Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


Pepe Ribas: «La cultura es cómo vives, no cómo piensas»
acec7/4/2022



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A Pepe Ribas (Barcelona, 1951) le brillan los ojos cual hombre de la pradera a la hora de habar de contracultura. No se ha tomado ningún ácido, que sepamos. Tan solo notamos que le fascina divagar sobre un período que vivió en primera persona y que luego se ha dedicado a estudiar con profesionalidad y ahínco. Como juez y parte, desde que publicara en 2007 Los 70 a destajo, sus imprescindibles memorias, hasta el día de ayer, recién clausurada la magna exposición sobre contracultura catalana comisariada por él y Canti Casanovas, visitable durante los últimos meses en el Palau Robert de Barcelona, Ribas ha ido construyendo un relato detallado de cuanto aconteció al margen de los márgenes durante los últimos coletazos del franquismo y el cada vez más polarizante proceso de transición.


La presentación en Sevilla del impresionante catálogo de la citada muestra nos ha dado la oportunidad de sentarnos con él para hablar largo y tendido sobre la aventura que fue el primer Ajoblanco y por todo aquello que nuestra historia viene queriendo que se entienda o no por contracultural. 


La contracultura en España, ¿crees que tuvo algún rasgo propio significativo o fue, como afirman algunos, una mera imitación de la extranjera?

El movimiento contracultural en España no fue para nada una copia del movimiento internacional, sobre todo porque nuestra contracultura estuvo sustentada en muchos aspectos por la cultura popular, que no existe tal cual en otros países. En España, además, especialmente en Andalucía y en las áreas mediterráneas, ya había un fuerte movimiento libertario a finales del siglo XIX, mucho antes de que hubiera nada parecido en Estados Unidos. Nuestra cultura popular y nuestro pasado libertario hicieron que la contracultura española fuera una contracultura totalmente diferente a la de los demás. ¿Crees que Ocaña copiaba a alguien? ¿Crees que Nazario lo único que hacía era imitar a Robert Crumb? ¿Se parece Ajoblanco a alguna revista contracultural francesa?


Dicho esto, sí creo que no debería hablarse en términos generales de contracultura española, pues hubo una contracultura catalana, una contracultura andaluza y poco más. En Madrid, por ejemplo, no hubo apenas contracultura, por una cuestión lógica además. Para que la contracultura surja es necesario que existan zonas liberadas, espacios de libertad, y en Madrid no los hubo sencillamente porque Madrid fue siempre una ciudad republicana, que fue burocratizada y represaliada por el franquismo cuando este tomó el poder. Barcelona, en contra, fue siempre una ciudad libertaria, «arrepublicana», podríamos decir, por lo que el franquismo la «premió» con más industria, lo que provocó que la ciudad desarrollara un tejido productivo propio independiente de lo oficial y con poquísimos funcionarios.


Cataluña se convirtió así en un lugar lleno de agujeros de libertad, no solo en Barcelona, también en Manresa, Reus, Mataró… Madrid y Barcelona eran mundos distintos. Cataluña, dada su alta pluralidad cultural, comenzó entonces a reivindicar su propia cultura. Surgió así la nova cançó, surgieron los estructuralistas, surgió el clan Barral y a su alrededor se asentaron en Barcelona los grandes escritores latinoamericanos del momento, con los que podías hablar de tú a tú, no iban todavía de divos. Surgieron luego los Novísimos, que eran otro mundo, como lo eran también los de la Gauche Divine, pero eran en todo caso submundos que no existían en Madrid, donde lo más que te podías encontrar era a los de Fuerza Nueva o a los Guerrilleros de Cristo Rey por todas partes. Por eso en Madrid no pudo haber contracultura, porque no había territorio liberado, mientras que en Barcelona había barrios enteros. En Sevilla también hubo en algún momento zonas liberadas, gracias a la cultura gitana, que fue siempre muy libertaria. Ahí tienes el caso de La Cuadra de Paco Lira. Un lugar así no hubiera podido existir en Madrid. 


Viviendo como vivía España bajo una dictadura, ¿no debería entenderse como contracultural cualquier transgresión cultural de la época?

No debería, pues fue precisamente en los territorios en los que había agujeros de libertad en los que se desarrolló esta contracultura propia. La contracultura significa por encima de todo vivir al margen, sea este el margen que sea, una dictadura como la española o una democracia como la estadounidense. Para poder vivir al margen necesita uno espacios abiertos donde poder socializar, donde poder gestar transformaciones, donde poder funcionar a través del trueque, que era nuestra moneda de cambio. El franquismo se vivía entonces sobre todo dentro de las casas, residía en las figuras paternas, y por eso nos quisimos independizar todos tan pronto. Es cierto que aquello pudo hacerse realidad gracias a la situación socioeconómica en la que se vivía entonces, donde con el quince por ciento del sueldo de un cartero se podía pagar el alquiler de una vivienda de cien metros cuadrados en el centro de cualquier ciudad, sobrando luego dinero para hacer muchas cosas. Estoy hoy día es imposible, porque lo que ha cambiado es el valor del dinero. Hoy con un buen sueldo apenas puedes alquilar un piso. En aquella época fueron así viables muchas cosas que hoy resultarían impensables.


