Jardín de la memoria. Juan Antonio Masoliver ha sabido crear una obra de múltiples registros que se entrelazan para dar una visión global y coherente
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Jardín de la memoria. Juan Antonio Masoliver ha sabido crear una obra de múltiples registros que se entrelazan para dar una visión global y coherente
6/1/2025
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uan Antonio Masoliver ha sabido crear una obra de múltiples registros que se entrelazan para dar una visión global y coherente
En la nota inicial que precedía a su Poesía reunida (1999, Acantilado) Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939) definía su poesía como una “obra en proceso”. Antes, en una breve introducción a su primer libro, El jardín aciago (1986, Taifa), afirmaba su voluntad de crear “una serie de poemas que se aguantasen como poemas individuales y que unidos formaban un largo poema”. Y en efecto, contemplada en perspectiva, su obra puede ser vista como un largo poema en el que explora de manera recurrente una serie de temas obsesivos que desarrolla en círculos concéntricos que dan una coherencia poco común a toda su obra.
Estos elementos están presentes también en este último libro, En el jardín del poema, cuyo título remite claramente a su obra inicial. Y es que uno de los aspectos característicos de su poesía es la creación de un espacio preciso, claramente delimitado. Estamos en El Masnou, y más concretamente en Ocata, su Ítaca personal, según propia confesión, donde los recuerdos de la infancia, la casa familiar y el jardín que la enmarca perfilan un espacio que es a la vez un lugar concreto y un espacio imaginario y simbólico. Es el espacio de la memoria. Se trata en todo caso, y es importante subrayarlo, de algo totalmente alejado de cualquier paraíso idealizado y no sirve para atemperar la angustia existencial del poeta porque es una búsqueda de “un tiempo que no existe, un lugar que no existe”.
Esa tensión, esa búsqueda imposible, se proyecta también en las otras líneas temáticas que atraviesan el libro. Así el erotismo, con sus desplazamientos hacia su lado obsceno, contribuye con su nota de realismo a veces descarnado a un distanciamiento ante cualquier idealización. Constata entonces que lo único tangible es la materia: “lo único que tenemos es cuerpo / y todo lo que tiene el cuerpo es muerte”, como ya había dejado escrito con anterioridad. La muerte será entonces tema recurrente en el libro. Contemplada desde esa “última vuelta del camino” barojiana la vida es ya un conjunto de “ecos” y “vacíos”, un lugar fantasmagórico: “...amo un vacío / lleno de recuerdos / como sombras” y con Quevedo se pregunta irónico: “¿Seré ceniza o polvo enamorado?”. Y el amor como bálsamo será el último refugio que busque el poeta: “...pintaré tu cuerpo / donde se esconde / el último poema”. Aunque el amor lleva también a la desolación, “es una herida de luz” que ilumina, pero que también ciega y envuelve en la oscuridad. Y ante el paso inexorable del tiempo y la presencia de la muerte, la única posibilidad parece ser “vivir en el instante / donde habita el poema”.
Libro a libro, poema a poema, Juan Antonio Masoliver ha sabido crear una obra de múltiples registros que se entrelazan para dar una visión global y coherente. Una visión sin duda desolada y donde parece que el único asidero es vivir en el instante del poema: “ Finalmente encuentro reposo / en lo que jamás diré / y que está oculto aquí, / en este poema ”. Consuelo de la poesía, ese jardín de la memoria.