Martes, 26 de noviembre de  2024



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''¿Es posible un mundo sin violencia?', de Chantal Maillard. En este nuevo ensayo, la escritora defiende que este mal no es consustancial al ser humano y que el daño que este ejerce no debe ser visto como natural.
acec1/8/2018



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Imaginar un mundo sin violencia puede ser más difícil incluso que no imaginar un mundo en absoluto. En ¿Es posible un mundo sin violencia? la escritora Chantal Maillard (Bruselas, 1951) Premio Nacional de Poesía por Matar a Platón (2004) y Premio Nacional de la Crítica por Hilos (2007) lucha por responder a la pregunta que ella misma lanza. Hay al menos, dice la autora, una parte de la violencia que los humanos podrían evitar: la que se ejerce por placer, por codicia o por indiferencia. Y aceptarla como natural no es admisible. La también doctora en Filosofía se lanza a la tarea de definir una nueva moral que extirpe un daño que no debe ser visto como natural, y que se ejerce igual contra humanos y no humanos.


El estado de violencia es, según todas las apariencias, el estado natural. Formamos parte de un mundo cuyas reglas de juego son simples: son las reglas del Hambre. Quienes quieren seguir existiendo no tienen más remedio que acatarlas. –Claro que seguir existiendo no es, por supuesto, la única opción posible: que la vida sea un bien no deja de ser una afirmación sin fundamento, por mucho que se utilice como premisa para validar un sinfín de afirmaciones.


Dejar de existir es, según lo entiendo, un acto de libertad, uno de los pocos actos que requieren haberse desprendido de la voluntad de seguir existiendo, lo cual exige saber desarticular el código que llevamos impreso desde el nacimiento–. Todo ser sobrevive a costa de otros. Ésta el la regla principal. Todo ser vivo se alimenta de otros seres, por lo que cualquier acto de supervivencia es un acto de violencia. También el que se defiende violenta. Tanto el que agrede como el que es agredido tratan de sobrevivir y ambos necesitan utilizar la violencia para ello. Por otra parte, vivimos sobre una planeta inestable, propenso a todo tipo de movimientos. Lo que llamamos «inestabilidad» no es sino su manera de mantener la constante de su equilibrio. Cuando estos movimientos naturales nos afectan los llamamos «catástrofes». Percibimos su violencia como agresiones y respondemos a ella tratando de defendernos.


Pero hay otro tipo de violencia que no tiene nada que ver con la supervivencia. Una violencia gratuita, que se ejerce por placer, por odio o por ambición. Esa violencia es la que distingue al animal humano de los demás animales. No les descubro nada si digo que la historia de la humanidad o, al menos, de la sociedad occidental es la historia del ansia. Sería muy fácil convertir este artículo en un documento de los horrores: bastaría con añadir los enlaces convenientes. Pronto aparecerían ante ustedes relatos de matanzas, ejecuciones, violaciones, accidentes, catástrofes, torturas, crímenes de toda clase, presentes y pasados. Sólo una ojeada a las representaciones pictóricas de los siglos pasados en Europa debería hacernos temblar. Torturas, ejecuciones sangrientas... Al verlas diríamos que la empatía no existía; ¿acaso existe ahora? Entonces se mataba en público entre risas o terror y con un dios por testigo. Ahora se mata en diferido. Ya no hay risas, ni dioses, tampoco terror: sólo indiferencia. Contemplamos la noticia de una matanza con la misma curiosidad mezclada de indiferencia con la que contemplamos aquellas pinturas. Tampoco nos afectan los relatos de torturas. No sentimos helársenos la sangre al oírlos. No se nos eriza el vello en la piel, no sentimos nuestra carne retraerse con el recuerdo del algún daño, de alguna herida. Todo lo más, un ligero movimiento de cabeza o un suspiro. ¿Cual es la razón de tal indiferencia? ¿O es la indiferencia el estado natural?


Nos preocupamos mucho, en esta cultura paternalista, de no «herir la sensibilidad». Nada me gustaría más que lograr herir aquí la sensibilidad del lector, aunque fuese mínimamente. Me conformaría incluso con molestar un poco. La molestia es lo que nos hace detenernos en el camino, quitarnos el zapato y sacudirlo para eliminar la piedra. Un momento de detención es a veces suficiente para que alguien levante la cabeza, mire a su alrededor y descubra que el paisaje es mucho más ancho que el fragmento de horizonte en el que fijamos la vista al caminar. Me gustaría que mis palabras fuesen un revulsivo. Pero sé muy bien que, tal como estamos situados, yo escribiendo en mi ordenador y ustedes leyendo lo que ahora escribo, probablemente sentados en algún lugar próximo a la luz, en otro tiempo y otro lugar, aunque mis palabras lograsen, con suerte, expresar algún tipo de realidad, ningún «Real» –según definición de S. Žižek, aquello que a causa de su carácter traumático / excesivo resulta imposible de integrar en lo que experimentamos como nuestra realidad– llegaría a transmitirse. Aun así, el empeño será, por mi parte, tratar de neutralizar aquí, a mi vez, y con la ayuda de ustedes, la parte de representación que todo relato conlleva.


 

¿Es posible un mundo sin violencia? Chantal Maillard
Vaso Roto Editorial

 

Vaso Roto toma su nombre de un poema de James Merrill, The broken bowl, y de unas palabras de Hölderlin: "Dejad que la vasija rompa el vaso para que todo lo divino se convierta en cosa humana". Los lectores habrán averiguado que se trata de una editorial especializada en poesía. Fundado en 2003 y dividido entre sus divisiones mexicana y española, en el catálogo del sello figuran nombres como los de Fray Luis de León, Adonis, Elizabeth Bishop, Anne Carson o Clara Janés.
 



   
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