En cualquier caso, el franquismo en Barcelona, insisto, no llegó a integrarse nunca en las estructuras de poder, que siguieron en gran medida en manos de los industriales. Mi padre, por ejemplo, que había luchado en Burgos en el 39 con los nacionales, a cuyo padre además lo habían matado los anarquistas, destruyendo de paso su fábrica, cuando vio que tenía el carnet de la CNT lo único que me dijo fue: «Haz lo que quieras, pero sin violencia». Mi padre era falangista, liberal, pero sus libros de cabecera eran los Ensayos de Montaigne y La decadencia de Occidente de Splenger. Fue una persona que me dio una cultura impresionante. 


¿La contracultura española fue una revolución burguesa?

Para nada. Para empezar porque no sabíamos ninguno de dónde venía la gente, nadie tenía apellidos. Fue una mezcla social absoluta. En Ajoblanco estábamos: Quim Monzó, hijo de una obrera y de un costurero; Toni Puig, que venía de un pueblo pequeñísimo donde su familia regentaba una mercería; Claudi Montañá, hijo de unos panaderos; Albert Abril, hijo de una estanquera; Fernando Mir, que era clase media; Luis Racionero, que era pequeño burgués; y yo, que sí era burgués. Pero nadie se preocupaba de saber de dónde venía el otro. Fuimos además nosotros quienes protagonizamos la ruptura sobre este hecho con las generaciones anteriores al no hacer juicios sumarísimos contra nadie, cosa que hasta los comunistas hacían entonces, por ejemplo, contra los homosexuales. 


En aquella época, todos estábamos huyendo de forma espontánea de los autoritarismos, no solo del franquismo sino también del marxismo, del maoísmo y del leninismo. Nos guiaba nuestro instinto y por supuesto nuestras lecturas, a las que llegábamos muchas veces por casualidad. Esta es otra prueba de que nuestra contracultura no fue imitación de nada, porque nadie comenzó a ser contracultural siguiendo un «programa» ideado en el extranjero, fue todo mucho más natural. La realidad fue que al enfrentarnos en la práctica a ideales como el de la libertad sexual, por ejemplo, muchos lo pasamos fatal. Todo esto que se cuenta ahora sobre lo salvajes que eran las orgías de aquellos años y tal, fue durísimo para mi generación, que llevaba dentro todavía latiendo todo el tema de la culpa cristiana. Fuimos una generación con mitos, sí, pero sin maestros, totalmente autodidacta.


Dentro de la llamada Gauche Divine, ¿no crees que hubiera conexión alguna con la contracultura?

La Gauche Divine no tuvo absolutamente nada que ver con la contracultura. Eran otra cosa. Eran todos muy burgueses y universitarios, mientras que en la contracultura hubo siempre de todo, universitarios, sí, pero también hijos de la clase trabajadora. Cuando Barral presentaba sus libros en Bocaccio, nosotros íbamos a tirarles bombas fétidas, con eso te lo digo todo. Nos reíamos de Félix de Azúa, a quien imitábamos así todo afectado, diciendo: «¿Ha muerto ya la novela? ¿No ha muerto ya todo?» 


La Gauche Divine, además, nunca fue colectiva como sí lo fuimos nosotros. Eran gente que competía muchísimo entre sí y nosotros no. Ni siquiera entre las distintas cabeceras. Ajoblanco nunca compitió con Star, porque cuando vi que Juanjo Fernández tiraba más hacia el cómic, nosotros decidimos dedicarnos a otros contenidos, para no pisarnos, para compenetrarnos en definitiva. Fíjate, si nosotros hasta colectivizábamos los sueldos, lo que se ganaba se repartía luego entre todos a partes iguales. Los de la Gauche Divine tenían todos sillones y tresillos de diseño en sus casas, mientras que nosotros con suerte teníamos algunos almohadones. Nosotros cocinábamos, mientras que ellos tenían servicio. Nuestra forma de vida era totalmente distinta. No teníamos nada que ver con los de la Gauche Divine, como tampoco tuvimos luego nada que ver con sus hijos —Llàtzer Moix, Sergio Vila-Sanjuán, Ramón de España, etc.—, que eran en realidad unos asociales porque pertenecían ya a la «generación del yo». ¡Iban a los sitios con sueldo! La prueba de que nunca fueron contraculturales se vio clara también cuando llegaron las Olimpiadas del 92 y a los hijos de la Gauche Divine se les encargó todo, mientras que a los de Ajoblanco no se les llamó para nada.


En la contracultura es cierto que había gente que vivía de manera más underground que otra, pero ni siquiera los más burgueses de nuestra generación tuvieron nada que ver con los de la Gauche Divine. La cultura es cómo vives, no cómo piensas.


¿Y Anagrama? ¿No crees que al menos sus primeras publicaciones tuvieron algo de contracultural?

