Muere a los 87 años el escritor y editor Josep Maria Castellet
ACEC9/1/2014
Fue una de las figuras más influyentes en la renovación de la crítica literaria catalana. Era Presidente del Grup 62.
Josep Mª Castellet, en la presentación de sus memorias, en mayo de 2012 (Foto:JOSEP LOSADA (elpuntavui.cat))
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El escritor, crítico y editor Josep Maria Castellet ha muerto hoy jueves a los 87 años.
Nacido en diciembre de 1926 en Barcelona, fue crítico literario y ensayista y se le recordará por ser una de las figuras más influyentes en la renovación de la crítica literaria catalana gracias a la introducción de las corrientes europeas. Fue fundador de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana y era Presidente del Grup 62.
Entre otros galardones que consiguió a lo largo de su carrera destacan la Cruz de Sant Jordi, y la Medalla d’Or de la Generalitat por su tarea como editor y ensayista.
En la muerte de Josep Maria Castellet
Cuando te llega la noticia de una muerte inesperada, a menudo cuesta identificar el carácter y la dirección de la sorpresa, sobre todo si se trata de alguien en quien confluyen la consideración histórica y la relación personal. Éste es el caso de Josep Maria Castellet, de quien, más allá de los términos más convencionales se pueda considerar que ya tenía cierta edad, nada hacía pensar que pudiera dejar el mundo de los vivos de manera inminente. Pero la vida y la muerte son ineluctables, y cuando he tenido conocimiento de la muerte de Castellet, me he enfrentado al vacío teniendo que escoger en esta ocasión cuál de sus múltiples facetas me era dado resaltar. Imagino que los apartados biográficos harán el relato objetivo de su vida. Castellet fue un referente capital de la intelectualitat literaria en general, y del mundo editorial en particular, en la Catalunya de los años 60, en un momento en que el franquismo daba señales de extenuación (mal al que todavía le quedó mucha más cuerda de la que algunos esperábamos y deseábamos). Castellet formaba parte del grupo de ilustrados cosmopolitas atentos a la modernidad del momento, y no exentos de un cierto despotismo, para hacer honor a la expresión, de los Barral, Ferrater, Gil de Biedma, Costafreda, Salinas, los Goytisolo y algunos más, que abrieron las letras del país a las últimas tendencias, en sintonía, por poner un ejemplo, con lo que en Italia eran Einaudi y Feltrinelli. Aquel aire izquierdoso de clase media-alta, lo que en Francia lllaman la gauche caviar –eran los tiempos de nuestra gauche divine, los tiempos del Boccacio–, vestía con elegancia y con un cierto, y a veces incierto, eclecticismo ideológico y étnico. De la misma manera que Barral fue un editor español difícil de homologar con la severa tradición mesetária –y perdón por el tópico–, Castellet fue un editor catalán que tenía poco que ver con la tradición autóctona de la ceba. Sea cual sea el juicio político que estos aspectos merezcan a cada cual, me parece innegable el éxito y la proyección de su trabajo a lo largo de los años, el aire del norte que aportó y las puertas que abrió a las generaciones posteriores. Castellet se había ido retirando a poco a poco sin dejar de estar nunca. Nos encontramos en varias etapas, los últimos tiempos en reuniones institucionales y en jurados de premios literarios. Cuando la gente de letras se hace mayor se vuelve escéptica, ¬ -o más escéptica todavía, porque ésta es una característica propia del gremio- y, como todos los viajes a la radicalidad, a algunos los vuelve severos, intachables guardianes de recuerdos y esencias a menudo dudosas; y a otros, sabios serenos. Castellet era de éstos últimos. Sin renunciar al buen humor, sarcástico cuando era el caso, tenía un trato apacible, exquisito, intelectualmente generoso, la conjunción de espíritu crítico y referente de tranquilidad que sólo se consigue con el ejercicio de la inteligencia. Tengo el sentimiento de haber perdido a un amigo.
Miquel de Palol
Muere el editor Josep Maria Castellet
Se dijeron muchas barbaridades sobre su poder –mandarinado-, decían–, pero, sin perspectiva, nunca seremos bastante conscientes de lo que representó la figura de Josep Maria Castellet para la literatura catalana, castellana y, ¿por qué no decirlo?, para la europea de la segunda mitad del siglo xx. Independientemente de su valiosa obra ensayística como estudioso, antólogo, crítico literario y memorialista, Castellet aportó en sus diferentes singladuras un toque de modernidad, que permitió a sellos como por ejemplo Seix Barral y Edicions 62 sumarse a los editores más modernos de Occidente. También impulsó la Asociación de Escritores en Lengua Catalana. El mestre, como le llamábamos algunos de sus discípulos y amigos, tenía siempre los ojos muy abiertos y no desaprovechaba la ocasión para interesarse por una tendencia musical o cinematográfica, escuchando tanto a jóvenes como a veteranos. Desde la muerte de su compañera durante décadas, Isabel Mirete, Castellet había restringido sus apariciones públicas, presentaciones y otros actos, pero mantenía las citas importantes, como por ejemplo los Sant Jordi y la visita cotidiana a la sede del Grup 62. No era de los que habían esperado la edad para jubilarse sino que asumía que para su función no había retiro. De familia catalana, castellana y mexicana, la obra de Josep Maria Castellet alcanza desde los años de la revista falangista Laye –habría que reeditarla para saber como pensaban y que afirmaban muchos demócratas posteriores– hasta los interesantes volúmenes de memorias Els escenaris de la memòria (1988), Dietari de 1973 (2007), Seductors, il.lustrats i visionaris (2009) y Memòries confidencials d’un editor (2012), donde recupera la figura de Espriu, Porcel y Montserrat Roig a través de unos retratos de una finura extraordinaria. La visión cosmopolita y la apertura a la traducción no lo alejaron de maestros como por ejemplo Espriu y Pla, de quien publicó ensayos fundamentales. Interpretar a Pla en clave estructuralista no se le perdonaría, a pesar de que los que lo tratamos no podemos decir ni media palabra en su contra. La sinceridad y la ironía fueron dos de sus armas. Me sorprendió gratamente hace unos meses leer un artículo suyo en la revista L’Avenç sobre series norteamericanas de televisión. Se lo expliqué un día que me lo encontré y él lo relativizó sin obviar el interés. El contacto con los jóvenes editores de 62 le despertó la curiosidad, y el viejo león respondió con unos análisis, ligeramente marxistas todavía, sobre el argumento, realización y articulación de los personajes y de la trama de estas series. Podría parecer extraño si no conociéramos al personaje, pero Castellet no fue alguien que se quedara observando la realidad de una manera pasiva, sino que intervenía y opinaba. Sobre el oficio de lector y de observador giró gran parte de su producción. No hemos de olvidar que La hora del lector estaba fechado en 1957 y que las antologías sobre la poesía realista, Ocho siglos de poesía catalana y Poesia catalana del segle xx –las dos últimas con Joaquim Molas– marcan un antes y un después y sitúan las tendencias de lo que se considerará relevante. Un caso paradigmático será la tan citada Nueve novísimos poetas españoles, que en 1970 causó una auténtica conmoción en la poesía hispánica. Cuando le comentaba que en los congresos de poetas peninsulares todavía era uno de los personajes más mencionados, no podía evitar una sonrisa. Relativitzava su papel. Era así: un gentleman, siempre vestido elegantemente, tanto en los años hippies como con la corbata y el traje, que le conferían una autoridad, que se sumaba a su altura, atractivo y savoir faire.
David Castillo
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