Ha fallecido la profesora, escritora y traductora Pilar Gómez Bedate (Zamora, 1936-Zaragoza, 2017). Hace un par de semanas, tras la celebración de unas jornadas en “el paraíso de Calaceite”, como solía decir, en homenaje a su esposo Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926-Barcelona, 1995), sufrió un derrame cerebral que se complicó con una neumonía y ya no pudo recuperarse. Pilar fue siempre una mujer muy activa, capaz de desplegar una gran energía y una gran sensibilidad hacia el arte, la literatura y la enseñanza. Doctora en Filosofía y Letras, fue Catedrática de Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico (1967-1988), profesora titular de Filología Española en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, y Catedrática de Literatura española en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde se jubiló.
Hacía poco tiempo, viuda desde 1995, decidió trasladarse de Barcelona a Madrid, donde se sentía muy feliz, rodeada de amigos, y donde seguía muy activa, cuidando la obra del poeta y traductor Ángel Crespo –biógrafo de Fernando Pessoa y traductor de Dante, entre un sinfín de empeños-, a la vez que escribía cuentos y poemas que aparecerán en el próximo otoño en el sello Polibea. Pilar Gómez Bedate nació en Zamora en 1936, se trasladó a Madrid en los años 60, ejerció la crítica de arte en revistas como Ínsula y Cuadernos Hispanoamericanos y se unió, a mediados los años 60, a Ángel Crespo, con quien viviría en Puerto Rico, en Upsala, en Brasil y por supuesto en Barcelona.
Como habían hecho José Donoso y otros amigos como el pintor Ràfols Casamada, el editor y narrador Toni Marí o el escultor Fernando Navarro, Ángel y Pilar se interesaron por la tradición literaria y el silencio de Calaceite, un pueblo de Teruel, y adquirieron una vivienda. Allí, ante los olivos y los almendros, en la casa de piedra con palomar, pasaban sus veranos. En el cementerio de la localidad reposa Crespo y descansarán las cenizas de Pilar.
Pilar Gómez Bedate se especializó en lenguas románicas. Editó y tradujo a Giovanni Bocaccio, en especial su obra maestra, El Decamerón, a Stephane Mallarmé (al que también tradujo; era uno de sus poetas más amados). Editó varios libros de Juan Ramón Jiménez, a José Luis Giménez Frontín, a Carlos de la Rica, entre otros, y preparó una Antología de la poesía modernista. Y coordinó y recuperó varios libros de su esposo, poeta de inspiración simbolista. No solo eso: estuvo detrás de varias revistas y perteneció al comité asesor de editoriales como Igitur. Como traductora, vertió al español a Joao Guimaraes Rosa y a los italianos Primo Levi Ginzburg.
Autora del poemario La peregrinación (1966), en los últimos años, decidió publicar un nuevo volumen: Las aguas del río (Olifante, 2011), que el poeta y crítico José Corredor Matheos definió así: “Un homenaje, ya explícito, rememoración de una vida en la espera del amado y de rápido recorrido vital en su compañía, que finaliza en la soledad de su recuerdo. Pero no se trata de un libro elegíaco, porque, aunque lo empañe a menudo la tristeza, puede más la presencia del Ausente, que sigue marcando con fuerza su silueta”.
Antón Castro
Artículo publicado en
Heraldo el 13-8-2017