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Todó: “La traducción es una de las manifestaciones del lenguaje más complejas y menos entendidas”
17/9/2010



LLuís Maria Todó (Foto:Carme Esteve)
 
“Traducir es humano”. Este es el lema de la acción que la ACEC, junto a la ACEtt y la APTIC, llevará a cabo el día 30 de septiembre, en la plaza del Rei de Barcelona, en el marco de la celebración del Día Internacional de la Traducción. Lluís Maria Todó, uno de sus organizadores, explica el significado irónico de esta actividad, hace un adelanto del programa de la segunda sesión del ciclo “Traduir a la tardor” y remarca la importancia del traductor en la cultura literaria universal y el poco valor que se le da a su trabajo.

-¿Qué se quiere reivindicar con “Traducir es humano”?
Con esta especie de chiste escenificado queremos dar a entender que las máquinas de traducir, los traductores automáticos y otros artefactos recientes que encandilan a los más bobos nunca podrán sustituir al cerebro humano en la tarea de traducir. Y no hablo únicamente de la traducción literaria, donde esto parece una obviedad, sino de cualquier traducción: traducir es comprender, escuchar la lengua, escoger palabras y giros; en definitiva, la traducción es una de las manifestaciones más complejas y menos entendidas que se producen en el ejercicio del lenguaje, que es una facultad exclusivamente humana: por esto decimos que “traducir es humano”. También estamos jugando con el adagio latino que dice que equivocarse es humano, “errare humanum est”. Pero con un importante matiz: que los latinos añadían: “perseverare autem diabolicum”, “aunque perseverar en el error es diabólico”, es decir que dejaban margen a la rectificación. Un humano se puede equivocar, pero después puede rectificar; una máquina sólo puede perseverar en el error, porque no tiene conciencia de este error. Es, pues, una cosa un poco diabólica.

-¿Esta acción también es una manera de hacer visible este trabajo?
Sí, sí. Nuestro gesto tiene otro significado: los traductores solemos trabajar en casa, encerrados, aislados, y cuando se hace público nuestro trabajo, a duras penas se nos ve: una línea en una portadilla, o nada de nada. Este día salimos a la calle, nos hacemos visibles, queremos que la gente sepa que la gran mayoría de textos que leen –si es que leen, claro– o que escuchan en el cine o en la tele los hemos escrito nosotros, los traductores, que somos los autores de la mayor parte del discurso verbal que circula socialmente, y en cambio somos, o nos han hecho, prácticamente invisibles.

-¿Por qué el traductor está tan poco valorado?
Hay un montón de factores diversos, y creo que no los conocemos todos: desde el prestigio romántico atribuido a la creación literaria entendida de una forma muy estrecha, hasta la muy reciente y muy deficiente profesionalización de los traductores, pasando por este elemento tan difícil de calibrar que se llama tradición: en Alemania, hace muchos años que los editores se dieron cuenta que un buen traductor es un profesional que dignifica y rentabiliza los libros que ellos editan y por tanto ha de estar dignamente remunerado. Aquí, la gran mayoría de editores sólo buscan el rendimiento rápido e inmediato, y encargan la traducción a quien acepta precios más bajos. Y como los lectores raramente se quejan o castigan una mala traducción dejándola de comprar, los (malos) editores no rectifican …son diabólicos!

