Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


Miquel de Palol, escritor y arquitecto:
3/6/2024



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La editorial Navona reedita El jardí dels set crepúscles, una historia en la que el autor fantaseaba al filo de la treintena con cómo sería la vida en el año 2024


Admite De Palol a pie de página que fue en su juventud "un tipo bastante abrupto". Y la interlocutora, que lo sabe, había llegado con cierta precaución. La risa fluye empero de seguido y nada más iniciarse el encuentro: un disparate. Oiga, ¿pero usted no era aquel escritor contracultural, catalanista acérrimo y más bien hosco que…? "El individuo que escribió El jardín de los siete crepúsculos ya no existe, estás hablando con un tipo de 71 años".


Barcelona, 1953, dos hijos; de primera formación y oficio arquitecto, y a partir de ahí, poeta, novelista y autor de ensayo siempre en lengua catalana, traducido a varios idiomas, mal llevado por la densidad de sus novelas superando casi siempre el millar de páginas de escritura fragmentada, geométrica o poliédrica, ácida y lúdica, que se dice realista y su registro es fantástico.


Resulta que Navona reedita ahora esta historia en la que Miquel de Palol fantaseaba al filo de la treintena (1981-85) con cómo sería la vida en el año 2024. ¿Y qué? "Pues que aquello de llegará un día que… ¡¿a dónde vamos a parar?!… Aquel día ya ha llegado, la catástrofe ya ha sucedido: nos quedan la música y el mar".


Traza usted un universo donde la justicia y la economía se rigen por el azar y el juego, dando lugar a un estado de inseguridad profunda. ¿Estaba describiendo en 1989 el actual estado de las cosas: la posverdad, el hipermodernismo, el capitalismo salvaje?

Se publicó en el 89, pero la terminé en el 85: costó publicarla porque entonces estaba de moda la literatura tampax, de usar y tirar. Soy un escritor realista, intentaba ser fiel a una realidad, y me quedé corto. En cierto modo, es un retrato de mi generación, porque lo que cuentan esos señores de 70 años les había sucedido hacía cuatro décadas. 


¿Diría que acertó en sus premoniciones?

Diría que me he atrapado a mí mismo, porque se reedita en el año en que yo situaba el futuro. Hay cosas que sí se han producido y otras, no. Se habla de la Unión Soviética, porque quién iba a imaginar su desintegración. ¿Te imaginas que desaparezcan los Estados Unidos y México se convierta en el gran Estado americano? Pues puede pasar. ¿Quién iba a imaginar en 1985 la caída del Muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias? 


Discrepo: la RDA entonces hacía aguas; estudié ese año en Berlín Este y no me parecía nada impensable, sino previsible.

Pero fíjate quién la llevó a cabo, Helmut Kohl, nada parecido a un filósofo ni a un intelectual.


Digamos que le vino dado, fue un mero funcionario ejecutor. ¿Se da cuenta de que las distopías, el futurismo y la ciencia ficción se convierten cada vez más rápido en presente? ¿Nos quedaremos sin el género y habremos de recurrir al esperpento sin más?

No, porque ya todo es ciencia ficción: es el gran género, sin adjetivos. Vivimos una realidad que ya no sabemos qué es. Lo decían los prerrománticos: la realidad verdadera es el mundo de los sueños y la vigilia es la impostura, la ficción. Ya está en Las mil y una noches: la verdad, la vida, la existencia, la noción del ser está repartida en múltiples sueños; no está aquí, esto es otra historia: la realidad está en otro sitio. Hay escritores reductivamente clasificados como autores de ciencia ficción que a mí me parecen de muy primera categoría, como lo es Stanislaw Lem, formidable novelista sin género comparable a Kafka, pero encasillado.


¿Qué nombre le daría usted a esta fusión de realismo y fantasía que practica en su literatura?

