Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


Llúcia Ramis, ''Vías de escape''
acec27/7/2020



(Foto:)
 

Queridos Roberto, Jordi, Laia y Montse. Esta semana tendría que haberos visitado a la Taifa, como cada año en estas fechas, para hacer acopio de libros estivales. No sé si habría ido el 23 o cualquier otro día. Pero me apunté al éxodo barcelonés precipitadamente porque no quería arriesgarme a pasar otros siete meses sin ver a mi familia. Así que el llamado Sant Jordi de verano me pilló en Palma, donde se bautizó como Llibres a la Fresca. Algo bastante irónico, teniendo en cuenta que las paradas se montaron al mediodía para que pudieran estar abiertas de cinco de la tarde a once de la noche. En la calle Blanquerna, y en las plazas próximas a las librerías –distribuidas por barrios para evitar aglomeraciones–, corría una brisa suave a partir de las siete, y había buen ambiente local con mascarilla.


“¿Será este el fin del turismo de masas?”, le preguntaba el miércoles la directora de Seix Barral, Elena Ramírez, a la ganadora del último Biblioteca Breve, Raquel Taranilla, a través de Instagram. En su novela Noche y océano (cuyo manuscrito los miembros del jurado subrayaron y llenaron de post-its) hay un “despertar de la conciencia de la clase turista”, según la editora, casi un vaticinio de la situación actual. La autora no se atreve a sacar grandes conclusiones de lo que está pasando (en presente continuo, porque tendemos a utilizar el pretérito para hablar de la pandemia). “Nos parece que ya estamos de resaca, y no”, advierte. No sabría pronosticar si habrá un antes y un después. Es lenta reflexionando las cosas, asegura; si algo está cambiando, habrá que pensarlo, pero ella será de las últimas en hacerlo.


Dice que la literatura es una herramienta tan válida como la física para entender cómo funciona el mundo, es un campo de exploración y análisis. Y, a la vez, un juego intelectual construido entre todos. Quien le da sentido es el lector. El mismo que, el jueves, se acercó a los expositores de una veintena de librerías palmesanas, donde hubo firmas de ejemplares, cuentacuentos y conciertos sobre los escenarios. Jaume Tugores tocó de luto por la muerte de su maestro Ennio Morricone, en la plaza de los Patines. Antes se había presentado allí Escrit a casa , un trabajo colectivo impulsado por la Fundació Mallorca Literària, y en el que, durante el confinamiento, participaron doce autores, doce ilustradores y doce actores que leyeron los videorelatos en YouTube. Recopilado en un libro, el resultado es otra prueba de que la cultura, además de segura, es sólida y necesaria. “Y pese a ello, a menudo precaria”, recordó uno de los escritores, Sebastià Portell.


Todos los textos debían reflejar un aspecto de la isla durante la pandemia, y Jaume C. Pons Alorda evitó el aspecto paradisíaco para describir la violencia machista en pleno encierro, en uno de los barrios más de­satendidos de Palma. “La ciudad cultural se convierte en un espacio de ansiedades”, había apuntado Lucía Lijtmaer el día antes, en el que tendría que haber sido el primer debate presencial del CCCB tras el confinamiento. Pero los rebrotes en Barcelona provocaron que Jordi Costa y ella dialogaran sobre la Genealogía personal del videojuego ante una platea vacía, en un acto retransmitido por YouTube.


Lijtmaer hizo un paralelismo entre los videojuegos y la literatura gótica: en ambos casos se crea un mundo propio donde la atmósfera es vital, existe una idea de repetición, y el participante y el lector deben completar los fragmentos que se le presentan. El espacio donde perderse parece infinito; no es tan importante lograr un objetivo como el trayecto del descubrimiento: “Tú eres un sujeto autónomo y generas algo para que eso se construya”. Lo que le molesta a Costa de ese laberinto como vía de escape son sus límites. Ha intentado engancharse a varios videojuegos sin éxito, porque cuando se harta de abrir cajones infructuosamente, quemaría la habitación, pero esa opción no existe. Se frustra cuando hace avanzar a su avatar, y choca con un muro o una puerta. “Me iría por lugares desolados a pasear un rato”, dice, “lo virtual tendría que ser omnipotente y fluir en todas partes”. Lijtmaer añade que la situación actual, en un mundo cada vez más digitalizado, demuestra que no sabemos hasta qué punto lo inmersivo es capaz de serlo realmente.

El lector le da sentido al texto, y el autor es la primera piedra de la construcción. El martes conversaron dos premios Fémina, cuyo jurado está compuesto íntegramente por mujeres: Manuel Vilas con Ordesa (Alfaguara), y Sylvain Prudhomme con Por las carreteras (AdN/Les Hores). En el YouTube del Institut Français, Xavi Ayén buscó similitudes entre los libros: apuntan a la llamada “nueva sensibilidad masculina; las emociones son muy importantes, no predomina el pudor y hay mucha dosis de honestidad”. Para escribir el suyo, Prudhomme volvió a hacer autoestop, como cuando era joven, y le decía a quien le llevara que estaba investigando sobre el amor. Quería explorar la libertad que se da cuando dos desconocidos comparten un trecho del trayecto. Sería maravilloso viajar hasta Mallorca a dedo, a pie, o en tren. Pero este año es más complicado que nunca escaparse a ninguna parte. Por suerte, la lectura sigue siendo un buen refugio. Feliz verano raro.




Llúcia Ramis
La Vanguardia 


   
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