Hace unos días fui citado por un mago. Me dijo que el lugar ideal para vernos sería el Parc de la Ciutadella. Como uno es obediente, hasta allí fui para que se llevara a cabo el encuentro. Aunque no nos conocíamos, no hubo dificultades a la hora de saber quién era cada cual.
El mago me explicó que al acabar la cháchara desaparecería delante de mis narices y yo entonces debería coger el relevo de lo que él venía predicando de un tiempo a esta parte. Según el misterioso personaje, cuando pronunciara la fórmula matemática uno por uno igual a uno, yo sería el encargado de ejercitar este cálculo ante las personas que componen lo que conocemos como el mundo de la cultura.
Y así fue, me quedé más solo que la una en el instante en que el mago verbalizó el uno por uno igual a uno. Nada que ver con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Tampoco el mago tuvo compasión de mí y no quiso aplicarme otro milagro, el de levántate y anda. Fue tal respingo el que me produjo observar cómo aquel hombre se encogía hasta
disolverse, que mi trasero quedó enganchado al banco donde estuvimos platicando.
Allí permanecí descompuesto hasta que se acercó una loba para omunicarme que otro mago, el del zoológico, le había aplicado la operación matemática del uno por uno igual a uno. Ante tal sentencia, el animal había decidido buscarse la vida fuera del recinto, ya que en la covacha vivía con su hija, pero como no era posible compartir, ella decidió escapar,
ser noticia, buscar el éxito fuera de su hábitat y así conseguir contratos en cuantas más ciudades mejor.
En eso estábamos la loba y yo cuando vimos que venía hacia nosotros otro mago que acababa de salir de las dependencias del Parlament de Catalunya. Así fue como, por arte de magia, pasamos a ser tres, éste último en calidad del tercero en discordia, en vez del de no hay dos sin tres. Menuda noticia nos trajo el mago parlamentario: la cámara catalana había acordado por unanimidad, a petición de una Iniciativa Legislativa Popular que presentó la friolera de un millón de firmas, aprobar y llevar a cabo el resultado de
multiplicar uno por uno. El hombre aprovechó para informarnos de que la ILP fue gestada y promocionada por el mercado, el que todo lo puede y el que nadie puede con él.
De un plumazo la loba se larga y a su vez el señor Político Mago me comunica que si quiero volver a ser libre y que mi cuerpo se desprenda del banco, debía comprometerme a realizar la faena que con anterioridad ya me había encomendado su colega en campaña: ser el responsable de practicar la operación del uno por uno igual a uno entre los diferentes ámbitos que conforman la cultura.
Se me hacía muy cuesta arriba tener que pelear con mi gente. El vértigo se apoderó de mí, pero entre quedarme pegado a un banco del Parc de la Ciutadella o comprobar cómo el mago del Parlament pronunciaba el levántate y anda, opté por esto último.
Antes de que el milagro se cumpliera intenté argumentar que la cultura no era equiparable al deporte, aunque éste también fuera cultura. Aún siendo consciente de que una norma aprobada por la cámara que representa la voluntad soberana del pueblo catalán, bajo la presión añadida de una Iniciativa Legislativa Popular a instancia del mercado sería de insensatos ejercer de insumiso, insistí ante mi poderoso interlocutor de que en las distintas facetas del deporte sí era factible identificar al número uno y que por eso subía al podio. Tozudo y cumplidor con el mandato político, el mago del Parlament me espetó que “o caixa o faixa”. ¿Qué vida me esperaba si seguía en mis trece? ¿Estar continuamente atado a un banco con una de las partes sagradas de mi cuerpo pegada a un robusto trozo de madera?
Opté por hacerle caso y me lancé a predicar. A la cultura le convenía, tal y como el Parlament había acordado, el cumplimiento de la multiplicación del uno por uno. Miedo y pena me atenazaban ante trabajo tan ingrato. En un sector donde desde siempre había prevalecido la diversidad, lo plural, la apertura de miras, la libertad…, tener ahora que ir a la contra, se me hacía muy cuesta arriba.
Ingenuo de mí. Sin casi esfuerzo por mi parte y sin oposición del sector cultural, la prédica bendita y mágica del uno por uno, se había extendido y aceptado fácilmente. Quedaban en la trinchera los irreductibles, los radicales a los que sólo les interesa la confrontación en lugar de tender la mano, los que continuamente se indignan reclamando lugares extensos y amplios y los que piensan que todavía es posible dar algunos que otros revolcones a la
asunción de normas consumidas y consumadas por la mayoría.
Quizá el milagro se ha podido llevar a cabo por la capacidad de los magos implicados en la tarea y la docilidad social por los que los estados acomodaticios del ser humano sienten querencia. En un breve espacio de tiempo, en el que me cito con un mago, converso con una loba y otro mago, y me libero del enganche a un banco, la Catalunya de la cultura había interiorizado sin rechistar el resultado de la operación que multiplica uno por uno.
Cada franja ha pactado su podio y ha nombrado al uno en cada rama artística, interpretativa o ligada a la creación. No hay ni puede haber discusión, el hueco dispone de cavidad limitada, sólo uno o una, se acabó la juerga.