Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


Barcelona, la ciudad escrita
acec5/7/2021



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La transformación de la Barceloneta en las últimas décadas, la desmadrada Barcelona de la Transición y el destape, las calles de Sants como escenario de un amor maduro, el eco industrial de los edificios del Poblenou... Varias de las novelas publicadas este año revisitan el imaginario literario de la ciudad de Barcelona, poblando sus calles de nuevas historias que ya forman parte de la memoria de los lectores. Repasamos aquí algunas de ellas.


El ambiente canalla de los 70

Sergi Doria (Barcelona, 1960) cierra una trilogía centrada en Barcelona. En No digas que me conoces (2015) se ocupaba de los años 20 con la historia de un estafador que hasta se hizo pasar por Alfonso XIII; en La verdad no termina nunca (2018) la acción iba saltando de los años 30 a los 50. Ahora, en Antes de que nos olviden (Destino), el mismo personaje de la anterior, Alfredo Burman, habita en los locos años 70.

“La Transición es una época libertaria –afirma el autor, en una terraza del Eixample–, se salía de una dictadura, y de repente parecía que todo el mundo podía hacer lo que quisiera”. La noche está representada en discotecas como Les Enfants o los espectáculos del Paral·lel (“El Molino representa la tradición de music-hall mientras que el Bagdad fue la gran novedad del porno”). En suma, “un paisaje muy felliniano, con personajes como Ocaña bajando por la Rambla, los reportajes de la revista Interviú, que combinaba el destape con el periodismo de investigación y las grandes firmas...”.


Aparecen secundarios de lujo, algunos con sus nombres reales, desde estrellas del Paralelo como La Maña o Pipper a actrices como Nadiuska o Emma Cohen o el cineasta Ignacio F.Iquino, “que pasó de rodar películas religiosas a dedicarse al destape. Un vecino mío era extra suyo y me contó muchas cosas”. A otros les cambia el nombre, como el fotógrafo Sampons, que trabaja con el periodista gonzo Chus Granero, alguien “que se pasea desnudo por la calle para ver la reacción de la gente, o va a intercambios de parejas, como Gay Talese”.


Otro personaje es Moncada, “un señor que trabaja en una editorial que quiebra, donde en los desvanes hay una cantidad de grabados de Madrazo o Fortuny, así como manuscritos de grandes escritores”. La situación política aparece de trasfondo, con “un Jordi Pujol que entonces no pintaba nada, era un banquero”. La novela se inicia mucho antes, con la explosión del buque Express en el puerto de Barcelona en 1875, en el que “murieron entre 20 y 30 personas y muchas más quedaron malheridas”. Otro aspecto que refleja es el tejido asociativo de la ciudad, con entidades como la cooperativa La Fraternitat, de “esa Barceloneta hoy tapada por el turismo, y que reflejaba una cultura ateneística que al final fue eliminada por los centros cívicos, que son de la administración, ya no los controlan los propios vecinos”.


Amor maduro en Sants

La Premi d’Honor de les Lletres Catalanes de este año, Maria Barbal, también ganó el premio Josep Pla de novela con Tàndem ( Destino), una historia de amor en los años maduros, en el barrio de Sants de Barcelona. La escritora Maria Barbal, que consolidó su carrera con novelas rurales como Pedra de tartera, ha alternado los escenarios de los Pirineus con el entorno urbano en su obra.

En esta novela, un hombre viudo y una mujer casada coinciden en unas clases de yoga. Se acaban de jubilar y sus relaciones familiares son singulares. Las calles, los cafés y el barrio barcelonés encarrilan una nueva amistad, de la que nace el amor en la madurez.


El aroma fabril de Poblenou

En una línea opuesta, Julià Guillamon ha publicado La fàbrica de gel ( Galaxia Gutenberg), una novela de nueva planta que tiene su origen en La fàbrica de fred , de 1991. La acción transcurre en el Poblenou anterior a la reforma olímpica, cuando el barrio ya había perdido su carácter industrial, pero aún conservaba su aroma, sobre todo en los restos de edificios fabriles.


La novela del escritor y crítico barcelonés es un texto experimental, protagonizado por un joven en esa Barcelona que aún no ha dado el giro hacia el turismo y vive en las ruinas de su pasado, en un escenario apocalíptico y un mundo postpunk.


Nostalgia del ayer y del mar

Antonio Iturbe hace un recorrido por el barrio colindante, la Barceloneta, subrayando el contraste del ayer y el hoy, de la infancia y de la edad adulta, de la Barcelona de antes y la de después de las Olimpiadas en La playa infinita


El Iturbe del libro nació y creció en una Barceloneta de pescadores, chiringuitos de producto fresco, pero sin relumbrón y playas olvidadas por el resto de la ciudad. Después deambuló por Canadá, Japón y Suiza donde pudo vivir de su carrera de Física para volver ya en la cuarentena a un barrio casi desconocido, colonizado por los turistas y por las cadenas de restauración internacionales en el que las playas han pasado a ser uno de los bienes más codiciados por el resto de la ciudad.


Esa transformación permite a Iturbe (Barcelona, 1967) contar la Historia en mayúsculas de la Barceloneta y también ahondar en la historia en minúscula, la de su infancia y adolescencia entre las estrechas callejas de un barrio de pescadores que apareció de la nada: “La Barceloneta era un arenal, que con el tiempo se convirtió en una playa extramuros de la ciudad en la que se instalaron desertores, buscavidas, fugitivos y pescadores que levantaron casitas de madera allá por el siglo XIII o XIV”, recuerda Iturbe, autor también de A cielo abierto y La bibliotecaria de Auschwitz


Por ese espacio de libertad pasaron Cervantes y también su Quijote, que se batió en duelo en la arena de la Barceloneta contra el caballero de la Blanca Luna. También estuvo allí Albert Einstein para saludar a Pere Vergés y Teresa Cadanet, artífices de la pionera y ya desaparecida Escuela del Mar. Y Ferdinand de Lesseps vivió en el barrio al lado de la iglesia de San Miguel.


Y junto a todos estos personajes de renombre habitaron en la Barceloneta Parra, Lalo, Genís o Silvia Minerva, los compañeros de colegio y travesuras de Iturbe, porque La playa infinita es “un artefacto de muchos materiales, de mi propia memoria, de la documentación sobre el barrio y de las proyecciones de la imaginación”, dice el autor que ha vuelto al pasado con este libro que es un canto a la nostalgia del ayer y del mar.





   
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