Para cualquier chaval que ve hoy las películas en el móvil, un programa de mano debe resultar algo tan arcaico como una película muda. Hubo una época en que ir al cine incluía un gozoso tiempo viendo los pósters y fotocromos de la cinta en cartelera. Abriendo boca antes de sentarse en la butaca y descubriendo el nombre del director y los actores. Los prospectos daban a conocer los próximos estrenos, y como se metían al bolsillo era muy fácil acabar coleccionándolos. En el reverso, el cine sacaba pecho anunciándose como un «local acondicionado» y vendía las bondades de la película.

El auge de los programas de mano se inició en los años 20, cuando se incorporó el color y la fotografía. Surgen originales troquelados y desplegables. Su edad dorada fueron los años 40 y 50, con dibujantes como Renau, Soligó, Jano, Mac... El declive llega en los 70, cuando las películas se publicitan con anuncios en prensa, radio y televisión. Hoy son objeto de coleccionista y entrañable mercadería de rastrillos y librerías de viejo.