Nazario, pintor y dibujante: “El turismo ha arrasado la memoria de la Barcelona underground de los 70 y los 80”
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Nazario, pintor y dibujante: “El turismo ha arrasado la memoria de la Barcelona underground de los 70 y los 80”
11/4/2025
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adre del cómic LGTBI en España y uno de los referentes de la contracultura de la Transición en la capital catalana, acaba de publicar Crónicas del gran tirano, donde repasa su relación con un grupo de personas sin techo de la plaza Real
Hace 46 años que Nazario (Castilleja del Campo, provincia de Sevilla, 1944) vive en el mismo apartamento de la plaza Real de Barcelona —donde se realiza esta entrevista—, con vistas por un lado al carrer del Vidre y, por el otro, a una de las esquinas de la citada plaza. Primero con su marido, el escultor Alejandro Molina, y más tarde solo, tras enviudar.
Desde una de esas ventanas, Nazario se ha dedicado a fotografiar la vida que transcurre a sus pies, dando testimonio del paso de las décadas en este enclave emblemático de Barcelona. El dibujante y pintor, padre del cómic gay patrio y cofundador de El Víbora y El Rrollo enmascarado, confiesa que la fotografía es la única vocación artística que no ha abandonado jamás. Conserva, por tanto, instantáneas del lugar desde los tiempos de la lejana Barcelona underground y posfranquista hasta hoy, cuando más parece un parque temático del turismo que una parte de la ciudad.
Fue gracias a la fotografía que conoció a un grupo de personas sin techo que bebía en los bancos de la plaza. “Seguí su evolución durante diez años y un día me paré a hablar con uno de ellos, cosa que siempre había evitado hacer”, confiesa el autor, que explica que a partir de entonces se dedicaría a atender al grupo llevándoles la comida que cocinaba –Nazario es un gran aficionado a la cocina– y acompañándoles a los locales de la fundación Arrels cuando lo precisaban.
Ellos –Mich, Omar, Moisés y Helga– establecieron una relación de dependencia con él, pero Nazario, a su vez, también consiguió, con los cuidados dispensados a sus nuevos “amigos”, pasar el duelo por la muerte de su pareja, a la que se unió en poco tiempo la de su hermano. Así se estableció una simbiosis cuyos pormenores se cuentan en Crónicas del gran tirano (Anagrama, 2025), unas concretísimas memorias de aquellos años, que terminaron con el confinamiento pandémico y con la muerte de varios de los integrantes del grupo.
¿Podemos considerar que Crónicas del gran tirano forma parte de sus memorias? Sin duda es una nueva entrega, la que llega prácticamente hasta hoy. Antes vinieron Un pacto con el placer, La vida cotidiana de un dibujante underground y Sevilla y la casita de las pirañas. En ellos voy narrando desde mi despertar al sexo en Sevilla, a mis años de estudiante universitario [Nazario tiene la carrera de magisterio] cuanto tocaba la guitarra, mis primeros cómics, mi primer novio en las milicias universitarias, mi salto a Barcelona y el encuentro con Ocaña [del pintor] y Camilo.
Finalmente, cuento mi vida con Alejandro en esta casa hasta su muerte y la de mi hermano. Es entonces cuando me vengo abajo y a la vez establezco relación con Mich [el “gran tirano” del título del libro], Helga, Omar, Moisés y otros amigos que les frecuentan. Eso es lo que cuento en esta última entrega.
Tras muchos años ignorando a estas personas, al final se decide a hablar con ellos, ¿por qué? La mayoría de nosotros pasa de largo ante ellos y teme decirles nada para que no te pidan cosas y se enrollen, los vemos como una molestia. A mí me pasaba lo mismo, pero un día decidí pararme a hablar con Mich y allí empezó nuestra relación. Estaba muy solo tras la muerte de Alejandro y el volcarme con ellos, el cocinarles, ayudarles en las gestiones, acompañarles... llenó el vacío que tenía.
Les frecuenté desde 2015 a 2019, pero tras la muerte de Helga y Mich y el ingreso en residencias de Omar y Moisés, consideré que se cerraba esa etapa. Así que saqué los diarios escritos esos años, porque yo llevo un diario desde los 14 años donde apunto todo, y comencé a redactar Crónicas del gran tirano.
En el libro no emite ningún juicio moral sobre ellos: los describe, o parece, como una especie de seres benditos, algo infantiles en su comportamiento. Para nada es así, lo que sucede es que les describo de un modo superficial, sin entrar en la complejidad de cada uno de ellos, porque en realidad la desconozco igual que ellos desconocían la mía. La nuestra fue una relación de calle en la que ni ellos me preguntaban por mi pasado ni yo por el suyo.
Pero nada de benditos ni niños; la mayoría de ellos han pasado por la cárcel por delitos que han cometido, algo que por cierto se menciona en el libro. Pero solo hago mención a lo que ellos han querido contarme. Tampoco se cuenta en las memorias que en aquellos años hice diversas exposiciones, una de ellas en Getxo, y estuve escribiendo un libro sobre mis amantes que todavía no he terminado.
