Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


El yo poético: pequeñas convicciones
29/12/2023



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En tanto que escritor, me dedico a interpretar la realidad (la experiencia emocional y sensorial) a través del eufemismo, pues eso es la palabra. Acostumbro a hacerlo desde el territorio de la narrativa: es mi medio mejor conocido, donde me desenvuelvo con más comodidad. Pero ocurre que, en determinados momentos, necesito salir de esa confortabilidad que la ficción y el papel de demiurgo me otorgan. Es entonces cuando aparece en mí, a modo de necesidad perentoria, lo poético.


Qué provoca esa necesidad es algo que trato de desentrañar desde hace años. He llegado a la conclusión de que, en general, el eje narrativo en el que me desenvuelvo se desarrolla a través de una visión cercana a la que Gramsci tiene del autor/pensador, el vínculo inseparable entre lo creado y lo pensado. Una vez asumida esa voluntad, tarde o temprano el microcosmos personal busca ser substituido por el macrocosmos. Salir de la intimidad para entrar en la Humanidad y de ese modo acabar, paradójicamente, adquiriendo una visión más amplia del yo.


Recurrentemente, me alerta el peligro de estar convirtiendo la literatura en un instrumento rígido y carente de naturalidad y de valor intrínseco, sin capacidad operativa alguna. Una cáscara sin nada dentro. Es entonces cuando me obligo a reaccionar, empujado por la convicción de que la literatura—por supuesto la poesía— es una herramienta, un útil que va más allá del divertimento o de la satisfacción tangencial del ego o la auto celebración. Esa determinación condena mi voz literaria a una vitalidad desesperada, a un universo creativo de naturaleza incómoda, basado en la duda permanente y en el cuestionamiento perpetuo de cualquier certeza. Ello hace que solo responda a la necesidad de enfrentarme a mis propias limitaciones, plantar cara a mi tentación de pensamiento hipócrita que, fingiendo profundidad, pueda acabar arrastrándome hacia la nadería, tan de moda en todos los ámbitos de nuestro tiempo.


A través de composiciones híbridas entre lo lírico y lo narrativo, entre lo onírico y lo mundano, la poesía se convierte para mí en una estrategia de acción, en otra palanca que activar en esa búsqueda de utilidad y de autenticidad, lastrada esta última, repito, por los límites de mi propia capacidad. Entiendo, pues, lo poético como una mezcla de inteligencia y avidez, o si se quiere formular de otro modo: la poesía es para mí un impulso instintivo que se moldea a través de la inteligencia. La forma penetra físicamente en la intención con la finalidad de desentrañar las profundas motivaciones del poeta. Los deseos que de una manera u otra aparecen y desaparecen como espejismos en un verso, en una estrofa.


He afirmado que en lo poético no cabe la ficción. Pero también he dicho que toda interpretación de la realidad es eufemística. Atrapado en esa contradicción, no cabe sino recurrir a los recursos elocutivos y confiar en que, tras esa saturación, se superponen diferentes capas, planos distintos de significación que multiplican los significados hasta el infinito, marchándose definitivamente de la intención del poeta para penetrar en la experiencia del lector.


En mi caso, la técnica poética es a veces compleja y otras sencilla, y esa tensión puede percibirse incluso en una misma estrofa. Lo críptico solo aspira a la claridad, no responde a una voluntad del artificio para elevar el discurso, pero a veces es imposible para mí encontrar el camino de la llaneza cuando me topo con aquello que no sé o no puedo nombrar y cuya existencia, sin embargo, percibo con absoluta nitidez. Esta pulsión entre lo oscuro y lo diáfano, entre lo sabido y lo intuido, corresponde naturalmente a mi irremediable contradicción personal.


En cada poema hay un juego ditirámbico entre una visión estática (el pasado convertido en fósil inalterable, fuente de la mitología autorreferencial) y una conciencia cambiante, alerta a la evolución del presente, que se mueve con dudas hacia un futuro en forma de epitafio.


En último término, persiste en mi intención la necesidad de una dialéctica —a través de cualquier forma literaria—que supere el marco teórico, discursivo, puramente estético, y penetre de manera definitiva y transformadora en la acción. Para ello considero necesario abandonar la comodidad sentimental, igualmente la placidez semántica, aceptar entrar en el territorio de los opuestos y la debilidad con una llama tan débil como la palabra, y asumir el riesgo de quedar atrapado en esa oscuridad sin solución.

Una vez iniciado, es un camino que nunca termina. Escribir poesía, como leerla, supone un empeño de rigor en el pensamiento, de paciencia en la contemplación, y de coraje para pasar de los versos a la vida. Por eso creo que no hay que tenerle miedo a la poesía, ni caer en la trampa del fingimiento intelectual. Hay que aceptarla como es, un desafío alegre, vital, sincero. Una invitación a caminar juntos hasta lo más alto de nuestra condición: sacudirnos de encima la Historia, la anécdota y el miedo a existir como hombres libres.




   
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