Es que no sé qué es la fantasía ni qué es la realidad. Yo aspiro a ser un escéptico, primero en el sentido canónico: el que no cree posibles las demostraciones racionales de los hechos; y, también, en el que comporta la duda sistemática. Tiene bastante que ver con mi infancia y formación, familia de padre catalanista, burguesa, intelectual, y por parte de madre españolista, súper burgueses y arruinados; y encima me llevaron a vivir a Valladolid hasta los 17 años, que regresé a estudiar arquitectura. Interioricé la relatividad. Y al final, ¿qué es lo que yo soy?, pues un individuo que duda pero que cuando le toca, actúa. Yo cuando sea mayor quiero ser un escéptico con una simpatía por el cinismo de la escuela de la antigua Grecia: el independiente, no sujeto a las normas, y que no cree en la ley porque el concepto de creencia me es extraño, no pertenece a mi esquema mental.


¿Cuánto hay de sustrato arquitectónico en sus narraciones?

 Mucho, pero no referido a la estructura narrativa, sino a la manera de ver las cosas: perspectivas, imágenes, gusto por el espacio, dialéctica… Algo más plástico que estructural.


Lectores y crítica aplauden sus libros al tiempo que denostan su "desmesura". ¿No tiene tiempo para escribir en corto, para sintetizar?

Lo he hecho, tengo varias nouvelles y cuentos, pero me da la impresión de que cuando lo hago no me toman en serio, siendo que aplico la misma entrega. Mis mundos son mucho más elementales de lo que parecen, y lo que considero una falta de respeto es simplificar: mis lectores son igual de listos o probablemente más que yo. Simplificar me parecería una vanidad: doy lo mejor de mí mismo.


¿Qué cree, o no, que sucederá a la crisis del sistema democrático neoliberal?

Veo que se está produciendo una uniformización de criterios y, a la vez, una atomización. Las grandes estructuras socioeconómicas y culturales se están derrumbando: la comunicación está dominada por elementos que nada tienen que ver con la cultura, además de estar sometidos a una censura muy dura. ¿Recuerdas aquel libro de cuentos de Woody Allen, Cómo acabar de una vez por todas con la cultura?, pues ya se ha producido: hemos acabado con ella. La atomización ha generado una gran masa mundial de población esencialmente inculta; el conocimiento y el arte, el cultivo de la sensibilidad y el espíritu, se producen en pequeños grupos privados sin ánimo de globalización: la creatividad es una práctica que a nadie le interesa. Y el resto es vacuidad y tópico. Cuando era jovencito los viejos decían: "Si esto sigue así va a llegar un momento en que suceda el desastre, ¿a dónde vamos a parar?". Esto ya nadie lo dice, porque ese día que vendría si todo seguía tan mal ya ha llegado, ya se ha producido. Ni los políticos hacen planes de futuro, ellos mismo saben que no vamos a ninguna parte: vivir lo menos mal posible se ha convertido en la aspiración universal.


 Dice que "la democracia es un sistema totalmente podrido por las leyes del capitalismo". ¿La alternativa según usted sería la oligarquía de los más cultos y los más sabios o menos estúpidos?

 La alternativa sería la división real de poderes. La democracia es una estafa en cuanto quien gana es aquel que tiene más dinero para hacer campaña y, por tanto, más presencia en los medios. Pero desde Cicerón sabemos que el Gobierno debería estar en manos de los mejores. Los que ocupan hoy los parlamentos son los empleados, mientras que los que mandan son otros: son los propietarios.


Defiende sin ambages la jerarquía de la cultura, "indispensable para hacer avanzar una sociedad". Le pregunto: en lugar de igualar el conocimiento a la baja y hacer ostentación de la ignorancia, ¿no sería posible igualarlo al alza y evitar el elitismo?

Esa es la idea. Está en Frase variata, un pequeño ensayo que escribí sobre la paradoja de Triptólemo para explicar que el conocimiento, el misterio, es privilegio de unos pocos que han de ponerlo al alcance de todos. He ahí el principio de la democracia: el progreso ha de ser gestionado por unos pocos para el bien de la mayoría. La izquierda, que proviene del humanismo renacentista, promulga que sólo los mejores acceden al conocimiento pero que estos han de ser escogidos por votación, no por su origen. Y de ahí viene el concepto de la instrucción pública: ha de haber una élite dirigente que no salga de las castas o el poder, sino del conocimiento: todos los humanos han de recibir la misma enseñanza y, de entre ellos, los mejores por naturaleza harán funcionar el mundo. Pero es complicado, no diré que los humanos somos corruptos pero, como decía Bernard Shaw: "Los pañales y los políticos hay que cambiarlos con frecuencia, por la misma razón".