Nuestra editorial contracultural de referencia entonces fue Kairós, no Anagrama. Y si me apuras, más contracultural que Anagrama fue Tusquets con su colección «Acracia», que contó con cerca de cincuenta títulos. Anagrama sacaba, sí, pequeños textos de corte contracultural pero que en realidad eran resúmenes que nos obligaban luego ir a buscar los libros completos al extranjero. Recuerdo de hecho ir a París con Juanjo Fernández —el de Ajoblanco no el de Star— a comprar La Internacional Situacionista, que había publicado Anagrama resumida. En ese viaje conocimos a Agustín García Calvo, que vivía en un apartamento donde tenía su mesita, su máquina de escribir, un montón de folios en blanco al lado, e iba vestido con un traje que nos dijo tenía todos los colores de los pájaros del Caribe. A mí me pareció genial el personaje, pero Juanjo, que era situacionista puro, se enfadó mucho tras conocerlo.


El libro clave para nosotros en aquella época fue California Trip, de María José Ragué, que sacó Kairós. No fue, como se ha dicho en algunos sitios, El nacimiento de la contracultura de Roszak, que, aunque lo publicó también entonces Kairós, nadie leyó porque era un tostón. En cambio, el de Ragué era un libro práctico que te explicaba de primera mano lo que estaba pasando en ese momento en Estados Unidos, contado además por uno de los nuestros.


En esto de qué es o no contracultural, creo que ha hecho mucho daño el ensayo Culpables por la literatura, de Germán Labrador, que es un libro impecable desde el punto de vista literario, pero que da como contracultural cosas que claramente no lo son. Mezcla muchas historias. El caso más llamativo es el de Leopoldo María Panero, que era una persona muy compleja, muy interesante, pero contracultural no era. 


La cultura que promovía el PSUC era una cultura de mitin. Ellos querían el poder y nosotros queríamos cambiar la vida cotidiana, que son cosas muy diferentes. Ellos querían arrebatarle el poder al franquismo y nosotros cambiar las mentes que había gestado el franquismo pero también el comunismo, por lo que no había forma de coincidir con ellos. ¡El PSUC te decía hasta cómo tenías que vestir! Tenían unas cabezas antiguas, amuebladas con cosas del siglo XIX mientras que nosotros estábamos ya en el siglo XXI, hablando de ecología, de feminismo, de temas que siguen vigentes ahora. Si tú lees los que escribíamos entonces al respecto en Ajoblanco verás que son los mismos debates que tenemos hoy día. 


Nosotros tuvimos un fuerte encontronazo con ellos durante una manifestación en la que se pusieron todas las locas y los travestis delante de la fila y estos las echaron de allí escandalizados. Hubo ahí una escisión grande entre ellos y nosotros. Nuestra idea era que cada uno hiciera lo que creía que tenía que hacer, pero eso iba en contra totalmente de los preceptos del partido. 


Para entonces, Vázquez Montalbán era una persona de lo más autoritaria, que jugaba además a un doble juego, ya que en paralelo a su militancia estaba ganando dinero y construyéndose una piscina y una pista de tenis en su casa. Los fines de semana, además, se dejaba ver con todos los ricachos, como Pere Portabella. Lo que pasa es que Manolo era un humanista, un ser muy contradictorio, dominado por su mujer, catalanista acérrima. Manolo en el fondo era un gamberro muy tímido. Con todo, no deja de ser significativo que el día de las primeras elecciones democráticas, cuando los comunistas obtuvieron el dieciocho por ciento de los votos, a los señoritos del partido, a Vázquez Montalbán entre otros, les tuvieron que poner por delante las sillas para celebrar la noticia y quienes lo hicieron fueron los obreros. Esto me lo han contado algunos dirigentes del PSUC, ¿eh? No me invento nada.


Nosotros rompimos con toda esa concepción anquilosada de la sociedad, básicamente porque fuimos la primera generación que comenzó a convivir en pisos compartidos. Ana Castellar, secretaria de Barral, nos dejó su casa para que fundáramos allí nuestra comuna, donde nos mezclamos gente de todo tipo. Teníamos un calcetín gris donde cada uno metía el dinero que podía para poder pasar la semana. Había gente que no metía nada, porque no tenía, por eso el calcetín era gris, para que no se transparentara. Esta idea se la copiamos a los anarquistas. Llegamos luego a formar parte de la ODAF, la Oficina de Ayuda al Freak, una organización que prestaba servicios colectivos de todo tipo a las comunas. 


¿Cómo nace Ajoblanco?

Ajoblanco nace en el bar de la facultad de Derecho, donde nos reuníamos un grupo de estudiantes entre los que estaban Antonio Otero, José Solé, Alfredo Astor, Tomás Nart y yo. Montamos juntos una asociación política influida por nuestras lecturas de entonces: mucho surrealismo, mucho centroeuropeo… Nos bautizamos como el grupo Nabucco. Otero y Solé eran muy cultos, lo habían leído todo, leían además cosas muy atípicas. La verdad es que éramos un grupo bastante insólito. 


Un día quisimos montar una obra de teatro en la facultad, pero la comisión de cultura, que estaba formada por gente del PSUC, no nos dejó. En la facultad sufrimos varias traiciones, una de ellas por parte de Bandera Roja, que en el marco de la organización de un encierro estudiantil en el que habíamos tomado una decisión que a ellos no les convenía estratégicamente nos delataron a la policía. Luego, por culpa de un miembro del PSUC, nos detuvieron de nuevo, consiguiendo esta vez además que nos expulsaran de la facultad. Como no podíamos seguir estudiando, decidimos entonces hacer un largo viaje en coche y llegamos hasta Grecia, donde estuvimos dos meses viviendo, tocando la guitarra por las calles, haciendo trueques, y esa experiencia nos unió de una forma distinta. Experimentamos en aquel lugar otra forma de vivir y de pensar y vimos que lo que habíamos leído sobre la contracultura en los libros era real. De algún modo allí nació la necesidad de hacer algo, pero no sabíamos todavía qué. 


