Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  



27/12/2023



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Quien se adentre en Papeles del desierto (Los libros del Missisipi, 2023), el último libro de poesía de Jaime D. Parra, no saldrá ileso. Es la crónica de una vislumbre: la del extremo luminoso donde la vida se contempla ante la muerte. Y es también el descubrimiento del desierto originario donde ambas nacen; el desierto más tangible de su Almería natal es, al tiempo que un espacio simbólico, el lugar concreto de donde brota una vida particular y su íntima sucesión de estados de conciencia. 
La primera parte del libro explora, tantea y regresa a la fundación mítica de esa conciencia. Es un viaje al origen propiciado por la «sintaxis del relámpago» que nos anuncia –igual que el pródromo en la tumba de Agamenón– la muerte muda. 

 
El desierto se presenta como «una circunstancia / blanca que te rodea», el lugar, real y simbólico a un mismo tiempo, donde coinciden la identidad en ciernes, que aún debe construirse, y la sombra de su ausencia. Pero ya desde el epígrafe inicial se plantea el autor el problema epistemológico de su indagación: «Es muy importante el punto de vista desde el que nos asomamos a un saber […], la puerta por la que entramos» (Goethe). El primer poema, «La casa del poeta», deja claro que su método de exploración será el de la negación progresiva de todo aquello que no es hasta alcanzar, como en la teología negativa, su esencia: «rigor de palabras» e «imagen en exilio». Hay en todo ello una aceptación de la intemperie, de que el destino es el propio desierto y, por lo tanto, nada logrará disipar la incertidumbre; y aún así volverá «a su arena» como quien regresa a la muerte: ¿no es acaso necesario para alcanzar el origen dejar de ser, regresar a lo no nacido? En ese punto, el desierto ya no es sólo un símbolo sino un lugar en la conciencia donde reconocerse, «frente al espejo de la luna», como un estadio previo a la anagnórisis: «lo que no eres, lo que finges ser».
Ningún poema verdadero admite sin merma su interpretación lógica, su despliegue en prosa. Debemos recorrer necesariamente sus palabras: «los cielos azules son naves», «la gota / que carga / un instante de luz». Con todo, algunos poemas nos ofrecen un descanso en el camino y, rebajada la tensión, permiten «antes del ocaso, / la alegría del nadir, el zenit».


En la segunda parte, el autor busca en un mundo de símbolos cada vez más remoto una forma precisa a lo que darle su propio nombre. La superación de la muerte se da, paradójicamente, en su umbral: «despertar en morir». La reflexión poética tantea el límite oracular mediante pequeñas «noches del pensar», como el sueño breve de una siesta. Aparecen entonces símbolos que nos interpelan sin más señal que ellos mismos: «Y había una flor / roja / en medio del desierto / abierta» o «el sable es la luna del lobo». Para Jaime D. Parra el mundo es un libro en el que leer como quien lee una «alfombra con cifras» que se extiende bajo los pies. 
Papeles del desierto revela al fin la aceptación de la naturaleza migratoria de nuestra vida. Hay un poema, «A solas difícilmente, al margen», que, en su lúcido desaliento, recoge el aliento que anima todo el libro. Al final de su viaje poético, «el que un día fuera rey de los desiertos» se descubre distante de todos: al margen. No hay pesar en ello. La revelación actúa como un bálsamo. Quedamos, junto a la voz del poema, sin fundamente, sin aliento, sin sustento.
 


Misael Ruiz - Abril


   
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