Le cito: "La tolerancia es el refugio de los imbéciles". ¿No recuerda esto al Manifiesto futurista de Marinetti que fundamentó el fascismo de Mussolini?

Pienso que la retórica de la tolerancia presupone ponerte por encima del otro. ¡Tolérate a ti mismo, que bastante trabajo tienes…! El "como soy tolerante voy a permitir que existas" me parece de una vanidad y soberbia insoportables.


Dice que la pérdida del relato simbólico es uno de los rasgos cardinales de estos tiempos. ¿La solución de la enseñanza y el aprendizaje pudiera estar en la recuperación del mito como puerta a la reflexión?

Las sociedades se construyen en base a la cultura, que es la tradición, y esto nada tiene que ver con el pensamiento derechista. Mi opinión de la Iglesia y los curas no es muy favorable, pero es un disparate cultural cerrar la puerta al referente del cristianismo, porque entrarás en un museo y no entenderás nada, y lo mismo si hablamos de literatura, música, filosofía. La iconografía clásica ha desparecido, y lo mismo está ocurriendo con la cristiana. Freud recupera el relato de la construcción moral del mundo y cambia la forma de vernos como seres humanos, porque empieza a llamar a las cosas por su nombre. Me parece el individuo más importante de la modernidad.


 Sufre la sociedad por un lado de hiperinformación y, por otro, de hipoconocimiento. "He ahí la efectividad de la literatura –sostiene–: provocar lectores críticos". ¿Se da cuenta de que hoy la gran masa crítica está dirigida por los algoritmos?

 Pongo en cuestión la existencia de esa masa crítica. Los datos han sustituido al conocimiento, ya no hace falta el relato. Y ¿qué sociedad va a resultar de esta forma de funcionar? Una de las mayores garantías para el fracaso es aventurar el futuro. Sólo sabemos que vamos hacia una sociedad diferente, y ¿qué es mejor?: a quien diga que le hubiera gustado vivir en la Florencia de los Médici le pediría que pensara en un dolor de muelas. La literatura, si es que va a tener algún sentido, ha de evitar restringirse al entretenimiento, porque hay medios más vistosos e inmediatos; su sentido ha de ser el conocimiento y la introspección personal y social, complementarias.

Dígame una cosa, esa indiferencia por el sentimiento que impregna a sus personajes, ¿es también su actitud ante la vida?

¡Cielos!, no quiero eludir la pregunta pero el individuo que escribió El jardín… ya no existe, lo escribió un tipo de 30 años y estás hablando con otro que tiene 70. El personaje va persiguiendo misterios e historias pero el gran enigma es: ¿quién es este tipo? La respuesta está en el último párrafo del libro.

 Dice que la extinción humana no es sólo inevitable, sino necesaria: ¿estaremos ante la última crisis de civilización?

 El ser humano es una especie perniciosa y muy agresiva con el planeta, con las plantas, con los animales, con todo: se dedica bien a asesinarlos bien a ponerlos a su servicio. Es malvada y maligna, y apenas tiene destellos extraños de pensamiento y arte, de generosidad y bondad incluso, pero lo deseable sería que se extinguiera.

Y la naturaleza rebrotaría enseguida y feliz, como ha hecho en Chernóbil, ¿cierto?

En dos días. No estamos destruyendo el planeta: nosotros somos una anécdota en el planeta: desaparecemos y vuelve a resplandecer. La pandemia nos dio el ejemplo: ¡en el puerto de Barcelona nadaban los delfines!

¿Cuánto tiempo nos queda, doctor?

Mi preocupación ahora es cuánto me queda a mí, porque tengo planes literarios, y lo digo sin dramatismo. ¿A la humanidad? Creo que el desastre ya se ha producido y vivimos en una especie de inercia que no sabemos cuánto va a durar.






Imagen Adrián Quiroga



   
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