En el verano de ese año, te hablo de 1973, me fui a Ámsterdam y a París con Ana Castellar. Estuvimos viviendo primero en el Vondelpark, junto a más de cinco mil personas. Vimos a David Bowie en el Paradiso, cantando como una lagarterana valenciana, o al menos esa fue la sensación que tuve [risas]. De Ámsterdam fuimos a París, y allí me encontré en un bar con Panero, que me insultó y me echó. Me fui entonces andando hasta un pequeño parque donde hay una estatua de Apollinaire y allí mismo tuve una revelación. Estaba leyendo un libro de André Breton, Los pasos perdidos, donde se decía algo así como: «Para ganar algo tienes que perder algo antes, porque si no pierdes nada no te quedará nunca hueco para lo que quieres hacer». Y me dije: «Tengo que hacer una revista». Vi claro entonces que había mucha gente a mi alrededor muy perdida que no sabía dónde estaba y vi claro también que tenía que ser una revista legal, realizada además fuera del ámbito de la universidad, sin dependencias de ningún tipo. 


Nada más llegar a España, convoqué a todos los Nabuccos y a Ana Castellar en el restaurante Putxet, al que habíamos ido alguna vez ya, y les conté lo de la revista. «Quien quiera seguirme que me siga», les dije. Y todos se apuntaron. La revista acabó llamándose Ajoblanco, porque la camarera del restaurante, una malagueña que nos quería mucho, nos hizo esa noche el plato típico de su pueblo, el ajoblanco.


Después vino todo como muy rodado, gracias a un sinfín de coincidencias y casualidades. Tres semanas después de aquel encuentro en Putxet, en la librería del drugstore, donde se vendían en Barcelona todos los libros prohibidos, compré Utopía de Tomás Moro y me crucé por la calle con Toni Puig, que estaba tomándose un chucho de azúcar. Al verlo, nos pusimos a hablar, él con el pastel en la mano y yo con el libro de Tomás Moro, y nos dio un ataque de risa al darnos cuenta de la estampa. Nos fuimos luego a su casa. Toni vivía entonces en una comuna en la que también estaban un miembro de Els Comediants, otro de Els Joglars más una feminista anarquista, y pasamos una noche gloriosa porque allí se juntaron las dos Cataluñas, la burguesa culta y la rural anarquista. Gracias a Toni conocí luego a Pep Rigol y a través de Rigol conocí a Quim Monzó, a Albert Abril y a Claudi Montañá. Como los Nabucco se fueron todos al poco a hacer el servicio militar, me vi solo justo cuando íbamos a empezar a montar la revista, así que empecé a hacerla con estas nuevas amistades.  


Me imagino que los inicios fueron complicados. ¿Cómo conseguisteis daros a conocer? En España, no había tradición alguna de revistas de ese tipo.

El primer escollo que tuvimos que sortear fue el tema de los permisos, que conseguimos gracias a las gestiones que hizo Félix Vilaseca, un abogado recién licenciado amigo mío a quien conocía de los tiempos del colegio. Nos los dieron también porque, en paralelo, Roger Jiménez, director de Europa Press en Barcelona, que había cubierto muchas ruedas de prensa del PSUC durante los encierros estudiantiles, nos ayudó a dar con las personas claves con las que había que hablar. Localizamos así a José Mario Armero, jefe de Europa Press en Madrid, con muchos contactos dentro del Ministerio. Decidí entonces ir a verlo, pero antes me quise enterar qué era lo que le gustaba a este tal Armero. Me enteré así que lo que más le gustaba era el circo, así que me pasé unos días con la gente de Els Comedians hablando sobre el mundo del circo, para entender bien lo que era y cómo funcionaba.


Cuando nos vimos en Madrid y empezamos a hablar, recuerdo que Armero me dijo: «¿Pero tú de dónde sales?» [risas]. Acabamos luego cenando, lo pasamos genial. Armero me presentó al poco a Pío Cabanillas, que era un ministro muy progre, y este terminó dándome los permisos para publicar Ajoblanco el 18 de julio de 1974. Recuerdo que ese día en Madrid no había quien se moviera por las calles, estaba todo lleno de fascistas. No había visto una cosa igual en mi vida. Asustado, me metí en el bar Anselmo mientras pasaba la marabunta, y el camarero me dijo: «Allá hay dos muy progres también muertos de miedo». ¡Eran Alberto Corazón y Sara de Azcárate! [risas] Me senté con ellos a hacer tiempo y acabamos siendo amigos. Mi vida ha sido siempre así. 


