Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


Mario Cuenca Sandoval: en mi novela, son las mujeres las que consiguen que LUX pase del auge a la caída.
acec24/6/2021



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El célebre, y nunca lo suficientemente reivindicado, jugador de béisbol estadounidense Yogi Berra solía despertar la carcajada y el asombro con sus inopinados 'malapropismos' o gazapos lingüísticos/conceptuales. Errores deslumbrantes como "no está terminado hasta que está terminado", "nadie va a ese restaurante por qué siempre está lleno" o mi preferido: "Es difícil hacer predicciones... especialmente sobre el futuro". Que los analistas, consultores y sibilas modernas acierten con sus predicciones menos que una habitación llena de monos es bien conocido. Todos estos vendedores de futuribles crecepelos aseguran ser muy serios y luego nadie les afea sus pifias, mientras que buscamos obsesivamente en las novelas de los escritores que lo fían todo a la pura fuerza de su imaginación anticipaciones exitosas o fallos predictivos inaceptables.


¿Y qué hace Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) atreviéndose a ser desmentido -o peor, corroborado- por los hechos pasado mañana como si dijéramos? Porque la última novela publicada en Seix Barral del escritor catalán de origen y cordobés de adopción se sitúa en un futuro a la vuelta de la esquina en el cual una España postpandémica arrasada económicamente le ofrece en bandeja el Gobierno a una formación política de extrema derecha que se llama 'LUX' y comanda un tal 'Aliaga' (guiño, guiño). Cuenca Sandoval es uno de nuestros narradores de trayectoria más firme y original que en estas páginas propone su libro más actual e inquietante.


 ¿Ha escrito Lux sobre el ascenso al poder de un partido de extrema derecha en España después de una pandemia como un presentimiento, como una advertencia, o tal vez como un sortilegio para conjurar el peligro?

Un poco de las tres cosas. Digamos que todas las preocupaciones que se vuelcan en 'Lux' están en la atmósfera. Sólo había que ponerlas en orden y tratar de construir una ficción con ellas. No debemos olvidar que esto es una novela, no un tratado sobre el auge de la extrema derecha, que los hay ya magníficos. Lo que pretendo es ficcionalizar, por así decirlo, un estado emocional. Y también los preámbulos o preparativos del autoritarismo. Mi tesis personal, igual me equivoco, es que no corremos ese riesgo hoy porque vivimos en el contexto de una Unión Europea, de acuerdos internacionales en materia de derechos humanos, etc. Lo que hace mi novela es exagerar esos peligros, subrayar los rasgos ya existentes precisamente para que sean más visibles. Hay una tentación nostálgica en estos movimientos, de regreso a un pasado y a una identidad homogénea puras que son ya imposibles.


Pero es curioso porque estos movimientos tienen esa querencia nostálgica que menciona pero también funcionan como innovaciones políticas terriblemente modernas. El fascismo histórico es un ejemplo.

Sí, un sello de esto que se ha llamado "fascismo de baja intensidad" es lo bien que saben utilizar las redes sociales, agitar el avispero con polémicas artificiales y lograr visibilidad. Pero ojo, yo he evitado conscientemente el uso de la palabra "fascismo" en el libro, no aparece en ningún momento. Sin duda estos movimientos conservan un material genético del pasado pero también si les tachamos sólo de "fascistas" oscurecemos lo que tienen de novedoso, de mutación.


¿Por qué Lux y no Vox? ¿Por qué Aliaga y no Abascal?

Porque hay una voluntad explícita en la novela de construir una especie de mundo alternativo anclado en un montón de elementos diferenciales respecto a nuestra realidad. Como si proyectando a España y a sus líderes políticos en una realidad paralela, pudiéramos verla con cierta distancia. Un ejemplo, en el libro no se habla de cocaína sino de "danteína", una referencia por cierto a otra novela mía anterior. Es verdad que el país también se llama España, pero los nombres no coinciden, no se mencionan ciudades...


Todos los dramas que le ocurren al protagonista, ¿no son de alguna forma una manera no ya de explicar sino de justificar su adhesión política? No hace falta que te ocurra nada grave para pasarte a la extrema derecha, ¿no?

Como percibimos la realidad del narrador de 'LUX' desde su propio testimonio personal, el lector puede sospechar de su discurso continuamente. Este Marcelo, que no sabemos si de verdad se llama así, repite una y otra vez que él no escribe desde la culpa. El lector puede sospechar de esa motivación y también de muchos de sus testimonios. Mi intención era que el lector oscilara entre la confianza en su testimonio y la duda. Y también entre la perplejidad por el cinismo con el que justifica determinadas acciones y la razonabilidad de sus argumentos. Yo buscaba que el lector en algún momento también se reconociera, incluso con repelús: "¿yo también soy así?"


Son muy interesantes las referencias a la educación y a ese runrún de que la extrema derecha empieza a extenderse peligrosamente por los centros de estudio. Usted es profesor: ¿a los jóvenes españoles les empieza a molar el fascismo?

