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Oriana Fallaci, la reportera insolente
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Oriana Fallaci, la reportera insolente
  9/7/2024



F ue la reportera más importante del mundo. Revolucionó el modo de ejercer la profesión, enseñándonos que siempre hay que colocarse frente al poder, jamás a su lado.

Fue la reportera más importante del mundo. Quizás suene desmedido, pero la sentencia se ajusta a su legado. Todas las universidades de Periodismo del mundo la incluyen en sus planes de estudios. Revolucionó el modo de ejercer la profesión, enseñándonos que siempre hay que colocarse frente al poder, jamás a su lado. El poder emponzoña. Milan Kundera la calificó como la precursora del periodismo moderno, por encima de Hemingway y Orwell. Hablamos, ya lo habrán deducido, de Oriana Fallaci (Florencia, 1929-2006).

Su modo de entrevistar era áspero e incómodo. Resultaba impertinente, ruda y fastidiosa para sus interlocutores, pero ninguno resistía el prurito de ser entrevistado por ella. Conversó con Ghandi, Arafat, Arthur Miller, Kissinger, Fellini, Scorsese, Clark Gable, Galtieri, la duquesa de Alba, Gadafi, Jomeini, Sinatra… la lista es interminable. “Cada entrevista es un retrato de mí misma, son una extraña mezcla de mis ideas, mi temperamento, mi paciencia, y todo esto guía mis preguntas”, explicó al Times.

Cubrió, como reportera de guerra, los conflictos en Vietnan, India, Pakistán, oriente Medio y Latinoamérica. Durante la masacre de Tlatelolco (México, 1968), fue alcanzada por una bala del Ejército. Tampoco eso la arredró. Como no la amilanaron los cuatro meses de prisión condicional a los que fue condenada por negarse a revelar al Tribunal de Menores el nombre de la persona que le informó de que en la muerte de Passolini habían intervenido varias personas. Corría entonces el año 1977.

Ahora, a punto de cumplirse diez años de su muerte, la también periodista italiana Cristina de Stefano (Pavía, 1967) presenta la primera biografía de la Fallaci (el artículo que la precede, licencia de respeto, como mandan los cánones), ‘La corresponsal’ (Aguilar). Para elaborarla, ha tenido acceso a todos los archivos personales, en poder del sobrino.
«Como muchos otros periodistas, supe cuál sería mi profesión después de leer ‘Entrevista con la historia’. Oriana es un mito, esto es indiscutible, aunque después de estudiar la carrera me olvidé un poco de ella hasta que murió, en 2006. Fue entonces cuando pensé en escribir sobre ella, ya que he escrito varias biografías de mujeres; me pareció que la suya era una vida muy interesante, larga y plena, pero no tenía contactos en ese momento, así que desistí. Sin embargo, en 2008, el heredero de Oriana me preguntó si quería trabajar con su archivo para escribir su vida. Era la primera vez que escribía por encargo, pero también la primera persona que accedía al archivo personal de la Fallaci», nos explica de Stefano.

Con Oriana se cambió el modo de entender el periodismo. Ella se encaró con los poderosos y truncó el modo de hacer. Dinamitó la figura del periodista convertido en altavoz y se erigió en azote, exigiendo respuestas claras y denunciando las mentiras o las medias verdades.

«Fallaci representa una ruptura en la historia del periodismo mundial, indiscutible, innovadora. Quería ser novelista, lo fue, pueden gustarte o no sus obras, pero su importancia en la historia del periodismo es innegable, el periodismo cambió a partir de su modo de hacer las cosas, se hizo más personalizado, más agresivo, con preguntas mucho más incisivas… antes resultaba un periodismo mucho más aburrido, sin margen para la creatividad y la personalización. A partir de Oriana todo cambia, sobre todo en la entrevista política, por su manera de considerar el poder. Ella era una anárquica que no soportaba el poder, que lo combate, todo tipo de poder, no sólo el político, también, por ejemplo, el de las estrellas de Hollywood, y trata de demostrar que quien ejerce el poder no es mejor que nadie. Su mirada es muy transgresora, y siempre busca exponer el punto débil del adversario (del entrevistado) para demostrárselo al público”, continúa de Stefano.

Escritora. Más de veinte millones de copias de sus libros demuestran que lo hacía bien. O, por lo menos, que era capaz de conectar con lectores de todo el mundo. Su primer título no requiere coda, ‘Los siete pecados capitales de Hollywood’. A él le seguirían ‘El sexo inútil’ (donde combate los estereotipos femeninos); ‘Penélope en la guerra’ (que narra un tórrido ménage à trois); ‘Nada y así sea’ (sobre la guerra de Vietnan); ‘Entrevista con la historia’, ‘Carta a un niño que nunca nació’ (una reflexión sobre la maternidad, pese a que perdió el niño) e ‘Inshallah’ (‘lo que Dios quiera’, traducido de manera ajustada).