Con los permisos concedidos, lo primero que hice fue buscar a un periodista con carnet que hiciera de redactor jefe. Lo intenté primero con los progres de Tele/eXprés, pero no me echaron mucha cuenta. Conseguí al menos que me presentaran a Ramon Barnils, que nos dijo: «Si me invitáis a un par de Cardhus en el Boadas os dejo el carnet de periodista unas semanas para que hagáis lo que queráis con él». Y así empezamos. 


El dinero para hacer la revista, ¿de dónde salió?

De un amigo de mi hermana que se acababa de separar. Nos dio cien mil pesetas. Estaba muy amargado con la separación. Ganaba mucho dinero porque tenía una empresa textil, que todavía existe, por cierto. Era un luchador. Nos vio con tanto ímpetu montando la revista que quiso participar de algún modo. Mi madre me prestó también cincuenta mil pesetas. Luego hicimos bonos y tal, pero fue complicado sacar aquello adelante. Hubo un momento que tuvimos que pedir un crédito. Nos lo dieron gracias a que Toni Puig tenía una nómina, porque daba clases por las mañanas en una pequeña escuela infantil experimental. Era de esas escuelas que se llevaban a los niños al parque a dar allí las clases. Si te fijas, todo giraba en torno a la contracultura. Ahí estaba el tema de la nueva educación. 


¿Qué ocurrió exactamente con vuestro primer logo, aquel que tomaba la tipografía de la Coca-Cola?

Que la Coca-Cola nos mandó una carta diciendo que si no lo cambiábamos de inmediato nos pondrían un pleito. Nosotros les respondimos, a través de este amigo mío abogado, Félix Vilaseca, que no habíamos copiado el logo de la Coca-Cola sino el logo del Cacaolat. Aquel primer logo lo hizo Quim Monzó. Tras recibir la carta de la Coca-Cola, decidimos por si acaso modificarlo ligeramente. Recuerdo ir al despacho de Quim a ver el logo retocado el día que murió Franco. 


¿Cuándo veis que la revista empieza a despegar?

Los dos primeros números nos provocaron un déficit tremendo. Yo estaba ya en la mili y veía como el Ajo se hundía, así que fingí allí un ataque al corazón tremendo, tanto que los militares se lo creyeron y me dejaron volver a casa. Pedimos entonces el crédito del que te hablaba antes. Con ese crédito sacamos los números 4 y 5, con las portadas diseñadas por América Sánchez. Eran números muy pop, pero no terminaban de funcionar. La gente estaba en aquella época obsesionada con Andy Warhol, un personaje que siempre me ha parecido ridículo, pero como necesitábamos que la revista despegara, metimos a Warhol en el número 6, que maqueté yo mismo. Y ahí recuperamos un poco. 


¿Recuerdas cifras de venta?

Del número 1 tiramos diez mil ejemplares y vendimos cinco mil; del número 2, vendimos dos mil; del número 3, vendimos dos mil doscientos; del número 4, vendimos tres mil: del número 5, vendimos dos mil cien; y del número 6, volvimos a vender cinco mil, recuperando la tirada del primer número. 


Ocurrió no obstante que pronto nos volvimos a quedar sin dinero. Estuvimos todo el verano y todo el otoño del 75 sin sacar ningún número. El verano del 75 fue, como sabes, el «verano negro», como lo calificó en su día Luis Vigil. Fue el verano del Canet Rock, pero también cuando secuestraron La piraña divina de Nazario y cuando la censura suspendió temporalmente el Star alegando que era una revista de tebeos, no teniendo permiso para ello. Fue igualmente el verano en el que un tal Wilson, supuesto militante de ETA, estuvo pasando unos días en casa de Toni Puig. Al enterarnos de aquello, decidimos todos marcharnos de Barcelona, por si acaso. Los de El Rrollo Enmascarado se fueron a Ibiza, porque a Mariscal le dio la paranoia con el secuestro de La piraña divina. Fue allí en Ibiza de hecho donde aprendieron a dibujar. Y nosotros nos fuimos algunos a Menorca.


En Menorca me tome un ácido junto a Fernando Mir, Luis Racionero y su mujer. Estando en ácido vi claro que Racionero tenía que poner dinero para la revista [risas] y nos dio doscientas mil pesetas. El empresario textil que nos había apoyado al principio puso cien mil pesetas más. Con ese dinero me hice solo el número 7. Lo maqueté y diseñé yo entero. Mi hermana me ayudó a picar los textos. Fernando Mir, que trabajaba en Salvat, venía de vez a cuando a ayudarme a corregirlos. Ese número fue doble, tenía el desplegable. Era un número totalmente libertario. Para entonces, todos los catalanistas que colaboraban con nosotros se habían ido ya de la revista. Se dieron cuenta de que no tenían cabida en un sitio que no iba contra nadie. 


Fernando Mir dejó luego Salvat y juntos hicimos los siguientes números. Con el 10 nos llegó el primer escándalo y vendimos doce mil ejemplares. Ahí fue donde la cosa cambió para siempre. 


Entiendo que ese fue el número dedicado a las Fallas.

