Martes, 26 de noviembre de  2024



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Ha fallecido Enrique de Hériz, escritor, traductor y asimismo editor, tenaz, delicado y brillante en todo ello. ''Entendía que la vida es editar y reescribir constantemente''
acec15/3/2019



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Hay oficios que se funden con la vida, sostiene quien fuera su editor en Edhasa, Daniel Fernández. Y eso es lo que hizo siempre Enrique de Hériz, escritor, traductor y asimismo editor, tenaz, delicado y brillante en todo ello, autor de novelas como Mentira, voz española de Jonathan Franzen o Daniel Defoe y casi dos décadas convirtiendo en libros los primeros sueños de escritores como Nuria Barrios y Olga Merino. “Entendía que la vida es editar y reescribir constantemente”. Y así lo hizo hasta ayer, cuando un cáncer veloz de pulmón cortó esa asociación para siempre a sus 55 años en Barcelona.

Era habitual encontrar entre los personajes que poblaron las cuatro únicas pero grandes novelas (de forma y fondo) que conformaron como autor la carrera de De Hériz (Barcelona, 1964) a alguien que, de repente, lo había abandonado todo y se dedicaba con ahínco a su verdadera pasión. Es exactamente lo que hizo él. Tras 19 años como editor --la mayoría en Ediciones B, entonces el sello del Grupo Z y en donde llegó a ejercer de director literario seis años--, quien se licenció, claro, en Filología, lo dejó todo para escribir. Era el año 2000. Escribía siempre por las noches y fue compaginándolo con las labores de edición, hasta que le pareció imposible. “Lo tenía claro y me fue fácil: lo haría hasta que pudiera y, cuando no fuera posible, saltaría, porque siempre quise ser escritor antes que editor”, reconoció una vez.


Y lo hizo, para sorpresa de muchos. Y eso que, como todo lo que abordó en su vida, fue exquisito también en esa labor: formado bajo la égida de la editora Silvia Querini, acabó haciendo de los endiablados originales de Tom Wolfe, cargados de anotaciones a mano en el margen izquierdo y entre el triple interlineado, libros de cuidada factura. También dirigió una colección de autores españoles, donde, quizá por buen sabedor de las dificultades, esfuerzos y privaciones que comporta el querer ser escritor en España, combinado con su envidiable olfato por detectar la buena literatura, dio voz a autores inéditos o ayudó a consolidar otras ya arrancadas, como las de Juan Bonilla o José Manuel Fajardo. No fue ajeno a su quehacer su capacidad también para crear y cuidar a sus equipos, sagrados para él. Los quería y le querían tanto, con esa voz pausada y suave, pero también capaz de encabritarse con que los dirigía, que no sorprendió a nadie cuando de entre ellos surgió quien sería su esposa y madre de sus dos hijos, la editora Yolanda Cespedosa.

Escritor de cocción lenta, sabedor de contar con una fuerza inventiva y verbal muy poco frecuente, se aplicó con sus elegantes maneras reposadas y tranquilas a escribir, características igual heredadas de su pasión por la pesca. De ahí un producción corta y muy espaciada, pura artesanía, en la que invertía entre cuatro y seis años y que arrancó con El día menos pensado (1994), a la que siguió Historia del desorden (2000) y la nouvelle Sorda pero ruidosa (2003, premio de narrativa corta UNED). Tras la decisión de abandonar la edición llegó Mentira (2004), quizá su novela más celebrada, el premio Llibreter de los libreros catalanes, traducida incluso en EEUU y que acabó entre las manos de Francis Ford Coppola, quien la elogió y barajó la posibilidad de llevar al cine lo que en esencia era “un preguntarnos quiénes somos y las leyendas que acabamos construyendo sobre nosotros mismos”, según su autor.

De Hériz, de una exquisita y extrema discreción en todo, no construyó leyenda alguna a su alrededor; no lo necesitaba: tenaz (así se puso a aprendrer a tocar el saxo), siguió labrando lentamente y así llegó Manual de la oscuridad (2009). Y ya no hubo más porque el sustento le obligaba, desde que dejara su labor editorial, a hacer ponderadas pero impecables reseñas de libros (básicamente, en El Periódico de Catalunya), y, sobre todo, a trabajar como un forzado como traductor. Los nombres escogidos le definen: Franzen, Horace McCoy, James Ellroy, John Steinbeck o el Defoe del Robinson Crusoe, cuyas aventuras tradujo completas por vez primera en España.

“No comparto intereses ni literarios ni sociopolíticos; soy una isla flotante en el tiempo”, se definía cuando se le preguntaba por sus coetáneos de vocación con los que podía compartir algo de temática o estilo o hasta edad, de Javier Marías o Antonio Muñoz Molina por lo primero a Javier Cercas o Ignacio Martínez de Pisón por lo segundo. Él quería “poner al lector en donde nunca se hubiera imaginado, busco crear un espacio moral, una estética y profundizar en unas ideas”, decía. Y con ese substrato se quedarán de momento sin aparecer algunos poemas escritos, algo de teatro que quería probar y una novela ambientada en su querida Calella de Palafrugell donde veraneaba. Quizá estaba escrito que Manual de la oscuridad debía ser lo último que publicara en vida: la historia de un ilusionista al que el mundo, la vida, se empeña de golpe en desaparecer de su vista.

 

 

Carles Geli
El País



   
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