Martes, 26 de noviembre de  2024



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Eliane grita en la selva
4/2/2024



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La autora, instalada en la ciudad que más deforesta la Amazonia, publica un ensayo-testimonio en el que denuncia la destrucción de la selva y los pueblos que la habitan



Cuando la periodista Eliane Brum se mudó a Altamira, “la ciudad del Amazonas que más mata y que más deforesta en la Amazonia”, dejó de beber leche vegana al descubrir que el único supermercado donde podía comprarla era propiedad de un criminal. “La crisis climática exige radicalidad”, proclama la brasileña en La Amazonia , este ensayo-crónica testimonial que se lee como un grito. Al principio puede avasallar, con la autora marcando el terreno feminista-ecologista en modo apisonadora, pero enseguida interesa, absorbe y, al amparo de datos, hechos y vivencias expresadas con brillantez desde ángulos insólitos, aspira a contagiar tanto su indignación como el deseo de cambiar algo que ayude a “reforestar” selvas y personas.


No se puede entender a los pueblos amazónicos sin la naturaleza, afirma Brum. Teniendo en cuenta que en los últimos cuarenta años el 47 por ciento de la Amazonia ha sido afectada por la actividad humana, y que miles de indígenas han sido desplazados, impelidos a la miseria o ejecutados, estamos ante una historia abundante en violencias. Que nos golpean a todos, dice Brum, porque la Amazonia es el actual centro del mundo. La selva que determinará la evolución del planeta, y la supervivencia o no de nuestra especie.


“Soy gaucha”, dice Brum. Nació en Ijuí, Río Grande del Sur, pero cuando de niña le preguntaban su origen, respondía: “italiana”. Cambió al percibir que la actual identidad gaucha “coqueteaba con el racismo” y castigaba a la selva. Y que las redacciones periodísticas estaban tomadas por gauchos varones. Ahora, la chica que fue madre a los quince años y se psicoanaliza hace treinta, impulsa SUMAÚMA, una plataforma periodística independiente para informar sobre lo que ocurre en la Amazonia. Y, a los cada vez más numerosos indígenas periodistas, les advierte: “El periodismo, tal como existe hoy en día, es un invento de los blancos”.


En el 2020, el periodista Jonathan Watts escribió “un artículo antológico” señalando la lucha por la Amazonia como la gran batalla del siglo XXI, Brum se casó con él y ambos se instalaron en Altamira, donde habitan miles de indígenas refugiados de Belo Monte, la central hidroeléctrica que arrasó buena parte de la vida alrededor. 


“El colapso climático es el resultado de una manera de entender el mundo que se ha definido abrumadoramente por un pensamiento binario, blanco, occidental y masculino”, resume Brum, furiosamente inspirada por el presidente ultraderechista, al que llama asesino varias veces, entre otras cosas por desproteger a los brasileños durante la pandemia provocando la muerte de su gran amigo fotógrafo, ­Lilo Clareto. De todas formas, Brum recuerda que el expresidente “de izquierdas” Lula da Silva ya dejó constituidas unas infraestructuras depredadoras. Bolsonaro solo aceleró el ritmo de destrucción garantizando inmunidad a los criminales. Y ambos –aunque Bolsonaro mucho más– convirtieron a asesinos y delincuentes en “hacendados” o “productores rurales”, lavándolos a fuerza de lenguaje.


Brum concede importancia capital al lenguaje. Así, desmonta las ideas clásicas de esperanza o felicidad afirmando que sin ellas se puede luchar muy bien; se estremece ante cómo se usa la palabra Belo (bello) para di­simular horrores; desliza conceptos como “teología de la prosperidad” –abomina de ella–; carga contra la (kamikaze) sostenibilidad; y azuza a científicos e intelectuales para que, al desplazarse a los espacios no urbanos, asuman que los verdaderos centros de hoy son selvas, montañas, deltas… y transmitan ideas distintas armados con sustantivos nuevos y otra sensibilidad. “¿Quién determina qué es centro y qué periferia?”, se pregunta la reportera. A lo que responde: “Los centros del mundo están donde está la naturaleza, no donde están los mercados”.

¿Cómo contar los nuevos centros? Si la selva se debe narrar con la forma de la propia selva, Brum propone un libro exuberante que transita entre el periodismo de investigación, el ensayo y el desnudo confesional de manera asilvestrada y siempre sugestiva, donde se siente y se sufre el peligro pero prima la tensión de quienes desean vivir en armonía. Y ella, tan incorrecta, se alza impúdicamente orgullosa como ejemplo de espíritu asociativo, alumna de los indígenas que marcan el camino: “El futuro está en el nuevo viejo mundo de las comunidades originarias que han resistido”.






   
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