Efectivamente. El Consejo de Ministros suspendió la revista entonces durante cuatro meses por culpa de la portada. Nos multaron también, pero la multa no la llegamos a pagar. Muchas de las multas que se imponían no se pagaban nunca. Star tampoco las pagó. Esto me lo ha confirmado el propio Juanjo. Nos llegaron además denuncias de todos los sitios, desde el Ayuntamiento de Valencia, desde la Junta General Fallera… Nos achacaban primero que el número, que ofrecía una visión pagana de las Fallas, lo habían escrito solo catalanes, lo cual era mentira porque casi todos los que participaron en él eran valencianos. Allí estaba Javier Valenzuela, que era de la facción joven de Ajoblanco, y también Amadeu Fabregat, que era de la facción catalanista. Fabregat había hecho además junto a Lluís Fernández aquella película tan transgresora, que nadie ha visto en verdad porque solo se conservan algunos fragmentos, titulada La fallera mecánica, para cuyo rodaje colaron a un travesti durante la celebración oficial de las Fallas y nadie se dio cuenta de aquello hasta que en la revista lo comentamos. Con el Ministerio negociamos en aquel momento para que nos dejaran sacar el número de julio a cambio de tomarnos unas vacaciones largas hasta diciembre. En ese tiempo nos replanteamos la revista, nos fuimos de nuevo a Menorca en comunidad y nos empollamos todo el anarquismo español. 


El número 16 de Ajoblanco lo tiramos ya en rotativa, porque fueron cincuenta mil ejemplares. Del número 25, dedicado a las Jornadas Libertarias, vendimos cien mil ejemplares. Buena parte del dinero que ganamos entonces lo destinamos a asociaciones de mujeres maltratadas, también invertimos en proyectos ecológicos. Pero las Jornadas Libertarias fue el principio del fin. La CNT no supo cómo asumir todo aquello y comenzó la guerra sucia. El caso Scala fue un horror. Detrás de aquello no estuvo Martín Villa, como se ha dicho siempre, sino que estuvo la OTAN, pues lo sucedido formó parte de la Operación Gladio. A partir de ahí, los nacionalistas catalanes se dedicaron a destruir los ateneos libertarios para que no lograran hacerle sombra a las asociaciones de vecinos, que era donde la izquierda estaba preparando su burocracia de cara a las futuras elecciones democráticas. En pocos años pasaron cosas tremendas. Mi generación se volvió muy competitiva cuando empezaron a formarse los primeros partidos democráticos. Allí se radicalizaron muchos y se dispersaron. 1976 fue el año de la libertad, 1977 fue el año de lo libertario y en 1978 prácticamente se acabó todo. Al año siguiente cerramos Ajoblanco y yo decidí irme a Madrid, donde viví de primera mano el nacimiento de toda la movida.


Los de Ajoblanco en este sentido fuimos puramente contraculturales y precisamente por ello nos tocó a nosotros matar a la contracultura. Matamos a la contracultura norteamericana para así poder asumir el pasado libertario español, coincidiendo con el retorno a España de los exiliados, sobre todo los de la autogestión, los que hicieron las colectivizaciones y tal. Cuando nos contaban sus experiencias nos quedábamos verdaderamente alucinados. Nosotros tuvimos siempre conciencia social y por eso no hay ningún muerto por heroína en Ajoblanco. Ni uno. Porque sabíamos perfectamente lo que estábamos haciendo. Desparecimos así de manera muy consciente.


En Ajoblanco colaboraron al principio muy activamente Quim Monzó y Karmele Marchante. ¿Qué opinión te merecen sus derivas?

Al poco de irme yo a Madrid, Quim Monzó se fue a vivir becado a Nueva York y allí, de algún modo, se hizo en serio escritor, se interesó por la literatura y a eso se dedicó después de haber pasado por Ajoblanco. Monzó es un tipo muy interesante. Es justo decir que ya era nacionalista en aquella época, luego lo fue menos, y ahora lo es de nuevo. Es verdad que entonces era un nacionalista raro, que lo mismo se emocionaba al conocer a Jaime Gil de Biedma que se iba al Ateneo a leer poesía con Biel Mesquida. 


Karmele Merchante se dio pronto cuenta de que el periodismo era un chotis, porque a partir de 1978 la libertad de prensa dejó realmente de existir en España. Cuando Antonio Asensio comenzó a negociar con los periodistas sus dosieres en Interviú, se acabó todo. Karmele vio esto claro y acabó metida en la prensa rosa porque tenía que ganarse la vida. Pero Karmele ha sido siempre una feminista radical y a día de hoy sigue trabajando con mujeres necesitadas, haciendo un trabajo magnífico. Lo de la Karmele es muy fuerte, es una historia muy bonita la suya. Deberías entrevistarla.


Muchos consideran que buena parte de los contenidos del primer Ajoblanco eran en el fondo muy utópicos, por no decir ingenuos. ¿Cómo lo ves ahora?

