El comunismo bolchevique mandó a toda su familia al exilio y el nazismo la condenó a morir en Auschwitz
Irène Némirovsky (1903-1942) sufrió en sus carnes los dos peores fanatismos políticos del siglo XX. El comunismo mandó a toda su familia al exilio cuando triunfó en Rusia la revolución bolchevique y el nazismo la condenó a morir en Auschwitz. Exitosa en vida, se ganó una sólida reputación con obras como El baile y David Golder. Pero cuando en 2004 salió a la luz póstumamente la monumental Suite francesa su figura ascendió hasta las cimas de la literatura en lengua francesa. Llega ahora a las librerías Cartas de una vida (Salamandra, la editorial que ha publicado toda su obra), el epistolario que permite seguir sus triunfos y su trágico final.
Los cinco bloques en que el editor Olivier Philipponnat divide cronológicamente el libro son un buen resumen del periplo vital de la autora: Despreocupación, Fama, Incertidumbre, Angustia, Pesadilla. El material reunido incluye no solo las cartas escritas por Némirovsky, sino también las que le mandaban a ella, además de otras redactadas o recibidas por su marido Michel Epstein y por algunas otras personas del entorno, con la vocación de reconstruir la «novela» de una vida.
Nacida en Kiev, hija única de una acaudalada familia judía rusa, fue educada por una niñera francesa, de modo que era ya bilingüe a temprana edad (su compatriota Nabokov fue trilingüe, añadiendo el inglés, gracias también a las niñeras). Al triunfar la revolución, los Némirovsky tuvieron que huir en trineo y disfrazados de campesinos a Finlandia. Pasaron después por Estocolmo y en 1919 acabaron -como otros muchos expatriados rusos- en París. Para la joven Iréne ese destino era el paraíso: estudió literatura en La Sorbona y adoptó el francés como lengua literaria. De su producción publicada durante los años triunfales -una quincena de novelas y una cincuentena de relatos- destaca El baile, un cuento cruel sobre el paso de la adolescencia a la madurez. Cargado de elementos autobiográficos -como casi toda su literatura- se centra en la mala relación que siempre tuvo con su frívola y gélida madre, a la que retrata de forma todavía más despiadada en Jezabel. Si todavía no han leído nada de esta autora, les aconsejo empezar por esta breve joya que no llega a las cien páginas.
La correspondencia se abre con una breve carta escrita en 1913, a los diez años, desde el balneario de Vichy, en la que informa a una amiga de sus padres de que durante esas vacaciones después irán a Biarritz. De ahí se salta a 1921, con la familia ya instalada en París, donde el padre, banquero, ha logrado rehacer su fortuna y la madre sigue con la obsesión por preservar su juventud y con sus amantes que el marido tolera con discreción. La correspondencia de Irène durante este periodo de despreocupada frivolidad juvenil es con su amiga Madeleine Avot, otra niña bien, hija de una familia propietaria de una industria papelera.
En 1926 Némirovsky se casa con Michel Epstein, otro miembro del exilio ruso, ingeniero de formación, pero que acabará trabajando en la banca. Tendrán dos hijas: Denise y Élisabeth. No se conservan las cartas de estos años en los que también empieza a publicar -en algunos casos con seudónimo masculino, Pierre Nérey- sus primeros relatos en semanarios. La correspondencia rescatada se retoma en 1929, cuando aparece su primer libro, David Golder, en la editorial Grasset. Esta novela la lanzará al estrellato literario: es recibida con elogios por el mundo cultural francés, incluidos futuros colaboracionistas como el exquisito Paul Morand e incluso por personajes siniestros como el antisemita Robert Brasillach, que al finalizar la guerra será fusilado por su colaboración con los nazis.
Curiosamente, David Golder, que narra el ascenso y caída de un magnate judío, será acusada de antisemita por la mordacidad del retrato de Némirovsky; no será la única obra suya que la obligue a rebatir indignada esta crítica. Más allá de polémicas, la novela será adaptada al año siguiente al cine por Julien Duvivier y tendrá además una versión teatral.
La correspondencia conservada de estos años de éxito, en los que también se lleva a la pantalla El baile, con Danielle Darrieux como protagonista, es la que mantiene con sus editores. En una época en la que todavía no existían los agentes literarios, la escritora tiene que luchar por sus derechos, reclamar anticipos y pedir cambios en las cláusulas de los contratos. Se cartea con la plana mayor de la edición francesa de la época: Betrand Grasset, Jean Fayard, Gaston Gallimard y Albin Michel. Son misivas que no tienen mucho vuelo literario ni reflexivo y es probable que aburran al lector común, pero resultan fascinantes para cualquiera interesado por las interioridades del mundo editorial. Será Albin Michel quien se convertirá en el editor con el que mantendrá una relación más fiel y productiva, hasta el punto de que le asignará una mensualidad como autora de la casa.
Ante los negros nubarrones del año 1939, el editor no le da la espalda y el 28 de agosto se ofrece a avalarla ante la creciente inquietud que invade Francia: «Vivimos en estos momentos unas horas angustiosas que pueden convertirse en trágicas de un día para otro. Y, siendo usted rusa y judía, podría suceder que personas que no la conocen -pocas, sin duda, dada su fama como escritora- le creen dificultades. Así que, como hay que preverlo todo, he pensado que mi testimonio de editor podría serle útil (…) Siempre he mantenido con usted y con su marido las relaciones más cordiales, aparte de las propias de un editor y su editada».
