Martes, 26 de noviembre de  2024



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Historias de la feria de Frankfurt
acec18/10/2022



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No resultaba fácil comerciar con libros hace quinientos años. Los libreros que acudían a la feria de Frankfurt, en primavera o en otoño, tenían que ir con cuidado por los caminos, no fueran a asaltar su carro los bandoleros. 

Por eso algunos de ellos preferían desplazar su material impreso en barcas, primero por el Rin y luego por el Meno hasta la ciudad del Hesse; un medio de transporte adecuado eran los toneles. Pero pese a todos los inconvenientes, en la feria semestral de Frankfurt distribuían sus trabajos, junto a impresores de la ciudad como Peter Schöffer, otros que venían de lugares a veces bastante lejanos, como el mítico veneciano Aldo Manuzio.


Frankfurt era la ciudad importante más próxima a Maguncia, donde Gutenberg había creado la primera imprenta.

Algo tenía Frankfurt para ser un foco irradiador del libro impreso, no en vano era la ciudad importante más próxima a Maguncia, donde Gutenberg había creado la primera imprenta. Pero con el paso de los siglos su atractivo comercial languideció, y su capitalidad librera en Alemania dio paso a la de Leipzig. 


Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial y la partición de Alemania, Leipzig quedó en el lado comunista de la RDA. Y cuando la Alemania democrática quiso restablecer su “diplomacia blanda” cultural, y lanzar un mensaje de que tras el horrible paréntesis nazi volvía a apostar por el libro y la cultura, Frankfurt fue la ciudad elegida.


La nueva feria del libro de Frankfurt del siglo XX abrió sus puertas en 1949, con 20 editoriales alemanas que presentaron más de 8.400 títulos atrayendo a 13.000 visitantes. Rápidamente se internacionalizó, y en los años 50 era ya el destino anual favorito de los grandes editores franceses, británicos o norteamericanos, que colapsaban los grandes hoteles de la villa al tiempo que compraban y vendían derechos y pactaban magníficas coediciones.


Carlos Barral, uno de los pocos editores españoles que empezaban a frecuentarla por aquella época, recordaba un sistema de relación que encadenaba “banquetes y cenas íntimas, cócteles y regulares encuentros fuera del recinto ferial”. Allí se decidían los grandes lanzamientos y las consagraciones literarias de los meses siguientes.


Y junto a estos privilegiados, también los pequeños editores, libreros, distribuidores, agentes, scouts, y por supuesto autores, el ecosistema internacional del libro al completo se daba cita en la ciudad del Meno.


Siempre había un “libro del año” que llamaba la atención y generaba traducciones, como le ocurrió en 1959 a 'El tambor de hojalata'

Siempre había un “libro del año” que llamaba la atención de los barones del libro y de los periodistas, y generaba numerosas traducciones, como le ocurrió en 1959 a El tambor de hojalata de Günter Grass, que salió consagrado del encuentro. En años posteriores lo serían El nombre de la rosa de Umberto Eco, Todo un hombre de Tom Wolfe (antes de haberse escrito, ya que a partir de cierto momento se empezó a negociar con simples sinopsis) o El hombre que susurraba a los caballos de Nicholas Evans.


Muy atenta al aire sociopolítico de cada época, la feria sufrió las alteraciones de los años 60: tras la guerra de los Seis Días el pabellón israelí tuvo que ser custodiado; en 1968 el propio Daniel Cohn Bendit lideró los disturbios que obligaron a cerrar parte del recinto. 


En los años 90 constituiría un foro de debate permanente sobre el caso de Salman Rushdie, que obligó a tomar medidas de seguridad cuando el novelista fue invitado, y generó la exclusión durante varios años de los representantes iraníes. 


Celebrada en un clima de extrañeza pocas semanas después del 11-S del año 2001, el filósofo Jürgen Habermas, al recibir el premio de la Paz que se entrega el día de la clausura, lo calificó como “el primer acto violento con comunicación realmente global de la historia humana”.


Peter Weidhass, que la dirigió de 1974 a 1999, apuntaba algunas de las razones del éxito de esta convocatoria otoñal que impulsa la Asociación de Libreros y Editores alemanes. En la época de la guerra fría la feria representó un símbolo de la reconstrucción cultural del país; tras la caída del muro, una plataforma de difusión para países excomunistas. A los editores de todo el mundo les ofrece la experiencia anual por excelencia, una fuente de ideas que brinda también un sentido de pertenencia. Acoge las novedades tecnológicas más relevantes y señala las tendencias lectoras que se avecinan. 