Estoy de acuerdo. Sin utopía no hay camino que recorrer, dependes tan solo de las circunstancias. La utopía te marca unas fuentes, unas ilusiones, y yo creo que la ilusión en los setenta fue esencial para vencer al franquismo, porque teníamos tanta… Si ahora estamos tan perdidos es porque no tenemos perspectivas utópicas. Es verdad que en Ajoblanco fuimos utópicos e ingenuos, pero porque la ingenuidad fue lo que nos dio la libertad. La libertad es ingenua o no es libertad. Nosotros no tuvimos miedo nunca, al menos al principio. Lo tuvimos, fíjate, a partir de las Jornadas Libertarias. Fernando Mir, de hecho, se fue de Ajoblanco tras las Jornadas Libertarias, que fueron un éxito social pero un fracaso político. Tengo claro que en España las cabezas de muchos cambiaron radicalmente a partir de entonces. Aquello fue un trabajo colectivo realizado por un pequeño grupo de personas que, por más que estuviera detrás la CNT, eran por encima de todo libertarias. De aquel logro no quiero yo sentirme protagonista de nada, porque yo lo más que fui entonces fue coordinador. Yo dejé hacer a los demás, nunca firmé nada. Fue todo cooperativo y así debe recordarse.


De aquellas Jornadas Libertarias se recuerda como especialmente transgresora la intervención de Ocaña, tan reivindicado hoy día.

Ocaña fue un personaje muy complejo. El primer artículo serio que se escribió sobre él salió en Ajoblanco. Nos contactó él a nosotros y nos contó que estaba harto de la forma en la que estaba siendo tratado por algunos medios. Quería contar públicamente con sus propias palabras quién era, no dejar que otros le pusieran etiquetas. Ocaña representaba entonces la cultura andaluza de verdad, la cultura del gitano de verdad, que se ponía la vida por montera y hacía lo que le daba gana. Ocaña no era un travesti, era simplemente Ocaña. No se habla nunca además de la influencia que tuvo en él Lola, la mujer de Paco Lira, y es fundamental para entender al personaje.


Hay que tener cuidado, por otro lado, con los procesos de mitificación, porque a veces algunos parecen querer dar a entender que la contracultura nació y murió con Ocaña. Pero la contracultura tuvo muchos padres, muchos sin nombre. Ahora está de moda decir que nuestra revolución fracasó, pero no es verdad. Julià Guillamon, por ejemplo, sostiene que el sistema de comunas de entonces fracasó, y yo le digo que no. Porque hoy en día las familias funcionan como comunas gracias al cambio que provocamos nosotros. Antiguamente, a los padres se les hablaba de usted. En la mesa, los críos no podían hablar. Las niñas, cuando tenían la regla, eran castigadas. Los niños, si tenían una eyaculación precoz, eran castigados.


Cuando nosotros empezamos a vivir en comunas, a los niños se les enseñó a convivir en otros ambientes. Para empezar, lo hicieron en un ambiente feminista, donde muchos éramos bisexuales, de ahí que estos niños crecieran sin complejos en cuanto a la identidad sexual. España es hoy día el país menos religioso de todo Occidente. Las iglesias están en verdad vacías. En Francia y en Alemania están llenas. No es casual que el primer país que eliminó los manicomios fuera España, tampoco que fuera prácticamente el primero en legalizar el matrimonio homosexual. Todos estos logros traen causa de unos debates sociales asumidos por las nuevas generaciones, debates que por otro lado ya estaban en Ajoblanco, las cosas como son.


En retrospectiva, de Ajoblanco me parece hoy día especialmente interesante la sección de cartas que publicabais, donde tanta gente perdida os escribía tratando de encontrar afinidades con quien fuera. Son cartas que demuestran lo desesperada que estaba mucha gente entonces, sobre todo fuera de las grandes ciudades.

Me alegra y me apena que destaques esa sección, porque conservo todas esas cartas y nadie me ha pedido nunca verlas. Tendré unas veinte mil. Son un documento sociológico fundamental para entender el tipo de sociedad que era entonces España, pero nadie se ha interesado nunca por ellas, ningún investigador. La gente habla así de oídas, porque ahí está todo. En esas cartas, la gente nos contaba, por ejemplo, su vida sexual. Muchas mujeres maltratadas nos confesaban sus dramas. Precisamente, a raíz de estos testimonios, decidimos fundar una revista feminista llamada Xiana, que dirigió de hecho Karmele Marchante. La gente nos escribía al Ajo como si la revista fuera una persona: «Querido Ajo», nos decían. 


¿Qué gran relato crees que falta por contar sobre la contracultura catalana?

En término generales, está todo dicho ya, aunque sería sin duda interesante conocer en detalle las historias personales de más protagonistas del período. Fernando Mir, por ejemplo, tendría muchas cosas que contar, pero no quiere. Canti Casanovas, con quien he comisariado la exposición en el Palau Robert, también debería escribir sus memorias, porque su experiencia es muy distinta a la mía, por ejemplo. De hecho fue por eso por lo que quise contar con él a la hora de armar el relato de la exposición, porque nunca quise que fuera mi visión personal de las cosas, quería que se contara la historia total. 