-¿Qué importancia tiene el traductor en la cultura literaria universal?
No lo pensamos demasiado, pero los grandes textos canónicos de nuestra cultura son traducciones: la Biblia, traducción de traducciones de traducciones, con un “original” a menudo desconocido, o los poemas homéricos, por no hablar del Gilgamesh o la épica medieval. Por otro lado, ¿cuántos lectores cultos de aquí son capaces de leer a Virgilio en latín, a Shakespeare en inglés, a Mallarmé en francés o a Rilke en alemán? Nuestra cultura literaria es una cultura universal, y por tanto es una cultura traducida, y cada vez más: cada vez se traduce más del japonés, del húngaro, del ruso, y cada vez se traducirá más. Del ideal goethiano de la literatura universal, que en el fondo quería decir occidental, estamos pasando a una noción que podríamos denominar “literatura global”, donde todas las lenguas y todas las culturas quieren escuchar la voz de todas las demás. Esto significa traducir mucho y muy bien. Y traducir bien la literatura de otra lengua, o lenguas, a la propia, o propias, quiere decir conocerlas todas bien;  es decir que un buen traductor literario es también un filólogo y lector apasionado de la literatura en las lenguas de las cuales y a las cuales traduce. Ya sé que es una exigencia muy alta, pero no pienso ceder. 

-Otra de las iniciativas de la ACEC es la segunda sesión del ciclo “Traduir a la tardor”, después del éxito del año pasado. ¿En qué se centrará el programa de este año?
Por desgracia pasamos una temporada de vacas flacas, y hemos tenido que limitar las sesiones. Serán sólo dos, pero estoy seguro que serán muy interesantes: una tratará sobre la traducción de lenguas de esas que antes llamábamos “exóticas”, y ya me perdonarán el eurocentrismo provisional: me refiero sobre todo a las traducciones del chino y del japonés, que cada vez son más importantes y aún lo serán más. Se puede discutir la visión según la cual cada lengua implica una visión del mundo propia; personalmente yo soy un poco escéptico sobre este punto, pero sólo si hablamos de lenguas muy relacionadas estructuralmente e históricamente. Me parece bastante más probable si hablamos de lenguas tan alejadas de las nuestras como el chino, el coreano o el japonés. Pero de momento no quiero emitir opiniones contundentes, espero a ver qué nos dirán los especialistas. La otra mesa redonda tratará sobre otro aspecto de gran actualidad: la traducción de las lenguas eslavas (más el húngaro, quizás), que son vehículos de unas literaturas riquísimas, extraordinarias, y hasta ahora vergonzosamente ignoradas por los lectores de aquí. Necesitamos muchos traductores, y muy buenos, del ruso, del checo, del húngaro, no puede ser que sigamos sin conocer las literaturas clásicas y modernas escritas en estas lenguas.

-¿Cree que las condiciones laborales de los traductores en España son peores que en el resto de Europa?
No es que lo crea, es que lo sé, lo he visto. Pondré sólo un ejemplo: la añorada Theres Moser, traductora del catalán y castellano al alemán, vivía en Barcelona con gran confort sólo de su trabajo como traductora literaria. Hasta se pudo comprar un piso en el momento en que éstos eran más caros. Era una traductora literaria entendida a la manera germánica: estaba atenta a la actualidad literaria de aquí, recomendaba libros y autores que le gustaban, ejercía de puente entre la cultura de aquí y la de allá, se la escuchaba y era respetada tanto aquí como allá (he de decir que más allá que aquí). Nada que ver con los traductores literarios de este país, que raramente pueden vivir de su trabajo, son “traductores de fin de semana”, como el que dice, o bien profesores, o periodistas, o traductores de cualquier cosa escrita, a tanto por palabra o espacio, para poder llegar a fin de mes.

-Sin embargo, los traductores literarios acostumbráis a ser unos apasionados de vuestro trabajo…
A la fuerza: has de ser un auténtico apasionado de la escritura para pasar meses y meses peleándote con un texto de gran envergadura literaria, y por tanto de gran dificultad, y después comprobar que si cuentas lo que te pagan y lo divides por las horas que has dedicado, resulta que una mujer de hacer faenas tiene unos honorarios superiores a los tuyos. Esto, por desgracia, también se puede aplicar a la mayoría de escritores, sobre todo los que escriben en lengua catalana, y a los compositores de música clásica, y a muchos pintores y escultores… aunque ellos tienen la consideración pública de “artistas”, mientras que los traductores no llegamos ni a “artesanos”, pobrecitos…



   
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