Martes, 26 de noviembre de  2024



Català  


La biblioteca de Carmen Plaza
17/6/2024



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Economista y poeta, se rodea de libros dedicados y colecciones vivas


Dice que su despacho literario es el mar. Carmen Plaza se sienta delante y, como no quiere gastar papel, porque tendría la impresión de matar muchos árboles, dobla la hoja en cuatro. Escribe sonetos y haikus, luego corrige. Nacida en Burgos, obtuvo su primer premio de poesía en el colegio, con nueve años. Pero su amor por el libro es anterior: con cinco, leyó los cuentos de Perrault. Aún recuerda aquel volumen amarillo de tapas duras en cuya cubierta aparecía el gato con botas.


Su hermano José Luis le regaló una historia de la ciencia en la que descubrió a Pitágoras, a Leibniz, que fue bibliotecario en Hannover. Ana Blandiana, premio princesa de Asturias, también lo fue en Bucarest, remarca: “Las bibliotecas son importantes, son la casa del alma”. Los egipcios decían que es el tesoro de los remedios anímicos. La suya, apunta Plaza, está llena de libros dedicados e historias impresionantes. Muchos los ha enviado desde lugares a los que ha viajado y en los que ha vivido; su marido, Juanjo, ha dirigido varios hoteles. Se casaron en Sitges y han conocido a tantísima gente que, aunque no pide autógrafos, van llegando. Por ejemplo, de Mickey Rooney (Juanjo es muy aficionado al cine y tiene un montón de programas). O de Carles Duarte (“el poeta de la luz” y para ella un referente), o del “maestro Enrique Badosa”, o de Corredor Matheos. O de Joan Margarit, otro de sus amores, quien le puso: “A mi sonetista actual preferida, te quiero y lo sabes, con un beso”.


De pequeña estuvo enferma de los pulmones, y como tenía que hacer reposo, pasó mucho tiempo leyendo y estudiando. Empezó la universidad con dieciséis años, demasiado joven para decidir entre ciencias o letras; ambas le entusiasmaban. Se matriculó en Físicas porque quería conocer las leyes que dominan el mundo. Y porque la física es poesía: la teoría del caos y la teoría de los límites la han inspirado siempre. Pero le faltaba el factor humano. No podía estar solo con fórmulas y números. La geometría le encantaba, pero, “¿dónde quedaban las personas? ¿y los sentimientos?”. Pasó a Económicas y disfrutó, porque la economía te enseña a entender las cosas. Por azar, se especializó en gestión sanitaria. Fue a Roma, a la FAO. Ha llevado hospitales y clínicas, ha sido asesora del Ministerio de Sanidad y la Generalitat.


Nadie en su entorno sabía que escribía poesía. Compraba libros, los enviaba a casa. Necesita estar rodeada de colecciones vivas, supone que como reacción a la enfermedad. Tiene una de campanas que, igual que los libros, guardan recuerdos. Cada una suena diferente y su sonido es especial. Están en el comedor. En la estantería del pasillo, hay cuentos y novelas. Y en una habitación propia –muebles a medida de madera, y una silla convertible en escalera para alcanzar los de más arriba–, su biblioteca: “Aquí estoy con mis amigos, me siento absolutamente rodeada de vida”.


Sobre el escritorio, libros de Alberti, Machado, Miguel Hernández, la Generación de los 50, Ángel González, unas galeradas de Blas de Otero. Forma parte de la Associació de Bibliòfils de Barcelona. Ha hecho su particular homenaje a Salvat-Papasseit (“Res no és mesquí es una maravilla”), que sufrió de los pulmones, como ella, y como Màrius Torres. La obra completa de Verdaguer le fascinó y le descubrió la poesía catalana, que nunca ha abandonado. Se encontró a Carner en el ascensor del hotel Balmoral, meses antes de que muriera. Le dijo que se alegraba de verlo y le citó un poema suyo; “entonces me dedicó una mirada súper agradecida, súper bondadosa, súper cariñosa”.


Plaza obtendría el Premio Carmen Conde de Poesía en 2006 con Tela que cortar. Y parte de su biblioteca está dedicada a Ediciones Torremozas, especializada en literatura escrita por mujeres, que lo otorga y publica. El crítico Joaquín Marco le dijo que el título de su antología No me regales flores le parecía una idea preciosa, porque cuando cortan una flor es una amputación. Lee mucho más desde que se ha jubilado, y puede hacerlo en cualquier parte; no le molesta que el televisor esté encendido, porque se aísla. Dice que su cabeza funciona con carpetas, como un ordenador. Descubre a Alda Merini, a Ana Romaní, a Erwin Mortier, que ha retratado su manera de escribir, doblando el papel en cuatro.



La mirada fisgona

- El preferido: 'Sendas de Oku', Matsuo Bashō (versión castellana de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya)


- Algunos dedicados: 'Esta luz', Antonio Gamoneda (Galaxia Gutenberg); 'S'acosta el mar', Carles Duarte (Poesia 3i4); 'La sombra del otro mar', Joan Margarit (Nórdica)


- Unas galeradas: 'Que trata de España', Blas de Otero


- “Absolutamente maravillosas”: Antonia Pozzi, Natalia Sosa Ayala, Pilar de Valderrama, Carmen Castellote, PinOjeda


- Primer libro donde apareció su nombre impreso: 'Economía en términos gráficos', J.K. Eastham (traductora, ed. Marcombo)


- Algunos propios: 'Tela que cortar', Premio Carmen Conde de Poesía de Mujeres; 'Ser palabra' (Torremozas); 'Cuentos de lumbre y pesadumbre' (Carena); 'No me regales flores. Poesía esencial' (Huerga y Fierro)

- Algunos recientes: 'Cicatriz', Teresa Rita Lopes (colección El Bardo); 'Labranda', Roger Santiváñez; 'Basálticas', Ana Romaní (Batiscafo); 'La volpe e il sipario', Alda Merini (Giradi)




   
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