Gunter Grass: La muerte de un símbolo
Álvaro Colomer15/4/2015
(Foto:loffit.abc.es)
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Poco después del fin de la II Guerra Mundial, los Aliados cogieron a los soldados nazis más jóvenes y los llevaron a los campos de exterminio y trabajo para que vieran con sus propios ojos aquello que se negaban a creer. Uno de esos chavales se llamaba Gunter Grass y, como él mismo habría de confesar en sus memorias ‘Pelando la cebolla’ (Alfaguara, 2007), había pertenecido a la Waffen SS, el cuerpo de élite del partido nazi que tomó parte activa en el Holocausto y que tenía como comandante en jefe al mismísimo Heinrich Himmler. Sin embargo, cuando los soldados aliados le llevaron al campo de concentración de Dachau (Baviera) para que fuera testigo del horror causado por el ejército nazi, Gunter Grass quedó hondamente impresionado. Y, aunque esto ya sea adentrarse en el terreno de la especulación, tal vez fuera aquella visita lo que le llevara a escribir una de las obras de referencia literaria y moralmente más importantes de todo el siglo XX. Porque Gunter Grass quizá buscó la redención a través de los libros. Gunter Grass ha muerto a los 87 años por culpa de una infección en un hospital de Lübeck, y ahora nos toca despedirnos del escritor que condensó en un puñado de libros la esencia de ese siglo XX que, lógicamente, fue un siglo alemán. Sus novelas hicieron que algunos de sus compatriotas los consideraran uno de esos escritores que ‘ensucian el nido’, esto es, que hablan mal del país o de la sociedad en la que vivieron, pero también es cierto que, antes de confesar en la vejez su juvenil adscripción a la SS, se había convertido en todo un referente moral de la izquierda europea. Sus textos sacaron los colores a la sociedad alemana, haciendo aflorar el sentimiento de vergüenza que le produjo despertar del sueño exterminador en el que se había metido. A medida que Gunter Grass envejecía y que su semblante adquiría adustez –el aspecto de hombre enojado, con su pipa bajo el bigote espeso y sus arrugas tras las gafas apoyadas siempre en la punta de la nariz, le acompañaría durante gran parte de su vida-, los alemanes fueron comprendiendo que el silencio nunca les ayudaría a cerrar las heridas y que era necesario abordar su propia historia para liberarse de cargas. Mientras no lo hicieran, seguiría retumbando en sus conciencias el machacón redoble que el protagonista de El tambor de hojalata (Joaquín Mortiz, 1963) tocaba incesantemente ante la irritación de los adultos.
La muerte de Gunter Grass puede ser interpretada como el auténtico final del siglo XX. Ya casi no quedan víctimas ni verdugos de los campos de exterminio, ha desaparecido toda una generación de alemanes y la siguiente no tiene que cargar con la culpa de sus antepasados. Alemania se equivocó con su delirio bélico y ahora toca mirar hacia adelante. No en vano la desaparición del mayor escritor alemán de la segunda mitad del pasado siglo acontece pocos días antes de la celebración del 70 aniversario de la liberación del último campo de concentración al que llegaron los Aliados: Mauthausen. A lo largo de los últimos meses, hemos ido conmemorando diversos acontecimientos relacionados con la II Guerra Mundial (el Desembarco de Normandía, el bombardeo de Dresde, la muerte de Hitler, la liberación de Auschwitz…) y, cuando queda poco para hacer lo propio con el último campo del horror, va Gunter Grass y se muere. Su entierro, por tanto, tiene una carga simbólica de una trascendencia enorme para la Vieja Europa. Algo desaparece para que otra cosa pueda nacer.
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