Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


La contracultura y el underground en la Catalunya de los años 70
acec30/5/2021



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Antes de que llegara lo que ahora se conoce como el régimen del 78 hubo otro movimiento social y cultural que, no por casualidad, decayó precisamente en el año totémico de 1978 y cuya capacidad revolucionaria precedió y superó a la del cambio de régimen político. Con el título de La contracultura y el underground en la Catalunya de los años 70, a partir de un encargo del director general de Difusión de la Generalitat Jordi del Río, Pepe Ribas –director de la mítica revista Ajoblanco y que ya había dedicado un libro a reflexionar sobre este periodo (Los setenta a destajo, Destino, 2011)–, Canti Casanovas y el arquitecto Dani Freixes han realizado una ambiciosa exposición en el Palau Robert, de Barcelona, que recoge las grandes transformaciones en los valores, la moral y las costumbres que se produjeron durante aquella década, así como sobre la desbordante creatividad que abrió infinidad de nuevas vías en todos los campos de la cultura. Se inaugura el 1 de junio.


Barcelona era entonces un espacio mental alejado del poder político; desenfocado dentro de la España franquista. El régimen, caduco y artrítico, concentraba su represión en la contestación política porque, entre otras razones, carecía de las claves para identificar la mayor parte de las transgresiones sociales y culturales que protagonizaba la generación más joven. Habían saltado por los aires las barreras que se interponían al flujo de información sobre los grandes cambios que estaban teniendo lugar en las sociedades occidentales en la estela del mayo del 68. La ­revolución sexual, el feminismo, el hipismo, el situacionismo, las comunas, el consumo de drogas y las experiencias psicodélicas… Lo que sucedía en San Francisco o Nueva York, en Ámsterdam o Copenhague, llegaba sin filtros a Barcelona. Y por encima de todo estaba el rock, cuya potencia transformadora iba mucho más allá de su condición de moda musical.


Esta Barcelona fecunda alumbró una revolución que trasformó las mentes y puso los cimientos de la sociedad que ahora vivimos. Por decirlo de otra manera: la liberalización de las costumbres; la libertad sexual –incluido el matrimonio homosexual–; el feminismo; el cambio radical en el campo de la salud mental que llevará a la desaparición de los manicomios; la despenalización de la eutanasia; la preocupación por el medio ambiente que generó el movimiento ecologista y la mayoría de pulsiones antiautoritarias y transformadoras que ahora damos por hechas, son consecuencia de este movimiento que, sin embargo, no sobrevivió a la institucionalización de la democracia.
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Visto con la distancia de casi medio ­siglo parece necesario señalar que aquello fue posible, también, porque como decía Bob Dylan Your sons and your daughters are beyond your command (…) for the times they are a-changin . Además, las circunstancias eran favorables. La vida era más barata; la vivienda suponía sólo una pequeña parte de los ingresos; la oferta de ocio, de restauración, de diversión, de ropa era limitada y el dinero no tenía el mismo valor que ahora. Thatcher, Reagan, el neoliberalismo y los codiciosos ochenta estaban aún por llegar.


¡Qué diferencia el underground de la contracultura? Por lo primero se entiende el proceso de creación, radicalmente heterodoxo en su forma y contenido, pero que sólo se convierte en contracultura cuando entra en contacto con los otros, cuando se hace público y se engarza en una red. La contracultura sería esa red, ese espacio compartido. La exposición la atraviesan dos preguntas que se retroalimentan. ¿El movimiento contracultural fracasa y se diluye a finales de la década por ago­tamiento y por la llegada al poder de los partidos políticos que pasaron a ejercer el control sobre la cultura, o por el ­contrario hay que proclamar su triunfo incuestionable porque su ­potencia ­revolucionaria puso en marcha una ­dinámica que cambió para siempre nuestra sociedad y que todavía sigue pro­duciendo efectos en nuestros días?


Explicar en poco más de doscientos metros cuadrados una década poliédrica y exuberante, repleta de acontecimientos y con cientos de protagonistas es complicado. No podía ser un paseo cronológico lineal porque fue un proceso transversal y repetitivo. Tampoco podía ser un muestrario descontextualizado. El hilo del tiempo lo establece una alfombra hecha de portadas de periódicos de aquellos años que recorre toda la exposición y señala los principales acontecimientos. Las salas reproducen espacios y reúnen temáticas.


Se entra a la exposición a través de una verja; metáfora de la salida del franquismo. Franco todavía estaba alive and well a finales de la década de 1960, pero aquellos jóvenes habían decidido vivir como si el hecho biológico –el eufemismo que se empleaba para mentar la muerte del dictador– ya hubiera tenido lugar. Fue la pérdida del miedo lo que abrió la espita de la creatividad. En la primera sala están los pioneros, los que regresaban de Berkeley como Luis Racionero y María José Ragué, o Damià Escudé y Àngel Fàbregas, que publicaba cancioneros con traducciones de las letras de Bob Dylan y que más tarde fundaría la discográfica Als 4 Vents / Concèntric. Como banda sonora suena el himno que los Beatles dedicaron al LSD: Lucy in the Sky with Diamonds; Like a Rolling Stone, de Bob Dylan y Satisfaction, la exaltación del deseo sexual de los Rolling Stones. Psicodelia, trasgresión cultural y liberación sexual.


