Martes, 26 de noviembre de  2024



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"Soy un saco lleno de referentes"
12/9/2013



(Foto: Prímula)
 

Resides desde hace tres décadas en España. ¿Cómo ha influido la distancia en tu narrativa?
No soy muy consciente de esta influencia, pero sin duda existe. Mis lectores (o mis oyentes) estarían más calificados que yo, creo, para juzgarlo. Ahora, cuando pienso en la pregunta, echo la vista atrás y me parece descubrir un punto en la lejanía o, mejor, una encrucijada de caminos que actúa como un tirachinas y me lanzó, hace tanto tiempo ya, a la ciudad donde he arraigado: Barcelona. Pero la línea es, de hecho, una parábola invisible, impalpable, casi irreal. Aunque sin duda forja una distancia que, de vez en cuando, recorro siempre en un constante ir y volver que me permite saciar una sed difícil de explicar, una añoranza -casi un extraño vacío- que colmo en las antiguas fuentes. Como si mi garganta, reseca, necesitara ese bálsamo. Es algo difícil de explicar porque, de hecho, la distancia actúa como un confuso embrujo que, a fin de cuentas, resulta fértil.

¿Crees que hay alguna especificidad en la literatura africana que la haga diferente a la del resto del mundo?
Podríamos preguntarnos ahora si Vázquez Montalbán y Dostoievski, escritores europeos ambos, tienen en común alguna especificidad. África es un continente inmenso y la literatura un infinito campo de labor... Cada autor, creo, tiene características que le separan o le aproximan a los demás escritores, pero hablar de "literatura africana" (¡a veces se dice, incluso, étnica!) me parece muy reductor, injustamente reductor, y un síntoma de cómo el mundo de la cultura "occidental" se acerca a la obra de un autor africano: lamentablemente la africanidad prevalece, entonces, sobre la literatura. No cabe duda de que, en lo anecdótico (el marco donde la historia sucede, las costumbres de los protagonistas...), la literatura africana, como la italiana o la barcelonesa, tiene algo específico. Me resulta difícil imaginar a Carvalho en Londres o a Raskolnikov en Florencia, pero eso carece, creo, de importancia. Louis Aragon escribió en uno de sus poemas -Lycanthropie contemporaine- que somos cobayas atrapados entre dos límites: el amor y la muerte. Pues bien, creo que si fuéramos eliminando lo anecdótico de toda la literatura universal acabaríamos encontrando -en África, en América o en Europa- estos dos límites y su trascendencia. Me niego a considerar la literatura que me conmueve por su lugar de origen.

¿Cuáles son tus referentes literarios?
Antes de contestar esta pregunta quiero mencionar una anécdota que tiene mucho que ver con la cuestión de los "referentes literarios". Cuando estudiaba filología en la Universidad de Barcelona, uno de mis profesores afirmó algo que me dejó muy desconcertada: la literatura, dijo, comienza con la escritura, y borró así de un plumazo toda la oralidad (¿era literatura La Ilíada antes de que a alguien se le ocurriera transcribirla?). Pues bien, mis primeros referentes literarios son los ancianos gun que me cuentan sus leyendas bajo un mango, o las tanyi de mi clan que recitan las loanzas familiares mientras las escucho arrodillada, o los vodunón que me enseñan con sus leyendas cómo se creó el mundo o las bases de las costumbres que presiden la socialización del grupo. Pero ninguna historia de la literatura mencionará nunca sus nombres y mi erudito profesor de la universidad barcelonesa ignorará siempre su potencial poético y su capacidad de evocación. Y reivindico, por encima de todos los demás, estos desdeñados referentes. Luego están, claro, los escritores francófonos africanos: Hampaté Ba preferentemente, pero también Ken Bugul, Dongala, Labou Tansi y tantos otros. Mencionaré, finalmente, el deslumbrador descubrimiento de los trovadores y el "amor cortés" o de los poetas hispano-árabes (estuve años pensando en una tesis doctoral que compara las canciones de mi pueblo con las jarchas). Y Flaubert. Y Kawabata, que me fascina. Y Fernando de Rojas o el Arcipreste de Hita, descubiertos en las aulas. Y... Pensándolo bien, soy un saco lleno de referentes.

