Martes, 26 de noviembre de  2024



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La sacudida de Luis Martín-Santos
31/3/2024



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La recuperación de la crucial ‘Tiempo de silencio’, y de la narrativa breve de su autor, incita a analizar el contexto editorial en que surgió


Un siglo después del nacimiento en Larache (Marruecos) de Luis Martín-Santos (1924-1964) nos apresuramos a una celebración, que debe tener mucho, todo, de cultural y literaria. Por ello sea bienvenida la iniciativa que dirige el profesor Ródenas de Moya de reunir sus Obras Completas, de las que acaba de ver la luz el primer tomo y cuya voluntad es publicar en ellas una parte importante de la obra del doctor Martín-Santos que ha permanecido inaccesible. La narrativa breve, que se agavilla con rigor, nos acerca al escenario previo y coetáneo en que se fragua una novela sensacional (el adjetivo es de su editor, Carlos Barral, en mayo del 61), Tiempo de silencio (1962), incluyendo El amanecer podrido, texto redactado por dos amigos, Martín-Santos y Juan Benet, entre 1948 y 1951. Los primeros cuentos, los esbozos y los apólogos son un laboratorio narrativo, que tiene como disciplina central la ironía mediante la cual se confiere el sello definitivo a este ramillete heterogéneo, donde la temática mejor subrayada es la relación del artista con sus creaciones.


Martín-Santos fue un neuropsiquiatra eminente, serio e importante militante del PSOE, quien encontró en el existencialismo con diferentes postulados estéticos –Sartre, siempre Sartre, o Camus leyendo a Kafka– un acomodo para su visión del mundo y de la vida. De su personalidad conocemos por testimonios coetáneos rasgos que tienen un denominador común: siempre primero de la clase, sabio, ingenioso, seductor, “tío cojonudo” –según Gil de Biedma en la anotación de su diario del 10 de diciembre del 62– e “insoportablemente culto”, en apreciación de Juan Benet en un texto canónico, Luis Martín-Santos, un memento (1968), aunque estos y otros testimonios infravaloran el significado de su esposa, Rocío Laffon (fallecida en marzo de 1963), de quien Jaime Salinas, que la conoció en Barcelona en diciembre del 62, tras asistir a la conferencia que Martín-Santos dictó en la Academia de Ciencias Médicas, Límites y dinámica del realismo literario (anunciada por La Vanguardia el 6 de diciembre), anotó en una carta: “La mujer de Martín-Santos me resultó más agradable, más flexible que él”. Impresión que a buen seguro nace después de una larguísima tertulia nocturna en casa de los Barral.


El mecanuscrito de Tiempo de silencio llegó a manos de Barral en mayo del 61. Ambos guardaban una vieja amistad desde su común estancia en Heidelberg en 1950 (allí estaban también Joan Reventos, Hilari Raguer y Manuel Sacristán), que el editor barcelonés detalló en su espléndido tomo de memorias, Años de penitencia (1975). Hasta su publicación en febrero del 62 –cuatro mil ejemplares– deambuló por las cuevas de la censura. Al ver la luz recibe una extraña acogida, pues el crítico (de La Vanguardia y ABC ) Melchor Fernández Almagro la silencia, mientras Ricardo Doménech (Ínsula , junio del 62) la considera “una novela irrepetible” y, sobre todo, Antonio Vilanova, crítico del semanario Destino desde 1950, le dedica una sabia y elocuente reseña (ignorada, por cierto, por José Lázaro en su excelente biografía del novelista). En ella, Vilanova argumenta, con gran conocimiento de la novela española contemporánea, que Tiempo de silencio es “la más extraordinaria revelación del año en curso”. 


La novela transcurre en Madrid en el otoño del 49. La historia presenta a un joven médico e investigador, Pedro, que indaga sobre los gérmenes del cáncer. Atendiendo el consejo de su ayudante, Amador, entra en contacto con un inframundo que va a ser la causa de su perdición, de su derrota y de la pérdida de sus estatus de investigador. A la par que su mirada sobre la alta sociedad y la “gran cultura” está preñada de ácida ironía. El lenguaje narrativo (Ulises de Joyce como telón de fondo), nutrido de parodia, sarcasmo y humorismo negro, patentiza las contradicciones de la sociedad madrileña que rodea a Pedro en su deambular alucinante.


Los trabajos narrativos de Martín-Santos en ese momento capital en la trayectoria de la novela española contemporánea y en Tiempo de destrucción (1975, edición renovada en 2022) quieren dar formas al propósito que defendió en su correspondencia con Ricardo Doménech, en su conferencia barcelonesa de diciembre del 62 y en las Conversaciones sobre novela, celebradas en un salón de los sótanos del Hotel Suecia de Madrid (14 al 20 de octubre de 1963). Sintéticamente, Martín-Santos, reconociendo el valor de Cela, Delibes y también Zunzunegui, creía que el realismo debía captar dialécticamente la realidad cambiante, cuya expresión adecuada no podía ser una simple actitud descriptiva o conmiserativa.


Hay que aprovechar su centenario para leer o releer esa novela única, que Vila Matas ha prologado con extraordinaria lucidez. Tiempo de silencio es un clásico contemporáneo, y su protagonista, el joven científico Pedro, un “hombre de la incertidumbre” (Vila Matas, dixit). Un hombre de hoy.



Adonfo Sotelo -La Vanguardia




   
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