Martes, 26 de noviembre de  2024



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Anna Caballé: ‘El saber biográfico’ (Nobel), Premio Jovellanos de Ensayo.
acec1/7/2021



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“Me siento un poco avergonzada”, reconoce una Anna Caballé (Hospitalet de Llobregat, 1954) recién bajada del AVE escasas horas antes de presentar en la Fundación Ortega de Madrid el Premio Jovellanos por su ensayo El saber biográfico (Nobel). Y es que en esta ocasión la reputada biógrafa —Premio Nacional de Historia por su relato Concepción Arenal, la caminante y su sombra y autora de sendas incursiones en las vidas de Carmen Laforet y Francisco Umbral, entre otros— se ha centrado también en sí misma. “Esta es una obra fruto de la pandemia, de esos meses de ensimismamiento. Quería recoger impresiones, comentarios, lecturas… explicar qué es para mí una biografía y por qué su lectura me ha salvado la vida a veces”.


Y es que este ensayo de Caballé pronto trasciende lo personal y se asienta en un terreno en el que la responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona se siente más cómoda, el de la teoría y praxis de la biografía, género que, según apunta, ha adolecido, especialmente en nuestro país de problemas como “un excesivo peso erudito. Se ha primado a la documentación, la discusión de un dato, pero muchas carecen de una estructura que narre la historia de una vida”. Para la escritora, una biografía es “un género que aborda el interés gnoseológico de la vida humana, especialmente reivindicable en este momento de crisis humanista. Es necesaria una cultura biográfica que aborde las experiencias de los personajes, que desprenden un conocimiento objetivo, útil para todos".


Desde esta postura que plantea, ¿cuál es la clave de una buena biografía? ¿Dónde debe depositar el peso?

Tradicionalmente, la biografía se ha centrado en la casuística, en la praxis y no en la teoría, porque es difícil teorizar sobre ella. Cada biografía en la medida en la que parte de unas condiciones muy particulares, genera su propia poética. En algunos relatos lo importante será el conocimiento de una realidad desconocida de un personaje, en otro, desvelar los conflictos de aquella personalidad, en otro, rebajar el carácter estatuario del personaje... Las motivaciones de cada biografía son diferentes, pero una buena es para mí un ejercicio de equilibro. En el pasado, las biografías escondían los secretos debajo de la alfombra, se construían relatos hagiográficos donde los protagonistas eran siempre admirables. Y eso hacía que hubiera una gran distancia entre el lector y el personaje, tan perfecto que no aportaba ningún conocimiento. La biografía contemporánea hace los personajes humanos, muestras sus conflictos y complejidades, sin prejuicios ni autocensuras. Ese ha sido un gran paso.


El libro traza una nutrida genealogía de la amplia historia de la biografía. Ahora que habla de evolución, llama la atención como en el pasado la elaboración de biografías no respondía a caprichos, sino que los biógrafos, como Zweig o Plutarco, se apoyaban en personajes antiguos para reflexionar sobre su presente. ¿Es este uno de los poderes del género? ¿Son muchas biografías hijas de su época más que de la de su protagonista?

 Las preguntas que se hace el biógrafo son siempre las preguntas de su presente y se las hace a un personaje que pudo vivir doscientos antes, al pasado, en busca de conocimiento y comprensión. Si eres capaz de encontrar en personajes del pasado, en sus experiencias vitales, respuestas prácticas a interrogantes que te estás formulando, esta es la gran aportación de la biografía a la historia y a la comprensión del pasado. Por ejemplo, me costó entender por qué Plutarco escribió sus Vidas paralelas entre griegos y romanos. Solo recientemente, al vivir una sensación como la suya de división entre dos culturas con el conflicto entre Cataluña y España logré comprender su visión. Él pretendía que ambos se comprendieran mutuamente, una solución magnífica que apoyó en biografías que hoy son casi el canon más antiguo que conservamos.


Antes apuntaba el defecto hagiográfico del género. ¿Cuáles son los peligros del género? ¿Cómo evitar que una biografía se convierta en una mitología de un personaje, especialmente si está vivo, como ocurrió en su caso con Umbral?

En el libro defiendo la existencia de una moderna y potente escuela biográfica española que estamos haciendo un esfuerzo por desarrollar como sociedad. Cada vez hay más biógrafos que son conscientes de la importancia, dimensiones y responsabilidad de esta escritura. Un biógrafo deber tener, como un médico, un abogado o un periodista, un código deontológico, pues trabaja con la vida de otros: su memoria, su fama su prestigio, sus derechos… De nuevo la clave la pongo en la palabra equilibro. Hay que buscar siempre la verdad del personaje y respetar su intimidad o su derecho al honor. Esto solo se puede valorar en casos concretos, claro. Personalmente, me llevó a situaciones difíciles con la obra sobre Umbral, pues si no contaba toda la verdad el relato no se sostenía, pero también entendía su derecho a que él no quisiera que se contara su vida. Una persona como él construyó un personaje, creando una distancia entre ambos y como biógrafa hube de mediar con ambas dimensiones.


Varios capítulos de su libro abordan la construcción del género en España, que tras la Guerra Civil sufrió una manipulación del posterior régimen. ¿Debemos recuperar hoy en día ciertas biografías de las que se apropió el franquismo?

