Martes, 26 de noviembre de  2024



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Muere el escritor Paul Auster a los 77 años
30/4/2024



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Paul Auster: muy literario, muy humano y muy estadounidense. El autor de la 'Trilogía de Nueva York' y 'El palacio de la luna' renovó la narrativa, triunfó en Europa y dio una visión actualizada y crítica de algunos de los grandes mitos de su país
 

Con Paul Auster se va uno de los mayores escritores de nuestro tiempo. Oí hablar por primera vez de él en Madrid, el año 1986. Yo estaba alojado en el apartamento de un amigo, Ramón de España, que me habló de City of glass (La ciudad de cristal), una novela que le tenía fascinado. A mi también me hipnotizó. Mi amigo convenció a los responsables de Júcar, una pequeña editorial de la época, para publicarla, y la tradujo al castellano; pasó sin excesiva pena ni gloria.


Cuando en 1990 supe que el Instituto de Estudios Norteamericanos iba a invitarle a un ciclo de autores estadounidenses contemporáneos, pedí a mis jefes de La Vanguardia que me enviaran a Nueva York a entrevistarle. Fui a su casa en Park Slope, Brooklyn, y allí le conocí. Cuando vino después a Barcelona fuimos con un grupo, tras su conferencia, a cenar a un célebre restaurante de la Barceloneta, y él y su esposa Siri sufrieron por la noche una fuerte indigestión. Así que aquella primera visita tuvo un sabor agridulce para él. En los años posteriores, con repetidos viajes a la ciudad, se ha convertido, con Woody Allen, en una de las figuras de la cultura estadounidense más apreciadas por los barceloneses.


Auster, pese al intenso sabor americano de su trabajo,  ha sido un autor más valorado y diría que leído en Europa que en EE.UU., con especial peso en Francia y en España, donde ha recibido galardones como el Príncipe de Asturias. En Barcelona ha tenido a sus editores para Hispanoamérica: Jorge Herralde de Anagrama, que fue quien consolidó su trabajo entre nosotros, y Elena Ramírez de Seix Barral, que ha tutelado sus obras en el último decenio. Y Pilar Beltrán, para las ediciones en catalán.

 
Sus novelas, a menudo con elementos autobiográficos, bastante metaliterarias, bordean distintas tendencias que han marcado la literatura más innovadora del último medio siglo, y a la vez cuentan siempre con un fuerte componente narrativo y poético que le permite llegar a un público amplio. Ha abordado además, siempre desde una perspectiva progresista vinculado a la izquierda del Partido Demócrata, cuestiones de la historia y la política norteamericana reciente sin esquivar el compromiso.


En su libro memorialístico La invención de la soledad brinda recuerdos familiares y de formación, que me completó en aquella entrevista para La Vanguardia. Sus padres se llevaban mal. El progenitor era recaudador de alquileres baratos, un hombre algo mezquino, crecido en la pobreza. La madre, activa y amante de la buena vida. Se divorcian. Auster va a la universidad, vive las revueltas del 68 en Columbia y conoce a los contraculturales del momento. Se libra de ir a Vietnam por sus estudios universitarios. Viaja a Francia, donde reside varios años y se familiariza con su literatura. Vuelve a EE.UU. y realiza distintos trabajos literarios de poca monta. Al fin hereda un dinero de su padre y se lanza a escribir.


En La ciudad de cristal (1985) un escritor, Quinn, que ha perdido a su mujer y a su hijo, recibe una llamada telefónica confundiéndole con el detective Paul Auster. Quinn se pone tras la pista de un chiflado que hace extraños recorridos por Nueva York para trazar letras de un lenguaje. El perseguidor acaba como un homeless. Es la primera novela de la Trilogía de Nueva York, a la que continuarán Fantasmas y La habitación cerrada, y que le vincula de por vida al mito literario de la ciudad del Hudson.


El palacio de la luna (1989) marca su gran consagración europea. Marco Stanley Fogg cae en la indigencia y se convierte en un hombre del bosque en pleno Central Park hasta que Kitty Wu le rescata. Son los años del descubrimiento de la Luna. Trabaja después como lector para un pintor paralítico, Effing. Fogg -todo un guiño a Julio Verne-, acabará descubriendo una complicada relación familiar y viajando al otro extremo del país, enlazando así con otro de los grandes mitos de la literatura estadounidense, la Conquista del Oeste.


En Leviatan (1992), un terrorista intelectual se dedica a volar las replicas de la Estatua de la Libertad que hay por el mundo. En esta obra aparece también un trasunto de Sophie Calle, artista conceptual con la que mantiene una larga conexión profesional.


En estos y otros volúmenes se dibujan las características de su universo. A menudo interviene en la narración o coloca datos de su vida. Fanshawe, el personaje de La habitación cerrada, es un alter ego del autor. Juega con el azar, las apariciones y desapariciones, el misterio. Integra elementos de la literatura popular e influencias de la alta cultura, como la escuela surrealista. Ofrece una prosa suntuosa e introduce la literatura dentro de la literatura, bastantes de sus personajes son escritores o gente del gremio. En cualquier caso gente inadaptada, con problemas sentimentales fuertes. “Cierto grado de conflicto es bueno para las personas”, ha escrito.


Algunas de sus tramas pueden verse como parábolas humanísticas para adultos, donde personas perdidas consiguen encontrar su lugar en el mundo gracias a que otros le ayudan. Y están trufadas de historias cotidianas de personajes secundarios, como en Brooklyn Follies (2005), donde un médico espera a su madre, que viene de Europa después de muchos años en que no se han visto. Tiene que ir a buscarla al aeropuerto pero por una urgencia de trabajo no puede. Ella coge un taxi, sufre un accidente y llega muerta al hospital donde el hijo trabaja.


En línea parecida, Sunset Park  (2010) constituye la vez una novela de sentimientos a lo Vicky Baum y una novela de denuncia social a lo John Steinbeck, reflexión intergeneracional y elegía por la sexualidad perdida.


En el ecuador de su trayectoria, Auster emprende distintas aventuras de carácter artístico: colabora con el cineasta Wayne Wang y dirige dos películas. En colaboración con el ilustrador Sam Messer, dedica un libro a su máquina de escribir, instrumento que nunca ha abandonado por el ordenador. Trabaja con los autores de cómic Paul Karasik y David Mazzuchelli en la adaptación de La ciudad de Cristal.


En 4,3,2,1, una extensa obra maestra de 2017, diríase que auténtica cumbre de su carrera, Auster especula con diferentes versiones de su propia vida y condensa relatos personales, familiares y sociales que han ido apareciendo a lo largo de toda su obra.


Su texto de despedida, Baumgartner, trata de un profesor de filosofía que encara una traumática viudedad, y al cabo de un tiempo emprende otra relación sentimental. Libro melancólico donde es difícil no detectar la huella de alguna de tragedia que el autor ha experimentado en los últimos años.


A propósito de El palacio de la luna escribí en este diario hace más de treinta años una de esas frases que los editores utilizan en sus fajas, como efectivamente ocurrió: se trataba de “una de las novelas más complejas, elegantes, refinadas e inteligentes de los últimos años”. Si añadimos “cargada de humanidad” e “intensamente celebradora de la vida”, creo que la definición puede aplicarse a toda la literatura del inmenso autor que acaba de dejarnos, y a quien tantos ratos felices debemos.




   
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