La asignación mensual de Albin Michel será vital en los oscuros años venideros, cuando la invasión alemana y la aprobación del Estatuto de los judíos impida a la escritora seguir publicando con su nombre. Si en la época triunfal el dinero de los anticipos y las liquidaciones de derechos de autor ocupan buena parte de la correspondencia, a partir de 1939 los temas económicos siguen presentes, pero de una manera mucho más angustiante. Pese a que las ventas descienden, Albin Michel le mantiene la asignación mensual, que no siempre llega a tiempo porque la guerra entorpece la circulación de los cheques.
La situación familiar es cada vez más precaria. En 1939, previendo lo que se avecinaba, toda la familia se había convertido al cristianismo y habían recibido el bautismo. Pero eso no los salvó. A su condición de judíos se sumaba la de apátridas, porque pese a llevar media vida en Francia y ser una reputada escritora francesa, el antisemitismo reinante había impedido la nacionalización. Si el nuevo estatuto de los judíos les impedía trabajar y moverse con libertad, la condición de extranjeros los exponía a la detención y deportación en cualquier momento.
Tratando de proteger a las hijas, las habían dejado a cargo de la madre de su niñera en el pueblo de Issy-l’Évêque, adonde el matrimonio se dirigió cuando abandonaron París. Michel, tras una grave enfermedad, había perdido el trabajo en el banco del que fue empleado quince años y el dinero escaseaba. Se da entonces una situación particularmente grotesca cuando Michel debe responder a un requerimiento de la Agencia Tributaria por el impago de unos impuestos. El mundo estaba en guerra, como judíos no podían trabajar, pero la maquinaria burocrática jamás descansa en la labor de exprimir al ciudadano.
Consciente de que las cosas solo pueden empeorar, Némirovsky le confía sus hijas a Julie Dumont, la niñera, para salvarles la vida. El 22 de junio de 1941 le escribe: «Querida Julie, al enterarnos de que Rusia y Alemania están en guerra hemos temido de inmediato el campo de concentración y me he apresurado a escribirle para rogarle que venga en seguida. Cuando llegue aquí, si ya no estamos, instálese con las niñas en el hotel Des Voyageurs (…) Les dejamos una cajita que contiene algunas joyas». Y tras darle otros muchos detalles en una de las cartas más largas del epistolario, concluye: “Eso es todo, mi querida Julie. Comprenderá con qué tristeza escribo todo esto; pero sabiendo que las niñas estarán con usted, me quedo tranquila sobre su suerte, porque tengo la certeza de que usted no las abandonará. Se las confío. Le mando un beso muy afectuoso”.
Pese a la creciente angustia, Némirovsky sigue escribiendo el gran proyecto que tiene en mente. Cada día se adentra en el bosque y apoyada en un árbol redacta su obra magna, la Suite francesa, concebida en cinco partes de las que solo podría concluir dos. Para seguir publicando a duras penas debe recuperar su antiguo seudónimo y crearse otro nuevo, además de utilizar a la fiel Julie Dumont, como testaferro. La relación con Albin Michel se mantiene sobre todo gracias a la incontestable fidelidad en los peores momentos del editor André Sabatier, con quien intercambia las cartas más conmovedoras. Entre ellas destaca la última que le envía, el 11 de julio de 1942, en la que ya tiene la premonición del negro futuro que le espera: «Acuérdese de mí si publica algún libro interesante. La lectura es la única distracción que me queda. Últimamente he escrito mucho. Supongo que serán obras póstumas, pero, en cualquier caso, ayudan a pasar el tiempo».
Tres días después es detenida y enviada al campo de Pithiviers, desde donde el 15 de julio escribe a su marido, tratando de tranquilizarlo «Amor mío, no te preocupes por mí. He llegado bien. De momento hay desorden, pero la comida es muy buena. Me he quedado sorprendida. Se pueden mandar un paquete y una carta al mes. Sobre todo, no te angusties. Esto se arreglará, cariño mío. Os beso a las niñas y a ti con toda mi alma, con todo mi amor». Un día después, la última carta, más breve: «Amor mío, mis adoradas niñas, creo que partimos hoy. Valor y esperanza. Os llevo en el corazón, cariños míos. Que Dios nos ayude a todos«.
Su destino es Auschwitz-Birkenau, donde fallecerá de tifus el 17 de agosto. Con angustiado empeño y pasmosa ingenuidad, el marido mueve cielo y tierra para tratar de localizarla. Escribe a Paul Morand pidiéndole que interceda e incluso al embajador alemán. Desesperado, el 9 de octubre se deja detener, creyendo que así podrá reencontrarse con su esposa. Pasa por Drancy y muere fusilado en Auschwitz nada más llegar al campo.
Las dos hijas del matrimonio sobrevivirán, confiadas por Julie a unas monjas que ocultan su origen. La Gestapo les sigue la pista y pasarán días escondidas en un sótano, pero llegarán vivas y libres al final de la guerra. También sobrevive una maleta que contiene documentos de su madre. Entre otros manuscritos, la Suite francesa, que, muchos años después, en 2004, las hijas entregan a la editorial Denoël. Medio siglo después de haber sido escrita, sale a la luz una obra maestra de la literatura. Es el triunfo póstumo de Irène Némirovsky sobre la barbarie.