¿Podrías explicarnos el proceso que sigues para compilar cuentos orales, desde que inicias el proyecto hasta que se materializan en un libro?
El universo de la oralidad es inmenso y el océano de los cuentos interminable y móvil. Además de lo que se quedó en mi memoria, tengo en casa decenas de cintas magnetofónicas que yo misma o mis informadores hemos grabado en los lugares más insospechados y muchas de las cuales no he podido traducir aún. Cuando tomo la decisión de reunir algunas narraciones en un libro (y en eso puede también intervenir el editor que me lo pide) comienzo por elegir un tema que pueda servirme de hilo conductor. Luego recurro a un índice que voy elaborando a medida que escucho los cuentos grabados. Inicio un proceso de selección que no es tan fácil como puede parecer (pues no es lo mismo contar ante un auditorio de niños o de adultos que preparar los textos para su publicación) y pongo manos a la obra. Vivo entonces, casi, un desdoblamiento de personalidad: soy la que allí recibe, escucha y disfruta las historias, pero también la que las recibe y las siente aquí. Y me sucede en cada leyenda, en cada cuento. Me resulta un impagable instrumento de selección: sólo elijo las narraciones que satisfacen a las dos personalidades que van a la greña en mi interior, la de allí y la de aquí. Pulo entonces sus traducciones, que no siempre parten de una misma lengua, o las llevo a cabo si no lo he hecho todavía. Esbozo una primera versión en francés y, luego, según las exigencias, la traslado ya con más cuidado al catalán o al castellano. Pasar de lo oral a lo escrito es también un reto. Pero esta es otra historia.

¿Cuál es el estado de salud de los cuentos orales y de los cuentacuentos en el Golfo de Guinea? ¿Podemos considerar que los proverbios, el significado de los nombres o los apellidos etc..., son narraciones en una sociedad de tradición oral, dado que son, casi siempre, la plasmación -más o menos abreviada- de una historia? 
Entre los míos, los nombres "cuentan" un acontecimiento fundamental (o anecdótico, eso depende) en la vida de cada individuo y el apellido familiar "habla" de las virtudes y características del antepasado fundador, de la andadura a lo largo del tiempo de la familia que lleva ese "apellido". Pero me parece que la lobalización es tóxica también en las orillas del golfo de Guinea, que los nuevos modos de vida (urbanos sobre todo) han condicionado el florecimiento de esas narraciones que, sin embargo, mantienen plenamente su fuerza en el ámbito rural. Mucho me temo, no obstante, que su vigor esté debilitándose. Narrar no fue nunca y no es hoy, en África, una actividad remunerada. El narrador asume papeles muy distintos, desde el de historiador (o de hagiógrafo, que eso depende de la organización sociopolítica en la que se mueve) hasta el de maestro socializador que transmite las normas de comportamiento en público o en privado. Hace ya mucho años que no vivo permanentemente en mi país de nacimiento, pero cada vez que voy allí tengo la impresión de que el narrar está en declive. Y eso es algo inevitable, claro está; los modos de vida (también los rurales) se ven afectados por esa apisonadora a la que llaman globalización y por el sueño de una existencia que se supone más cómoda. También en el África occidental que yo conozco comienza a ser válido la mezquina expresión castellana "Tanto tienes, tanto vales", que los estudiantes franceses denunciaron un mes de mayo de hace ya muchos años. Nos están haciendo creer que el ser es el tener. Pero estoy yéndome, creo, por los cerros de Úbeda. Lo cierto es que cuando escucho la palabra cuentacuentos (es fea, ¿no?, y redundante) pienso inmediatamente en un "profesional" que vive de ello, de narrar (y es, hasta cierto punto, mi caso). Pero en el África de mi juventud (y en la de hoy aún, a pesar de los pesares) ocurre todo lo contrario: la comunidad vive de ese continuado narrar. No materialmente, ganando dinero, sino acumulando actitudes, conocimientos, pautas sociales etc…; y en ello poco tiene que ver la mayor o menor habilidad del narrador aunque, como es lógico, los mejores, los más divertidos y hábiles, gozan siempre de una mayor concurrencia en la que se mezclan todas las edades, porque no hay -en las tradiciones que conozco, al menos- cuentos "para adultos" y cuentos "para niños". 