Mención especial requiere ‘Un hombre’, publicado en 1973, cuando conoció al poeta Alekos Panagulis, un resistente a la dictadura griega que había sido el autor de un atentado fallido contra Yorgos Papadopulos, jefe de la Junta de coroneles que en dirigía los destinos del país heleno, y del que no sólo se enamoró (todo lo perdidamente que puede enamorarse una mujer aguerrida e independiente como ella), sino que mantuvo un intenso romance. A raíz del atentado, Panagulis fue detenido y condenado a muerte, pero finalmente solo permaneció cinco años en prisión. El libro es una apasionada biografía de su amor.


La gran polémica llegó a puertas de su muerte. Tras los atentados del 11 de septiembre, la Fallaci pespuntó dos títulos, ‘La rabia y el orgullo’ y ‘La fuerza de la razón’, que desatarían todo tipo de reacciones, virulentas, amenazantes, de adhesión… en cualquier caso sembró el asombro absoluto. Hasta entonces nadie de su proyección había hablado con tal contundencia y reprobación sobre el islam. Para ella, el islamismo era «el nuevo nazismo”: «Nuestro primer enemigo no es Bin Laden, ni Al Zarqaui, es el Corán, el libro que los ha intoxicado”.

Pero el desencuentro –por atenuar el pasión- entre la Fallaci y el islam era mucho más antiguo. No hay que olvidar que, siendo la mayor de cuatro hermanas, su infancia transcurrió en la Italia fascista de Mussolini. Su padre participó en la Resistencia contra la ocupación nazi en su región natal, y Oriana se unió así al movimiento clandestino de la Resistencia ‘Justicia y Libertad’, ocupándose del transporte de las municiones de una parte a otra del Arno. El fascismo representaba para la Fallaci lo mismo que el islam: la opresión, el abuso y la asfixia de la libertad de expresión. «Los que instalaron el nazismo en Europa fueron una minoría de desalmados que miraba al profeta Hitler, como los terroristas de hoy miran al profeta Mahoma», escribió en un artículo.

De Stefano lo explica de este modo: «Para Oriana, la primera forma de fascismo es coartar la libertad de palabra, de expresión. Para la última Oriana, eso es lo que la enfrenta al islam; es cierto que fue muy criticada, sobre todo por sus propios colegas, pero eso no hizo sino propiciar que su discurso se endureciera, al darse cuenta de que solo así puede atacar ese fascismo islámico en tanto que mordaza a la libertad de expresión. El desencuentro entre Oriana y el islam viene de lejos, no se sitúa en el 11 de septiembre, brota en los años 60. Aparte de la falta de libertad de expresión, por su condición de mujer emancipada, dada la situación que ocupa la mujer en el islam, y también por su condición de atea, ya que piensa que la teocracia islámica, como cualquier otra, coloca lo sacro y lo divino por encima del individuo. ‘La rabia y el orgullo’ fue duramente atacado por diferentes sectores, pero si uno lo lee encuentra no una crítica feroz al islam, sino a la actitud de Europa, una civilización antigua y cansada, cuyo cansancio puede convertirse en peligroso a la hora de luchar por los principios morales que la sustentan. Oriana plantea un problema que o bien no tiene solución o bien la solución que se desprende es la confrontación».

Tal era su preocupación por la deriva que tomaba Europa, a su juicio en peligro por su excesivo pacifismo, que se reunió con Ratzinger, ya saben, Benedicto XVI, para pedirle una mayor contundencia, una actitud más resuelta, en la condena de la ofensiva islamista.

Esta mujer de 48 kilos, menuda, de rasgos marcados, con fuerte personalidad, también tenía una faceta «simpática, alegre, vital». Amaba la cocina y era una apasionada de la cultura. Adoraba tanto a Europa como detestaba su decadencia moral. Se instaló en Estados Unidos, al que despreciaba por su política exterior. Se establece en Estados Unidos en 1963, porque considera que su personalidad y su modo de hacer periodismo son más compatibles con ese país que con Italia. En su país natal era conocidísima, y eso lo sufría. En Estados Unidos, si eres famoso te admiran; si lo eres en Italia, te critican y te envidian. Aparte de la proyección que tiene la prensa norteamericana. Oriana es la primera periodista global, sus escritos se publican en numerosas cabeceras, se transforma en una especie de franquicia de sí misma. Y vivió en Nueva York, un lugar muy concreto de Estados Unidos. Mantenía con este país una tensa relación, solía decir: “Italia es mi madre y Estados Unidos es el marido que he escogido y, como todos los maridos, me ha decepcionado. Ella critica muchísimo la política norteamericana en América Latina y en Vietnan”, apunta de Stefano.

Cuando los médicos le dieron cuenta del cáncer que terminó minándola, regresó a su país natal. «Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea», escribió. A los 77 años cerró definitivamente los ojos esta “atea cristiana”, como solía definirse, que vio tantas cosas y que las dejó por escrito para que otros, nosotros, los que vendrán, seamos testigos de la historia a través de su mirada.





Esther Peñas -  Ethic




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