El cómo ha surgido esta exposición es muy interesante. A mí me llama un día un señor de la Generalitat y me propone desde el primer momento hacer una exposición sobre la contracultura catalana. Como comprenderás, yo me quedé atónito. La propuesta en un principio iba dirigida a mí y a José María Lafuente, pero Lafuente se quitó rápidamente de en medio, porque él no tenía ninguna pulsión de contar ningún relato. A él, como coleccionista, lo que le interesa son los artistas y su obra, pero yo veo esas obras como parte de un cambio social, nacidas al hilo del mismo. A la Generalitat le puse entonces dos condiciones no negociables para hacer la exposición: por un lado, libertad absoluta a la hora de definir sus contenidos, bajo la advertencia de que yo era una persona sensata y si tenía que meter en la exposición alguna polla, por ejemplo, lo haría sin abusar; y por otro, que con el dinero que me iban ellos a dar, me dejaran subcontratar a alguien con quien me pudiera pelear para dar forma al relato. Ahí fue cuando pensé en Canti Casanovas, que es más catalanista que yo, estuvo metido en el mundo de la heroína… y era en definitiva un perfil mucho más radical que el mío. Como ya presentía, hemos acabado siendo como hermanos. Él me ha cambiado muchísimo la cabeza y yo creo que también se la he cambiado a él en muchos aspectos. 

La exposición ha sido finalmente vista por más de cincuenta mil personas. Ha dado lugar a unas jornadas de reflexión muy interesantes. Yo he visto a muchos jóvenes ir allí y emocionarse. Sinceramente, no me esperaba tanto éxito. 


¿Por qué los pintores tienen tan poca presencia en la exposición? 

Es posible que falten pintores, sí. En la contracultura, la parte pictórica tiró más hacía el comic y la ilustración, porque la verdad es que la pintura conceptual no es contracultural, y mira que los primeros Ajoblanco fueron todos conceptuales, a nivel de maquetación digo. ¿Quién sería para ti un pintor conceptual? 


¿No te lo parecen los del colectivo Trama?

No, porque eran muy estructuralistas. Y el estructuralismo no es contracultura. Eran más posmarxistas, pienso. Tampoco estaban muy relacionados con nosotros, la verdad. 


¿Los pintores de la Nueva Figuración Madrileña no te parecen tampoco contraculturales?

En Madrid, como ya hemos hablado, no pudo haber contracultura debido a la falta de espacios libertarios. El único lugar digno de mención fue La Vaquería, que recibió un bombazo, porque en el piso de enfrente estaba la CNT. La CNT madrileña no entendió nada. Fue parte del conflicto, de hecho. En Madrid sí que surgieron, de forma aislada, dos figuras importantísimas. Por un lado, está la figura de Ceesepe, que era anarquista desde el principio. El primer articulo suyo lo publicamos nosotros en Ajoblanco. Es un artículo que salió sin firmar y que luego él recuperó en El Carajillo, un fanzine que tuvo que imprimir en Barcelona. A Ceesepe luego se le ha relacionado mucho con el fotógrafo Alberto García-Alix, a quien creo que se la ha dado una relevancia que no tiene. Ceesepe en cualquier caso es un personaje clave de la contracultura española.


Y el otro es alguien cuyo nombre no te puedo decir todavía pero cuya historia no ha sido contada. Te diré solo que es un personaje que conecta con otros cinco, entre ellos Fernando Márquez el Zurdo. Todos estos montan la editorial Antípodas y publican en 1976 el fanzine Mmm…! Uno de estos alquiló un despacho en la calle Augusto Figueroa, donde conocí a Bernardo Bonezzi y a Alaska. Alaska tenía entonces trece años. Al verla, le dije: «¿Tú que haces aquí?». Y me respondió: «Quiero ser petarda» [risas]. Me pareció genial. La cosa es que he encontrado hace poco una caja entera con información de este grupo y pretendo en breve escribir sobre ellos. Moncho Alpuente los invitó una vez a salir en televisión, pero este personaje que te digo no pudo ir porque se había inventado una personalidad… Es un poeta visual increíble que aglutina a mucha gente a su alrededor. Es un tipo verdaderamente libertario, como Ceesepe, de los pocos contraculturales que hubo en Madrid.


¿Tendría sentido hacer hoy día una revista contracultural? 

Sí. Es más, es el momento de hacerla. Pero nos tendríamos que unir gente muy distinta. Porque el principal problema que tenemos todos ahora no es generacional, sino de necesidad: necesitamos buscar perspectivas utópicas. El tercer Ajoblanco fracasó porque cometí el error de darle el relevo a los veinteañeros, pensando que generacionalmente tendrían el mismo ímpetu que nosotros, pero lo cierto es que no estaban preparados. Tras aquello me di cuenta de que el relevo tiene que ser transgeneracional, nos tenemos que entender gente muy distinta, gente que ha estado en bandos distintos y ha vivido en momentos distintos de la historia. 

La contracultura exige en principio una forma de vida que tal y como están las cosas hoy día es imposible materialmente poner en práctica. No podemos vivir contraculturalmente, pero sí podríamos hacer una revista que, sin ser radical, fuera contra el sistema, tanto el educativo como el cultural. Debería hacerse esta revista. Hay un hueco, de hecho. Debería hacerse además desde la periferia, entre Sevilla, Barcelona y algún sitio de Galicia. Habría que romper ciertas susceptibilidades estúpidas, crear primero una red para hacer viable la revista en papel, al menos cada tres meses. Con un crowdfunding funcionaría. La exposición ha demostrado que hay un público para ello. Estaría bien que no firmáramos ninguno, para romper con la autocensura. Yo estoy dispuesto a lo que queráis.





Fotografía Ángel L. Fernández




   
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