En paralelo a tu condición de escritora, has ejercido de cuentacuentos en escuelas, centros cívicos, etc. ¿Cómo suele reaccionar el público ante cuentos que, pese a su raíz universal, proceden de lugares lejanos?
Por lo general muy bien, sobre todo cuando se ha superado la sorpresa inicial (que a veces es mutua, porque la interrelación con el auditorio me insinúa curiosos caminos). De todos modo, aunque ya haya elegido con mucho cuidado el repertorio, teniendo en cuenta la edad y procurando que el tema no resulte muy chocante, lo cierto es que los personajes de mis cuentos, su modo de pensar, lo que hacen o sus vicisitudes les extrañan o, como mínimo, no les son familiares. Depende del día, del tipo de público, de un montón de pequeños detalles que procuro captar enseguida para lograr que la sesión transcurra del mejor modo posible. Y luego todo suele ir muy bien e incluso se produce ese diálogo que tanto necesita el narrador africano para que su cuento sea un éxito, para que el oyente no regrese vacío a casa y se acueste sin más. Con el público adulto las cosas son algo distintas; siento que -de entrada- me está juzgando (y esto es mucho más raro con los niños). Sin duda esto es así porque en el contacto con los adultos intervienen más prejuicios y mi narración ha de superarlos antes de que el auditorio pueda apreciarla; pero esto puede ser estimulante también. Y no me refiero, sólo, a los prejuicios "negativos", porque el aprecio previo, por el mero hecho de ser africana o de tener la piel negra, puede distorsionar también la narración, hacer que se aprecie por "exótica" e impedir así que llegue realmente al auditorio. 

La parquedad y la reserva ante el sexo quedan de manifiesto en las páginas de “Zemi Kede”. Sin embargo, el humor es indisociable de todas tus historias. ¿No resulta un tanto paradójico?
No creo que el humor en las narraciones que he reunido en "Zemi Kede" resulte paradójico ante la parquedad y la reserva con que entre mi pueblo se habla de los temas sexuales. A fin de cuentas el humor puede ser, también, un modo de protegerse, de preservar hasta cierto punto la intimidad. Si te fijas bien, en las narraciones -incluso en las más atrevidas- todo se insinúa, se sugiere... Creo que me costaría explicar en mi lengua, el gun, lo que aquí se conoce por un "chiste verde", resultaría demasiado explícito. Algo de ello digo en el breve prólogo a "Zemi Kede" y, además, intento paliar el desconcierto de un occidental (también el mío, a veces, ¡hace tanto tiempo que estoy aquí!) ante estas narraciones de un "erotismo" tan distinto, tan ajeno, tan lejano en suma.

En tus cuentos, los vodunes juegan un papel destacable en la vida de las personas. ¿Cómo influyen estas creencias en la realidad cotidiana del Benín actual?
Creo que es normal que los vodunes tengan un papel importante en la vida de los benineses, forman parte de nuestra religión, son nuestros ángeles y nuestros santos, en cierto modo, y es lógico que intervengan en las narraciones populares (como la "santa compaña" en Galicia, o las leyendas de las Vírgenes halladas, etc...); aunque nuestra concepción del mundo, en la que se enmarcan los vodunes, resulta más holística, menos "secesionista". Para nosotros, el hombre no es el rey de la naturaleza; el hombre es naturaleza... Y eso cambia mucho las cosas. De todos modos, hoy conviven en Benín, sin problema alguno, las numerosas religiones que han ido introduciéndose y encontrando adeptos en su territorio; pero el culto a vodunes ha sido declarado de interés nacional y el 10 de enero se celebra un homenaje a los hombres y mujeres que, esclavizados, fueron deportados al otro lado del Atlántico y dieron origen a los distintos cultos sincréticos americanos: el vudú en Haiti, el candomblé en Brasil, la santería en Cuba, etcétera.

