo, luego que lo consigo, tan sólo es humo”.

Lluís Cabrera Sánchez
Presidente de la Fundación Taller de Músics

VULL SABER MÚSICA COM DÉU MANA
Des del Taller de Músics volem col·laborar amb el conjunt de centres d'educació musical, però per
sobre de tot, amb els col·legues de l'ESMUC i del Conservatori del Liceu per fer de Catalunya un
pol en la recerca i creació de mètodes pedagògics innovadors i convertir la nostra tasca en un art
on la frescura, la espontaneïtat i la il·lusió ens acompanyin en el camí que va de l'aula a l'escenari.
Les escoles d'ensenyaments superiors han d'estar connectades al món laboral i aquest hauria de ser
un dels seus objectius principals.
El Taller vol ser una partitura en construcció, inacabada, on la certificació de final d'obra no arribi
mai, una idea heretada d'Enrique Morente, un dels genis de la música popular del s. XX i que, a
més, ens va connectar amb el XXI.
Morente es va iniciar en el cante escoltant la veu de la seva mare a les festes familiars, voltant amb
la canalla pels carrers de l'Albaicín, parant atenció al so del metall de les campanes de les
esglésies i practicant en grup com a escolà de la catedral de Granada. Es va instal·lar a Madrid
cap a 1960 per perfeccionar el seu aprenentatge professional com a cantaor flamenc al costat de
qui va ser el seu mentor, Pepe el de la Matrona. Tertúlies en tavernes, actuacions en tablaos on es
podia aprendre cant, dansa i música amb nocturnitat i dissidència.
El 13 de desembre de 2010 va morir Enrique Morente a la Clínica la Luz de Madrid, una llum que
ha portat foscor, molta foscor al món de l'art i la cultura.
L'empremta del mestre Enrique Morente en la història de la música i la seva pedagogia ha estat
vital per entendre com es pot conrear el talent, la intuïció i l'oïda. Sense mètode pedagògic explícit,
ens va obrir en canal davant la seva insistència de disposar de mimbres propis, de ser personal
respectant l'experiència dels veterans i d'admirar als qui busquen camins sense trillar. Una vegada
has interioritzat els clàssics que van cimentar la tradició, és preferible la deriva del risc que seguir
amb la contínua repetició. I és aquí on situava el fet creatiu, un fet que segons ell es produeix des
de la individualitat, però que necessita que els entorns socials estiguin llaurats i regats com Déu
mana.
I com Déu mana volia saber música Enrique Morente. Sempre que tenia ocasió m'ho comentava:
“Lluís, quiero venirme a Barcelona y estudiar en el Taller pa saber lo que hago, igual que lo sabe tu
gente”.
L'ànima i l'ensenyament de la música han pogut projectar-se fins ara perquè es lliguen a intangibles
que no només es poden dibuixar en un pentagrama. L'esdevenir de la música popular és pura
contradicció, una barreja de dubtes, preguntes, canvis, evolucions.
Els centres d'ensenyament musical necessiten, per continuar complint la seva funció, no caure en la
temptació de convertir-se en cubicles aïllats de la pulsió del carrer, la que se situa, en els marges i
en la profunditat del que es nodreix fora dels murs de la institució.
Al planeta hi ha molta música i molts músics que toquen, componen, creen, inventen i viuen sense
pentagrama. Existeixen altres formes d'aprendre i per tant neixen obres musicals de gran valor que
no responen als cànons establerts i acceptats pels costums de la nostra idiosincràsia.
Si reconeixem que aquests sistemes són també vàlids, estarem en condicions d'establir llaços i
col·laborar amb aquestes altres realitats.
Lluís Cabrera
President de la Fundació Taller de Músics



   
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