Antonio López Lamadrid, in memoriam
24/9/2009
La muerte del editor Antonio López Lamadrid ocurrida el lunes, 21 de septiembre, no puede decirse que fuera inesperada. Desgraciadamente para todos cuantos le conocían, los mismos que le admiraban por su señorío y calidez humana, la muerte venía rondándole en los últimos tiempos, a pesar de la fuerza con que la combatió. Pero la combatió como era él, es decir que cuando vio que la partida estaba perdida, aceptó el hecho con la elegancia de quien está acostumbrado a manejarse en múltiples, incluso difíciles, situaciones.
Ante las malas noticias que le dio su oncólogo en junio, el editor le comentó que, en todo caso, hiciera lo posible para que no muriera él antes que su madre “porque se llevaría un disgusto”. Y, en efecto, así ocurrió, por pura justicia (no creo que el oncólogo tuviera nada que ver), que Marta de Satrústegui falleció un mes después de la conversación, a los cien años, y poco antes que su hijo. La segunda cosa que le dijo al oncólogo es que no le gustaría morirse en agosto “porque fastidiaría el verano a sus amigos”. Y eso, fastidiar a los demás, Antonio López Lamadrid no sabía hacerlo.
Son gestos que se comentaron públicamente en su funeral, porque a veces los detalles alcanzan una envergadura colosal. Son expresión de la fuerza tanto como de la debilidad de una persona. En su caso revelan cómo la actitud de López Lamadrid fue coherente, hasta el final, con los patrones de conducta que él se había señalado para sí mismo. El que fuera principal impulsor del importante premio Comillas de Biografía, Autobiografía y Memorias, concedido por Tusquets Editores a partir de 1988, que dio a conocer textos esenciales del memorialismo hispánico contemporáneo (Carlos Barral, Jorge Edwards, Carlos Castilla del Pino, Adolfo Marsillach, Jaime de Armiñán y tantos autores más sin cuyas autobiografías nuestra memoria reciente sería infinitamente más endeble) quiso salir de escena con discreción, sin molestar a nadie. Se sentía satisfecho con la vida que había llevado, buena parte de ella junto a Beatriz de Moura. Ambos habían conseguido superar un importante bache editorial a finales de los años setenta y hacer de Tusquets Editores una empresa admirable, de proyección internacional y, sobre todo, una empresa humana. Que Antonio López Lamadrid, descendiente directo del primer marqués de Comillas, no tuviera la Creu de Sant Jordi, disponible para tantos pelagatos, sólo dice de la comunidad en que vivió. No siempre la comunidad está a la altura del individuo.
Anna Caballé Secretaria General de la ACEC
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