En “Na Miton, la mujer en los cuentos y leyendas africanos”, abordas el papel central de la mujer en el imaginario africano. En “Zemi Kede”, las mujeres demuestran poseer una madurez que se sitúa a años luz de la de los hombres. ¿Hasta qué punto crees que esa centralidad se corresponde con la vida cotidiana?
No, no creo que las mujeres demuestren una madurez que se sitúe "a años luz" de la de los hombres si esto supone una "jerarquización" de la madurez. Simplemente, demuestran una madurez "distinta" porque, en África o en Europa, en la Polinesia o en el Eixample de Barcelona, eso sigue siendo así. O al menos a mí me lo parece. De un modo inconsciente, quizás porque desde muy pequeña el mundo de los cuentos, de los adjru, me ha gustado, fui eligiendo preferentemente narraciones que tenían como protagonista a la mujer; o tal vez fueran las que más me contaban, pues no puede olvidarse el papel educador que el cuento tiene en el África donde nací. Y nací mujer. De todos modos, "Na Miton" se concibió ya al comienzo como una selección de narraciones sobre la mujer africana... La cosa no tiene otro misterio. Por lo que a "Zemi Kede" se refiere, reconozco que pueden a veces resultar extraños algunos de sus episodios (también a mi me fue difícil traducirlos al castellano) pero, como antes he dicho, no me parece que la mujer salga en ellos especialmente favorecida. He querido, sólo, poner al alcance del lector español “otra” visión de la sexualidad. Me gustaría añadir algo ahora: cuando los ancianos o los adultos de mi pueblo acaban de explicar algún cuento, los niños, con su curiosidad innata, tienden a hacerles preguntas sobre el porqué y el cómo de la historia que acaban de contarles pero, por lo general, las respuestas de los adultos son elusivas, evitan aclarar nada porque cada cual, niño o adulto, debe acercarse por sí mismo a la sabiduría, a las enseñanzas que el cuento transmite. En todos mis libros de narraciones africanas procuro mantener este principio como procuro respetar, hasta donde me es posible, el estilo del narrador que lo contó. La interpretación de la historia depende de quien la escucha (de quien la lee, en este caso) y el narrador no contribuye a ella, no aclara nada, no da más pistas que lo ya narrado, porque esa "búsqueda" forma parte, creo, de la lección del cuento. Tanto en "Na Miton" como en "Eté Utu" o en "Zemi Kede", me he limitado a exponer las narraciones (y el modo de narrar) que trasmiten el pensamiento que me inculcaron mis mayores cuando yo era una niña. Aunque es cierto que en mi tarea me es difícil, imposible incluso, prescindir de mis estudios europeos, de las conferencias que he escuchado, de los libros leídos, de los años vividos en Barcelona. Estar, a la vez, fuera y dentro no resulta siempre cómodo; pero mi empeño sigue siendo que el propio cuento responda las preguntas que su audición (o su lectura) pueda plantear, pero que el oyente (o el lector) tenga que buscar esas respuestas... Lo he dicho ya. No, no estoy andándome por las ramas ni eludo la pregunta: de mis narraciones se desprende la "centralidad" de la mujer en la sociedad africana (la del golfo de Guinea) porque la mujer es socialmente central, aunque esta "centralidad" gustaría muy poco a las feministas occidentales... ¿Sabes?, si con mis libros o mis narraciones consiguiera resquebrajar esquemas, hacer que se tambalearan un poco los dogmatismos (¡todos los dogmatismos!), mostrar que existen distintas "miradas", me daría por muy satisfecha... Eso es, en definitiva, "Zemi Kede": un intento de ofrecer una aproximación al tema del sexo distinta al del paradigma sexual que se nos impone en Occidente, al del erotismo a la europea.

¿Puedes hacer una breve síntesis de cómo se encuentra Benín actualmente?
Responderé muy brevemente: Benín es una democracia pluripartidista que tiene la inmensa suerte de ser muy pobre y, por lo tanto, de no interesar en absoluto al Dios Mercado... Nunca nos han hecho caso los especuladores financieros. Dicho esto, cada vez que en un periódico o en algún programa de televisión se habla de mi país natal, no puedo evitar la cólera ante tanta incomprensión, ante tanta superficialidad, ante tanta mentira (o tanta verdad a medias). No, no quiero hablar aquí de esto porque la entrevista acabaría convirtiéndose en todo un libro (al menos). Baste con decir que la mirada occidental (aún la mejor intencionada) está llena de prejuicios cuando se dirige a mi país o a todo el África occidental...



   
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