Como es tradición, el pistoletazo de salida lo daba un
experto con una conferencia inaugural sobre el tema, tras la presentación de
rigor del presidente de la asociación Miquel de Palol. Y el tema de
las XV Jornadas Poéticas de la ACEC celebradas el pasado 23 y 24 del corriente
en la Sala Josep Maria de Sagarra del Ateneu Barcelonès versaba sobre la poesía
árabe y hebrea de la tradición medieval a la actualidad.
Pero la conferencia del experto cabalista, poeta, traductor,
ensayista de origen argentino, nacionalizado español y residente en Barcelona
desde 1978 Mario Satz, fue mucho más que eso. Fue una verdadera clase magistral
en forma de breve y revelador relato de ficción, Eliezer Ben Yehuda rodado de palabras, leído como corolario poético
de su aguda ponencia. A la vez que un homenaje y una imperdible reflexión en
torno al misterio. El misterio del lenguaje, el de lo inefable –llamémosle divindad, poesía o conocimiento– o quizá el misterio de la naturaleza humana.
El misterio encerrado en el relato de Satz era el de una
mínima palabra hebrea, te. Palabra
compuesta por la primera y la última letra de su alfabeto no vocálico (alef y
tau) –que a su vez remite al alfa y omega, principio sobre el cual se basa el
Cuerpo Místico de los creyentes– y que significa en hebreo tanto célula como el pronombre acusativo
femenino tú. La palabra renacida por
el paciente trabajo filológico de Ben Yehuda (1858-1922) que prefería entre
todas las desempolvadas, regeneradas o recompuestas a partir de viejas raíces.
Esa fue la titánica empresa de Ben Yehuda, el lingüista y lexicógrafo nacido al
norte de la actual Bielorrusia, quien fuera el padre del hebreo moderno “al
resucitar y recuperar para el habla cotidiana una lengua hasta entonces
litúrgica, filosófica o poética”. De allí el homenaje de Satz a “esa suerte de
Corominas o Pompeu Fabra hebreo que quería que su hijo fuera el primer hablante
de hebreo en Tierra Santa, en Jerusalén”, recordó el experto, y se salió con la
suya.
Satz escarbó con erudición en la remota influencia
de los jeroglíficos egipcios en el hebreo y sobre todo en la Cábala,
descubrimiento que en sus inicios académicos le hizo amar dichas lenguas y el
lenguaje poético y “el origen sinestésico de la poesía”; para acabar su
relato en una suerte de conclusión sincrética aplicable a todos los alfabetos,
desde la tabla periódica de los elementos de Mendeleiev al Genoma Humano.
Porque en esa palabra mínima hebrea que contiene la primera y la última letra,
esa célula también contiene en su
raíz latina la celda que
conjuga las dos naturalezas antitéticas del lenguaje. “El lenguaje puede ser
una prisión o algo vivo que revitaliza”, sentenció el experto en referencia a
la mínima porción de vida de un organismo que garantiza el crecimiento y
comparten todos los seres: la célula.
Seguidamente, en la mesa redonda moderada por Sònia Hernández, se encargó con agudeza el filólogo, músico, traductor y
poeta José María Micó, de rastrear hasta el Quijote o
las jarchas medievales, “el lenguaje común de los poetas místicos de las tres
tradiciones, árabe, judía y cristina, porque buscaban soluciones afines a un
problema común”, explicó. Por su parte, la experta Moriha Ferrús se ocupó de
reponer la esencia de la tradición cultural hebrea en la trasmisión de “la Torá
como el gran poema que dio Dios al pueblo de Israel y a Dios, como el Gran
Poeta”. Con ironía y buen tino, el poeta valenciano Vicente Gallego cerró la
mesa redonda con un pasaje sin mediciones de la embriaguez mística y del vino
como símbolo del amor absoluto y de la sabiduría en los poetas sufíes a un
breve recitado de su propia producción lírica.
Una acertada estrategia que allanó el camino para el último
bloque de la jornada en el que la reflexión y la teoría se convirtieron en
contundente palabra al viento con un recital poético a tres voces, dos
castellanas y una catalana. Abrió fuego la barcelonesa Mariana Colomer con
piezas de su Libro de la suavidad (2008).
Marc Romera recogió el testigo con los graves y luctuosos breves poemas de su
reciente Neu negra (2016). Poemario
del que reconoció la triple influencia de la Mística, José Ángel Valente y Paul
Celan. Para cerrar la noche por todo lo alto la filósofa y poeta malagueña de
origen belga Chatal Maillard quien tituló su intervención “Cisne negro”, en
referencia al viejo problema de la inducción en la polémica con el
falsacionismo de Popper en la filosofía de la ciencia. No cabe duda de que para
Maillard la poesía, al igual que la Mística o las ciencias, es también un
camino de conocimiento. Pero conocimiento de la singularidad más radical.
“Escribo sobre el lomo del cisne negro, aquel que desbarata todas las
conclusiones”.