Martes, 26 de noviembre de  2024



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Las escritoras que la Historia ignoró por ser mujeres
20/3/2024



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La infravaloración, los desprecios, la poca presencia en los planes de estudio, el escaso interés teórico o la falta de trabajos críticos y tesis doctorales han llevado al olvido a toda una serie de autoras con independencia de sus logros



"No son competencia", le contestó el autor noruego Karl Ove Knausgård a la también escritora y ensayista Siri Hustvedt cuando esta le preguntó por qué en su obra, Mi lucha, entre las referencias a literatos que le habían influenciado tan solo aparecía el nombre de una mujer, Julia Kristeva. "¿No había otras obras escritas por una mujer que hubieran tenido alguna influencia sobre él como escritor?", se preguntó tiempo después Hustvedt en uno de sus ensayos reunidos en La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres.


La respuesta a este interrogante está en las palabras de Knausgård: al no ser competencia, las autoras no son merecedoras de atención. De esta manera, el noruego las sitúa en un segundo nivel, las excluye de esa gran literatura con la que dialoga y en la que quiere inscribirse. Sus palabras, sin embargo, no expresan una opinión meramente personal, sino que describen las dinámicas que de manera mucho más exhaustiva Joanna Russ denunció, en 1983, en su ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres.


En este texto, Russ señalaba que las escritoras no solo no eran consideradas competencia, sino que, ante el temor a que llegaran a serlo, ante el temor a que las mujeres, "miembros del grupo de los ‘inadecuados’", ocuparan literariamente el terreno reservado para ellos, los escritores, se desarrolló la táctica de “hacer que la libertad sea tan solo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes”.


A Emilia Pardo Bazán se la “elogiaba” destacando su “talento macho”, y a Carson McCullers se le recriminaba el ser la “plumillas” de su marido, a quien se atribuía la autoría de Reflejos en un ojo dorado. Por su parte, según recuerda recuerda Jessa Crispin, Jonathan Franzen se preguntaba no hace mucho si “la belleza física de Edith Wharton (o la falta de ella, a tenor de su valoración del rostro y del cuerpo de la autora) afectó a su escritura”.


La infravaloración, los desprecios, la poca presencia en los planes de estudio, el escaso interés teórico o la falta de trabajos críticos y tesis doctorales han llevado al olvido a toda una serie de autoras, independientemente de sus logros. Si bien es cierto que, en los últimos años, ha habido una voluntad, tanto desde la academia como desde el sector editorial, de paliar estos olvidos.


Olvidos y escasa circulación

Todavía hay un gran trabajo por hacer, no solo de recuperación de estas autoras, sino también de la puesta en circulación de sus obras: se trata de publicarlas, pero también de traducirlas, puesto que circunscribirlas únicamente a sus coordenadas nacionales sería, una vez más, arrinconarlas y delimitar la trascendencia de su obra. En otras palabras, se trata de reconocerlas como interlocutoras de una literatura universal que, sin embargo, ha sido secularmente parcial.


Por ello, resulta especialmente alarmante, en temas de circulación, que una autora como Anna Murià no sea traducida al castellano ¿Cómo es posible que Aquest serà el principi, una extraordinaria novela sobre la guerra y el exilio, sobre la memoria y el tiempo, una novela ambiciosa que dialoga con la gran narrativa del siglo XX, sea una completa desconocida en el campo literario en castellano? La publicación, en su versión definitiva, de Aquest serà el principi pone en el centro de la literatura catalana del siglo XX a Anna Murià, pero no basta, puesto que hablamos de una escritora cuya literatura entronca con la de autoras como Natalia Ginzburg, Simone de Beauvoir e Iris Murdoch.


La figura de Murià es particularmente interesante porque subraya de qué manera los olvidos se perpetúan por la falta de circulación de estas autoras, incluso dentro de un mismo territorio o dentro de una literatura formada por distintos campos nacionales. Este es el caso de las escritoras latinoamericanas que quedaron completamente a la sombra del boom, fenómeno, dicho sea de paso, que tiene más que ver con cuestiones editoriales que literarias. Autoras como Rosario Farré, reivindicada por Lina Meruane y Luna Miguel en su libro Coloquio de las quiltras; Alcira Soust Scaffo, a la que todavía se tilda de “musa de Bolaño” o Eunice Odio, la mayor de todas ellas, son solo algunos nombres que fueron marginados en la historia literaria de sus países y en la historia de la literatura en castellano.


Tareas pendientes 

La recuperación de su obra es todavía una tarea pendiente. Afortunadamente, ese no es el caso de Elena Garro, que hoy es un nombre imprescindible a la hora de hablar de la literatura mexicana del siglo XX, si bien una editorial no dudó en definirla en la faja de un libro como “la mujer de Octavio Paz y la amante de Bioy Casares”.  Funcionando, aunque sea por mera inercia, todavía hoy estas estrategias de ocultación, no resulta nada llamativo la lentitud con la que se reivindica a autoras completamente olvidadas, y la pereza y falta de interés por poner sus obras en circulación.


Cuando se le otorgó el Premio Cervantes, la uruguaya Ida Vitale hizo hincapié en el lento reconocimiento al que son abocadas las escritoras y, con ironía, señalaba que, considerada su edad, habían llegado justo a tiempo a darle el que está considerado como el Nobel de las letras castellanas. “Si conmigo esperan un poco más, recojo el Cervantes como fantasma", sentenció la escritora.