Por lo que cuenta, por otro lado, la relación entre ellos era muy tormentosa. Eran como los matrimonios viejos, que dependen el uno del otro, pero se soportan poco. Llevaban demasiados años juntos en la plaza, todo el día bebiendo, degradados por el alcohol... Pero, por otro lado, aparte del grupo, no tenían a nadie.
Se muestra usted escéptico en el libro con las fundaciones y ONG que trabajan a nivel de calle con estas personas. Vaya por delante que reconozco el tremendo esfuerzo que hacen para sacar a esta gente de la calle y la bebida, en especial en este caso Arrels. Pero no comparto en absoluto su enfoque, que consiste en empecinarse en creer que con desintoxicarlos volverán a tener una vida normal, dejarán la calle y comenzarán a cuidarse.
Como exalcohólico, sé lo mucho que cuesta desengancharse de la bebida, que no basta con dejar de beber: hay que dejar de frecuentar los ambientes donde se bebe. Por lo tanto, si ellos, una vez desintoxicados, regresaban a la calle, volvían a estar con personas que pasan todo el día bebiendo y, por tanto, volvían a beber. De este modo Helga y Mich terminaron por morir, pero Moisés y Omar, que terminaron en residencias, lejos del ambiente, han sobrevivido. ¿Cuánto tiempo lleva viviendo en este apartamento? Llevo desde 1979, 46 años ya. Llegamos aquí Alejandro y yo cuando esta planta era un piso de 200 metros cuadrados compartimentado en pequeños estudios. Recuerdo que nosotros nos quedamos varios estudios y tiramos tabiques hasta hacer el piso actual, de 70 metros cuadrados. Hacia el fondo estaban los estudios de Ocaña y Camilo. Nos conocimos aquí; Ocaña ya estaba cuando llegamos y pintaba en sus estudios. Aquella fue la época en que nos disfrazábamos y salíamos travestidos a las Ramblas.
Tiempos vibrantes... Los tiempos de la Barcelona underground en los que la plaza Real, las Ramblas o el Raval estaban llenos de vida. Nos pasábamos la vida en la calle y éramos muy creativos. Yo tenía mi grupo con la gente de El Rrollo enmascarado y luego El Víbora, que eran sobre todo Javier Mariscal y los hermanos Farriol. Luego también con Ocaña y Camilo, aunque eso se acaba con la muerte de Ocaña en el 83. También frecuentaba a Miquel Barceló. Y me hice menos con gente de las letras como Monzó o Pàmies, por ejemplo, aunque a Monzó le he tratado algo, e incluso diseñé un cartel para pirulí [poste cilíndrico donde se pegan carteles de conciertos y otros eventos] publicitando El tango de don Juan, una obra teatral que escribió él y dirigió Gerôme de Savary. Pero nuestra peña era la de las artes plásticas.
¿Qué queda de esa Barcelona? Buff... Nada, ya lo puedes ver tú mismo si paseas por la plaza; solo quedan tiendas de souvenirs, de fundas para móviles y restaurantes para turistas. Ni siquiera hay colmados pakistaníes donde comprar una Coca-Cola, porque los alquileres se han vuelto carísimos. Y en las calles solo verás riadas de turistas, más ahora que ha empezado la temporada. Y los fines de semana, las despedidas de solteras y solteros y los hooligans gritones... El turismo ha arrasado la memoria de la Barcelona underground de los 70 y los 80. Es como la pata de Trump, que ahí donde pisa no vuelve a crecer la hierba. ¿Sigue haciendo vida por el barrio? Pues no, por aquí solo voy al banco y poca cosa más. Antes me llegaba hasta la calle Comerç para visitar a Mariscal, pero se mudó y no he vuelto por allí. Ahora cruzo las Ramblas y hago vida en el otro lado, el Raval, donde sigue habiendo restaurantes pakistaníes donde te puedes comprar una samosa, o un ramo de flores o cortarte el pelo, porque este lado está muerto. También los amigos de Mich que quedan, se han pasado al Raval presionados por la guardia urbana.
Hace poco saltó la noticia de que ha puesto varios lotes de su colección de obras de arte a la venta en Madrid. ¿Le falta liquidez? ¡Lo que me falta es espacio! Resulta que la mayoría de lo que he enviado a subasta eran cosas que me regalaban mis amigos por mi cumpleaños: litografías, muchas fotografías y algunas cosas más. Hay alguna cosa de Mariscal y una pintura de Barceló que encontré en los Encantes, pero la mayoría del material lo tenía en carpetas, guardado en el altillo.
A mí de lo que me gustaría desprenderme es de la colección de 15.000 postales que tengo de la semana santa de Sevilla, pero no hay manera, ni la Junta de Andalucía las quiere. Y por cierto, me han llamado esta mañana de la casa de subastas para decirme que ha ido muy bien, se ha vendido más de la mitad.