Quienes formamos parte del mundo del libro nos pasamos el día predicando que leer nos hace más sabios, que  es un placer, que nos enriquece como personas, que  nos ayuda a ampliar puntos de vista, que nos potencia las habilidades comunicativas... Nada. Ni caso. Cuando bajamos a la trinchera de las escuelas, comprobamos que el panorama cada vez es más desolador. Los maestros nos explican que la comprensión lectora se ha deteriorado en pocos años gracias a los planes de estudios que han desterrado la literatura con gran alegría. Y todavía hay una novedad gravísima que comentan en voz baja: de entre los nuevos docentes que llegan a las aulas recién licenciados los hay que no leen. En este país es factible acabar una carrera de letras sin ser lector. Increíble, pero cierto. Si no fuera así, serían otras las cifras de ventas de libros y aquí llegamos al fondo de la cuestión.

Nos hemos equivocado de argumentos. Lo que manda es la pasta y es de esto de lo que tenemos que hablar para que  nos oigan quienes cortan el bacalao. Que seamos personas preparadas, con apertura de miras, críticas... todo esto les importa un pepino, más bien les repele. Ahora bien: si explicamos que la industria editorial es una de las más potentes del país, que factura todavía más que la del mundo del vino que tanto se ha favorecido, que mueve miles de puestos de trabajo, que nos posiciona en el top del ranking mundial... entonces quizás sí que presten atención. Marginar al libro de los planes de estudios, es lo que se están cargando y tendría que preocupar tanto a lectores como no-lectores. Lo que no entiendo es cómo los grandes grupos editoriales lo permiten.

Estamos apañados, si quienes tenemos que defender todo este potencial económico somos cuatro escritores, cuatro maestros, cuatro periodistas culturales, cuatro libreros, cuatro editores pequeños, cuatro ''mindundis''. No nos dejéis solos. Nos  jugamos la pasta que, para algunos, parece ser más importante que la salud mental.
 

Ada Castells
Artículo publicado en Nació digital