Elena Garro es un nombre imprescindible de la literatura mexicana del siglo XX, si bien una editorial no dudó en definirla en la faja de un libro como “la mujer de Octavio Paz y la amante de Bioy Casares” Las obras de Alcira Soust Scaffo, Eunice Odio o Rosario Ferré son todavía escasas en nuestras librerías. Escritoras en catalán como Anna Murià, Maria Aurèlia Capmany, María Teresa Vernet o Maria Ibars aún son grandes desconocidas en el campo literario castellano, a falta de traducciones. Autoras españolas como Mercedes Pinto, Dolores Medio o Silvia Mistral continúan atrapadas en el olvido, siendo sus libros inencontrables.


En este contexto, hay escritoras cuyas obras comienzan a reeditarse tras estar muchos años descatalogadas. Este es el caso de Elena Quiroga, que ganó el Premio Nadal con Viento del norte y cuya modernidad no se captó, siendo definida como una especie de apéndice de Pardo Bazán, así como el de Maria de la O Lejárraga, a la que por fin se le reconoce la autoría de los títulos que escribió y de los que se apropió su marido, Gregorio Martínez Sierra, o el de Remedios Varo. Algunos de sus libros ocupan hoy los estantes de las librerías y son objeto de interés para los lectores actuales, para los cuales estos nombres nunca estuvieron presentes, ni tan siquiera como simples alusiones, en sus manuales escolares.


Más allá de la literatura en castellano

El canon de la literatura en castellano no es el único en conformarse a partir de una serie de ausencias. En 1926, Grazia Deledda fue reconocida con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en la primera y única escritora italiana en conseguir el galardón. A pesar de ello, la autora sarda es una gran desconocida para los estudiantes italianos, puesto que su nombre está ausente de los planes de estudio.


Ana María Moix, una escritora por redescubrir

Hasta que Elena Ferrante no reivindicó a Alba de Céspedes, la autora de Una esposa ejemplar apenas era leída y, para muchos lectores, era una gran desconocida. Como Deledda, tampoco De Céspedes aparece en los manuales de literatura, en los que ningún estudiante encontrará referencia alguna a Matilde Serao, Fausta Cialente o Paola Masino. Todas ellas son figuras clave de la literatura italiana del siglo XX y, si bien sus títulos principales han ido reeditándose de manera desigual, todavía hoy está pendiente una verdadera reivindicación de su obra para así incluirlas, a través de las traducciones, todavía escasas, dentro del corpus de la literatura europea del siglo XX.


Ningún estudiante italiano encontrará referencia alguna a Matilde Serao, Fausta Cialente o Paola Masino en los manuales escolares

En 2015, un artículo en el periódico francés Libération puso el acento, no tanto en los olvidos, sino en el menosprecio hacia las grandes autoras, que siguen excluidas de los currículums escolares y de las lecturas obligatorias. Responsables de educación reconocían en esa pieza periodística la necesidad de estudiar más a las mujeres, aunque se justificaban afirmando que, en realidad, “hay pocas mujeres”. Pero no es un tema de números, sino de ignorancia. Casi nadie conoce a En-Hedu-Ana, considerada la primera escritora de la historia, y muy poca gente, fuera de los círculos académicos, ha leído a Marie Anne Barbier o a Marceline Desbordes-Valmore.


Los estudiantes en Francia no están obligados a leer a George Sand y la surrealista Valentine Penrose les resulta desconocida, algo que no sucede, por el contrario, con André Breton o Louis Aragon. En el campo anglosajón, los olvidos no son menores. Hace algunos años, todo el mundo descubría entusiasmado a Lucia Berlin y sus relatos de Manual para mujeres de la limpieza, un entusiasmo que no hacía más que subrayar el desinterés mostrado hacia Berlin durante años. Además de la autora nacida en Alaska, cabe citar a Ursula Parrott, de la que ahora la editorial Gatopardo publica la novela La divorciada, a Ivy Compton-Burnett, Stella Gibbons, Jan Morris, a Jane Bowles o Margaret Cavendish, precursora de la ciencia ficción y cuya novela El mundo resplandeciente leímos en castellano por primera vez en 2017, habiéndose escrito en 1666.


A todos estos nombres podríamos añadir más, provenientes de otras literaturas, como los de Margarete Böhme, Gabriele Tergit, Lenore Kandel o Mary McLane, recientemente recuperada por la editorial Seix Barral. Porque todavía queda mucho por andar y, sobre todo, muchas dinámicas que cambiar: cómo leemos, a quién leemos y quién lee a quién son preguntas que deberíamos plantearnos una vez más.


Las editoriales independientes, las más implicadas en la recuperación

Dos damas muy serias no fue bien recibida por la crítica, que defenestró la novela escrita por una joven Jane Bowles de veinticuatro años. Los elogios recibidos por parte de Tennessee Williams y el entusiasmo de Truman Capote, que la llegó a definir como “una leyenda moderna”, no evitaron que la figura de Bowles cayera en el olvido y que su obra apenas trascendiera en otros campos literarios. De hecho, hasta 2009 la obra de Bowles no fue traducida al castellano, publicada por Anagrama.


Son las editoriales independientes quienes más están apostando por la recuperación de autoras olvidas y poco o nada traducidas. Mientras Bamba está reeditando las obras de Ana María Moix y Elena Quiroga, Minúscula nos ha descubierto a autoras como la romana Dolores Prato –Quemadura-, que se autoeditó sus dos primeras novelas, o Marisa Madieri –Verde agua, El claro del bosque-, además de haber recuperado a Anna Maria Ortese.


Gallo Nero, por su parte, ha apostado por Matilde Serao publicando El vientre de Nápoles, mientras que Alianza editó en 2019, y por primera vez en castellano, Nacimiento y muerte del ama de casa. La editorial Wunderkammer ha traducido a Valentine Penrose, de quien ha publicado toda su poesía, así como La condesa sangrienta, su obra más conocida, además de rescatar a Claude Cahun, cuya obra no estaba disponible en castellano.






   
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