Ciertamente es un deber moral. El franquismo convirtió la biografía en una herramienta ideológica por sus propios de intereses espurios, lo que fue muy perjudicial para un género que cuajaba en los años 20 y 30, en el marco de un movimiento similar en Europa, de mano de intelectuales como Eugeni D’Ors, Gómez de la Serna, Ortega, Marañón, Laín Entralgo… El nacional-catolicismo pervierte y perturba las historias de algunos personajes sumamente interesantes que quedaron identificados con un franquismo que los utilizó, como el Cid, los Reyes Católicos o Teresa de Jesús, que si no fuera por el feminismo hubiera quedado asociada al brazo incorrupto. Todo esto explica también el peso del hispanismo de historiadores extranjeros, y que el biógrafo oficial de Franco sea Paula Preston. Nos ha costado mucho ser libres para hablar de nuestra propia historia, pero, afortunadamente, cada vez es más frecuente. Todavía tenemos una necesidad de reconciliación con nuestro pasado, debemos reescribirlo, y lo estamos haciendo.


Este uso político, religioso o simplemente intelectual es una constante a lo largo de la historia, ¿sigue siendo frecuente hoy en día o está superado?

Por supuesto que se hace, la biografía es una gran arma política, aunque muchas veces no es tan evidente. Pensemos, por ejemplo, en las múltiples biografías de Kafka. En una se destaca que escribía en alemán, en otra su herencia judía, otra aborda sus dificultades con mujeres… todas aportan distintos sesgos en función de ciertos intereses. Y es que la cultura biográfica guarda una gran diferencia con la literatura en el sentido de que siempre permite ser reformulada. Una buena novela siempre lo será, pero una biografía puede reescribirse con el tiempo al comprender aspectos del pasado que no supimos ver en otras épocas. La genealogía de la biografía, sus finalidades, evolucionan cuando la idea ser humano se amplía y las exigencias del lector se vuelven más complejas. No olvidemos que la biografía surge en Grecia como herramienta moral, como medio para poner ejemplos prácticos de lo que es la virtud, porque hablar de bondad en abstracto es imposible.


En ese contexto de actualización histórica ha insertado Caballé buena parte de su trabajo, por ejemplo, el centrado en rescatar figuras femeninas como hizo en obras como El bolso de Ana Karenina o El feminismo en España. La lenta conquista de un derecho. También en su más reciente estudio biográfico, el citado libro sobre Concepción Arenal, de quien la autora destaca que se preguntó “si merecía la pena rescatarla del pasado. En este caso se aplica lo que comentaba. El franquismo utilizó el personaje vendiéndola como una pensadora católica y tradicional, pero fue mucho más que eso. Deslindar el grano de la paja enfrentándonos a la excesiva politización de la cultura y alejar la escritura biográfica de las causas políticas”, defiende.


Precisamente esa simbiosis de biografía y política ha vivido una explosión reciente. En los últimos años, todos los políticos publican una biografía, digamos, justificadora. Obama es un ejemplo claro, pero en España muchos han hecho lo mismo. ¿Es esto un ejemplo de ese uso que hablaba? ¿Por qué se produce?


Este fenómeno nos conduce a otra dimensión que refleja que nuestra sociedad ha superado la escisión que había en el pasado entre vida pública y la privada. Antiguamente la vida pública exigía una serie de ritos y protocolos, y la vida privada era secreta donde las elites podían actuar impunemente. Desde el siglo XIX hemos evolucionado hacia una ética que concibe que la vida privada es el mejor escenario para demostrar los valores de ejemplaridad pública. Ya no aceptemos que un personaje haga con la mano derecha una cosa y con la izquierda otra. Eso ha derivado en que el mejor aval de un político para conseguir credibilidad hoy en día sea su biografía. Aun así, sabemos que es una coherencia que no existe, por lo que yo desconfío mucho de estos textos que sí son hagiografía, pura propaganda.


Otro aspecto que genera reservas, y al que dedicó su libro Narcisos de tinta, es el de la literatura autobiográfica. ¿Qué pulsiones la distinguen de la biografía? ¿Hasta dónde puede uno fiarse de alguien que habla de sí mismo?


Ese libro tiene ya veinticinco años y mantengo el mismo punto de vista. Frente a esa idea de autobiografía entendiéndola como un ejercicio de vanidad o presunción, yo admiro mucho el género autobiográfico, porque es alguien que se expone a sí mismo. Y si lo hace con un mínimo de sinceridad y rigor se convierte en un ejercicio apasionante. Es complementario a la biografía. La gran diferencia es que una puede escribirse con lápiz y papel, porque es mi mundo el que reflejo, el yo, y en el otro necesito documentarme profundamente. Siempre está el peligro de que un autor no sea sincero, pero cuando logra mostrar sus luces y sus sombras, surgen maravillas como las obras de Montaigne o Rousseau.


Tras todos estos siglos de evolución, ¿cómo se entiende el género hoy? ¿Cuál es o debería ser su finalidad, su utilidad? ¿Qué biografías son más necesarias, qué época o personaje está más necesitado de contextualizar?

Ahora se habla mucho del concepto de empatía, de ponerse en lugar del otro y comprenderlo. La cultura biográfica es algo forzosamente empático, porque tanto si escribes como si lees biografía tienes que ponerte en el lugar del otro. Y es un otro que existió, lo que le da un valor añadido. Por ejemplo, si Gabriel García Márquez en Cien años de soledad me dice que los aurelianos nacían todos con cola de cerdo, me quedo tan contenta. Sé que es ficción. Pero en una biografía hago continuamente el esfuerzo de trasladarme a la situación que se narra, que debe ser veraz. El mundo de la biografía te exige como consumidor un compromiso entre verdad y mentira. En cuanto a lo otro, creo que la época más necesitada de una verdadera comprensión es el pasado inmediato. Por ejemplo, en el siglo XIX se reflexionó mucho en todos los campos sobre la Edad Media, para separar los mitos e idealizaciones de la historia real. Hoy en día, lo acuciante es comprender el siglo XX. Nos tenemos que reconciliar con nuestro pasado, con el lugar de dónde venimos, que se nos ha hurtado de muchas maneras.






Foto: DAVID ARQUIMBAU SINTES



   
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