Y, junto a los intercambios comerciales, favorece el debate intelectual, en sus espacios y por los libros que muestra (sus responsables la presentan –algo exageradamente- como “la capital mundial de las ideas”)


Desde los años 70 la feria ofrece un pabellón a una literatura invitada. Se fija de este modo el “tema central” de la convocatoria que con varios meses de antelación es atendido (y traducido) por las editoriales alemanas –y después internacionales- , y que durante los días de apertura atrae a periodistas, acuden varios miles, y asistentes de todo tipo. A la vez que propone un amplio programa cultural –exposiciones, teatro, música- vinculado al país huesped, que se extiende por toda Alemania.


Las de Francia, Japón, México, Brasil, Irlanda, China, Corea del Sur, Indonesia, Georgia, Mundo árabe, Nueva Zelanda, Finlandia, Canadá… han sido algunas de las literaturas invitadas a lo largo de los años.


España compareció por primera vez en 1991. En el cenit del gobierno socialista de Felipe González, a pocos meses del año crucial de 1992, se buscó brindar una imagen fuerte de modernidad y recuperación cultural del país tras el largo periodo de la Dictadura. Un pabellón diseñado por el catalán Alfredo Arribas representó un ruedo ibérico con suelo de arena. La inauguración contó con el entonces ministro Jordi Solé Tura, y entre los invitados figuraban personalidades señeras de la llamada “nueva narrativa española” de la democracia, de Eduardo Mendoza a Almudena Grandes pasando por Antonio Muñoz Molina y Carme Riera. No faltaron polémicas, como la ausencia del Nobel Camilo José Cela. 


Y fue útil: los años noventa iban a ser los de consolidación de la venta internacional de derechos de literatura española, hasta entonces habitualmente fuera de estos circuitos.


En 2007 llegó el turno a la cultura catalana. Con el impulso del Institut Ramon Llull (IRL) y de los editores catalanes, la preparación fue larga, pasó por varios consellers de Cultura, directores del IRL y la comisaria Anna Soler-Pont, y también arrojó datos polémicos: los autores catalanes en lengua castellana no fueron incluídos (o se les invitó demasiado tarde); algunas firmas importantes se hicieron de rogar (un servidor tuvo que ejercer de embajador de buena voluntad entre Baltasar Porcel y Josep Bargalló del IRL para que la participación del autor mallorquín se planteara en unos términos que le agradaran).


El presupuesto catalán de 2007 y el español de 2022 es el mismo: 12 millones de euros

Pero constituyó una gran fiesta catalana en el país de Goethe y un momento de autoafirmación cultural, con la plana mayor de las letras en catalán del momento, de Joan Margarit a Jaume Cabré pasando por Miquel de Palol y Maria Barbal; un discurso inaugural lleno de ingenio de Quim Monzó, castellers y una pantalla de Perejaume en la plaza central de la feria y amplia presencia musical y gastronómica en la ciudad. 


El presupuesto ascendió a 12 millones de euros –el mismo que tendrá la presencia española de este año- y el resultado final, en palabras de la actual directora de la Institució de les Lletres Catalanes, Izaskun Arretxe, es que la iniciativa, “multiplicó por mucho el número de traducciones del catalán” (tan solo el año de la feria se tradujeron 154 títulos).


La mayor feria profesional del mundo del libro también está abierta a los visitantes no profesionales; habitualmente recibe cerca de 300.000 asistentes. España vuelve este año a la primera convocatoria “normal” tras la pandemia, con su literatura en distintas lenguas y su voluntad de mostrar la “creatividad desbordante” –eslogan elegido por los organizadores- del momento actual, y de dar un nuevo impulso al ciclo internacional abierto en la misma ciudad hace tres décadas. La presencia de los Reyes en el acto inaugural contribuirá a dar empaque a la apuesta.


Quien firma estas líneas no es neutral ante la atracción de la feria de Frankfurt: la he cubierto como periodista durante más de quince años, escribí un libro sobre su funcionamiento, colaboré en la exposición central del año catalán y este año lo he hecho en el programa literario. Sin llegar a manifestar, como el editor Jorge Herralde-, que la feria “es la imagen del paraíso”, a uno le gusta mucho este encuentro y le parecen admirables sus logros en el plano de la industria cultural y de la cultura “tout court”. Siempre hay que estar atentos a lo que se mueve en la feria de Frankfurt. Y este año con doble motivo.






   
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