El movimiento hippie que surge a finales de los sesenta y que tiene en Eivissa uno de sus principales destinos, es una de las principales semillas del primer underground. Barcelona se convierte en una etapa clave del peregrinaje; la plaza Real, en el lugar de encuentro antes de tomar el barco, y las noches se pasan en locales como el Jazz Colón, el London –donde se dan cita los poetas– o la discoteca Les Enfants Terribles, espacios que la exposición recrea físicamente. Todo sucede en el eje de la Rambla, el río en el que todos se reconocen, pespunteado por locales como el Zurich, Moka, American Soda, Café de la Ópera u Hotel Oriente, entre otros. De la mítica Sala Zeleste de la calle Argenteria (antes, Platería) se recupera el mobiliario y la lámpara que la hizo famosa y se reproducen videos de actuaciones. Del rock psicodélico de Pink Floyd se salta al funk de James Brown que sonaba en Les Enfants… para luego saltar al Grup de Folk, a los festivales del Iris y el Price, donde se desarrolla la gran cosecha de música local: Máquina!, Música Dispersa, Sisa, Pau Riba, etcétera.


En esos primeros años se producen acontecimientos impensables en aquella España de plomo. En 1971 tienen ­lugar las Veinte Horas de Música Progresiva de Granollers, donde no sólo actúan las bandas locales más potentes, sino que también acude uno de los grupos fetiches de la escena británica del momento: The Family. La exposición incluye la imagen del campo de fútbol lleno hasta los topes de gente viajando en LSD, y alrededor del estadio un cordón vigilante de la Guardia Civil. También en 1971 tiene lugar en Ibiza el Congreso Internacional de Diseño, que pasará a la historia como Instant City. Dos videos sorprendentes explican cómo cientos de peluts –como se les conocía en la isla— acuden a la cala Sant Miquel siguiendo un tam-tam generacional y se organizan para levantar una efímera ciudad hinchable, casi una catedral de colores.
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Paralelamente surge el movimiento de dibujantes de El Rrollo Enmascarado, que viven y trabajan en la famosa comuna urbana de la calle Comerç. Nazario, Mariscal, los hermanos Farriol, Martí o Montesol, entre otros, crean una versión local absolutamente original del cómic underground, que habla sobre lo que les sucede. A este colectivo se le suman creadores de toda España: Ceesepe –el más original— y El Hortelano, entre otros. Surgen las comunas, que rompen con la familia patriarcal y el modelo autoritario. Una de las primeras, en el Tibidabo, es la de Pau Riba, que poco después emigraría a Formentera.


A finales de 1973 el movimiento contracultural celebra su madurez con el concierto de King Crimson en Granollers, y la muestra ha conseguido encontrar imágenes, no ya de la banda de ­Robert Fripp, sino del público con los ojos iluminados. Uno de los organizadores, Gay Mercader, se convertirá en el promotor de referencia que traerá a las bandas más importantes y cambiará la escena musical en España. Los conciertos se multiplican y en 1975 tendrá lugar el primer gran festival, el Canet Rock, que con Franco aún vivo reúne entre 20.000 y 30.000 personas. Se harán hasta cuatro ediciones sucesivas siempre con surrealistas roces con la censura y las fuerzas del orden que la muestra recoge.
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Poco después nacen las dos grandes revistas del movimiento: Star y Ajoblanco. Ambas se vendían en los quioscos y llegaron a tener buenas tiradas –espectaculares en el caso de Ajoblanco —y funcionaban como las actuales redes sociales, como vehículos de comunicación entre sus lectores, especialmente en los anuncios por palabras, utilizados tanto por la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) como por todo tipo de corazones solitarios.


La última recta de la exposición arranca con las Jornadas Libertarias del Park Güell, el momento álgido del movimiento contracultural. Es entonces cuando suena la alarma en las capas dirigentes de la sociedad catalana que se disponen a ocupar el poder político. La prensa, que ha mirado, sino con simpatía, sí con una cierta distancia este movimiento, lanza una dura ofensiva. Se destacan las imágenes de Ocaña y Camilo desnudos en el escenario; las provocaciones sexuales, la desinhibición general, e incluso se magnifican supuestos destrozos vandálicos. A principios de 1978, el incendio de la sala de fiestas Scala –supuestamente a causa del lanzamiento de cócteles molotov tras una manifestación convocada por la CNT– causó la muerte de cuatro trabajadores. Las sospechas de que fue un montaje policial no impidieron que se culpara a los cenetistas y el movimiento libertario.


El tramo final de la muestra, pese a que anuncia la derrota de la utopía, también recoge la expansión del movimiento contracultural. El número de salas, revistas, galerías de arte, teatros, comunas, ateneos libertarios, radios libres, conciertos… aumenta exponencialmente. Se integran nuevos formatos de comunicación como el vídeo. ­ ónico de los alemanes Kraftwerk, que anuncian la década de los ochenta.



La contracultura y el underground en la Catalunya de los años 70

Comisario: Pepe Ribas. Con la asistencia de Canti Casanovas

Palau Robert. Barcelona. A partir del 1 de junio



   
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