Sí, está pasando. A ver, es solo una intuición desde mi limitada experiencia pero sí está empezando a molar el fascismo porque se presenta como un planteamiento contracultural. Si en la escuela combatimos los prejuicios xenófobos o machistas desde, por cierto, un patrimonio común que no es exclusivo de la izquierda sino de la democracia y los derechos humanoscon tradiciones políticas dispares, entonces los alumnos pueden rebelarse de esa manera. En mis clases se pueden expresar dudas con entera libertad, jamás los reprenderé por ello. Intentaré que el debate racional clarifique los puntos de vista. Pero sí está empezando a molar y, por otra parte, hay una tendencia adanista entre el profesorado que afirma que, si volvemos atrás, a los sistemas educativos anteriores más autoritarios y memorísticos solucionaremos todos los problemas. Olvidando que la escuela está en un contexto social, no aislada, y que la realidad social en la que vivimos no es la de hace cuarenta años.


Lo de la derecha contracultural que señala. Se defiende desde posiciones conservadoras que existiría hoy una hegemonía progresista y políticamente correcta que estaría provocando que, al igual que nuestros padres se hicieron de izquierdas y se rebelaron contra la dictadura, ahora ocurriría lo contrario.

Es posible, la nueva derecha utiliza mucho esa fórmula del consenso progre que, como decía antes, es más bien un contexto democrático propio de la tradición también liberal y conservadora. Pero ellos consiguen un gran rédito con esas expresiones porque presentan así a sus líderes como valientes adalides antisistema. No son políticos sino ciudadanos. Ese populismo, ese "nosotros somos el pueblo y la democracia no nos representa" no es exclusivo de la nueva derecha, late también en la izquierda. Como si los políticos no procedieran de la sociedad y hubieran aterrizado en un ovni. Es ingenuo pero también muy provechoso.


No vamos a desvelar al lector el final de la novela pero sí quería preguntarte por la manera en que, después de horrores sin nombre, su novela ofrece una forma de enfrentarse al discurso de la extrema derecha que pasa por abandonar las polarizadoras redes sociales y hacer frente cara a cara en las calles. Como pone en práctica en el libro el movimiento de las "polillas".

Sería como recuperar el ágora. Voy a citar a Kant pese a que a Ángel Gabilondo no le fue muy bien haciendo lo mismo en la campaña de Madrid. Jajaja. La salida a una situación así pasaría por el uso público de la razón. En la novela esa reivindicación la asumen las mujeres, esas "polillas" que citas. Ellas son las que consiguen que LUX pase del auge a la caída.


¿Somos los hombres más susceptibles de comprar el discurso de extrema derecha que las mujeres?

Sí, y de hecho mi novela es eminentemente masculina en ese sentido. Es algo que se repite en todos los países donde han despuntado este tipo de movimientos. Tal vez los varones simpaticemos más con esas ideas por cierta misoginia innata. Como demuestra la virulencia con la que se ataca en España leyes como las de la violencia de género.


¿Hay en ese sentido un miedo masculino a competir al observar cómo, cuando van cayendo las barreras sociales, las mujeres empiezan a superarnos en muchos campos? El miedo como generador de identidades cerradas y malignas...

El miedo es uno de los vientos que impulsan unos movimientos cuya estrategia pasa por peraltar peligros que en muchas ocasiones no son ni graves ni estadísticamente relevantes. Fíjense en la polémica por los anuncios de Vox en Madrid sobre los menas. Cuando apenas había centenares de personas en esa situación entre millones de personas.


A propósito de los menas. También crece últimamente una izquierda obrerista pero anti inmigración, que algunos llaman rojiparda. Recuerdo a Anguita asegurando que la inmigración de los bárbaros había acabado con el Imperio Romano, por ejemplo.

Que avancemos hacia sociedades cada vez más encapsuladas y refractarias a la inmigración es un riesgo posible. Si la izquierda se apuntara a algo así me parecería una traición a su ADN y a sus reivindicaciones históricas. Pero claro, la inmigración es otro ejemplo de lo que comentábamos antes, de la utilización política de los miedos y temores más o menos imaginados. Desecuenta de que en los últimos años la inmigración no ha parado de crecer mientras que la delincuencia no dejaba de disminuir.


Cuando empezó la pandemia, nos preguntábamos como afectaría a la ola creciente de la derecha populista. Más de un año después aún hay dudas al respecto. Por un lado las encuestas aseguran que Le Pen podría ganar esta vez sí las presidenciales en Francia. Por otra, Trump ha perdido. ¿Se atreve una vez más a hacer eso tan difícil que es predecir... especialmente el futuro?

Yo en la novela desarrollo hasta el extremo una posibilidad, el auge de la extrema derecha. Pero en política nada está definido porque un acontecimiento inesperado puede revolverlo todo. No me atrevo a hacer un pronóstico, todo va a depender de cómo muevan sus piezas la derecha digamos centrada. El auge o caída de VOX va a depender más de los movimientos del propio PP que de lo que haga la izquierda. Si los populares consiguen mostrarse como la gran casa común de la derecha, VOX será un partido irrelevante.






   
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