Barcelona intrascendente
Alvaro Colomer4/4/2018
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El próximo mes de mayo, J.M.Coetzee visitará España. El Premio Nobel de Literatura impartirá charlas en Madrid, Bilbao y Granada, y no pasará por Barcelona. Seguramente su agenda no se lo permite, pero eso no quita que su ausencia se sumará a la de otros autores de prestigio internacional que tampoco están aterrizando en nuestro aeropuerto. Y es que hay una tendencia creciente de la que conviene hablar: las editoriales ya no quieren traer a ciertos escritores a la ciudad que antaño fuera el epicentro de la literatura. En otras palabras: Barcelona ha dejado de interesar.
Llevo tres años cubriendo los acontecimientos culturales más importantes de nuestra ciudad. Cada semana escribo una crónica en el suplemento Tendències de este mismo periódico en la que, entre otras cosas, resumo cuanto ocurre en los saraos literarios que por aquí se celebran. Las editoriales me envían correos electrónicos advirtiéndome sobre la visita de Fulanito y Menganito, y yo acudo a los actos ansioso por ver el rostro de los máximos exponentes de la cultura internacional. Sin embargo, aunque sólo me ocupo de los acontecimientos que tienen lugar en esta ciudad, también recibo comunicados sobre los que se preparan en otras capitales, y desde hace algún tiempo vengo notando algo que no había ocurrido jamás: muchos primeras espadas de la literatura nacional e internacional prefieren visitar Madrid, Bilbao, Sevilla y Valencia antes que Barcelona.
Algunos responsables de prensa de ciertas editoriales me han comentado que ya no vale la pena organizar presentaciones en nuestra ciudad. La gente ha dejado de acudir a ese tipo de actos, y más de un escritor de prestigio se ha encontrado la sala medio vacía cuando ha decidido venir a hablar de su libro. Y eso es algo que, según me dicen, no ocurre en el resto de grandes capitales de España.Existen muchas teorías sobre los motivos que nos están llevando al abandono de los actos de naturaleza cultural, la más recurrente de las cuales apunta hacia la idea de que la hiperactividad política nos tiene tan absorbidos que ya no acudimos a los teatros, a los museos, a los cines e incluso a las tiendas. Otra teoría afirma que, en la medida en que la cultura ha sido siempre un motivo de cohesión social, y en la medida en que ahora mismo hay cohesión de ésa en Barcelona, la gente prefiere quedarse en casa y evitar actos de carácter colectivo. Y hay una tercera teoría que asegura que, cuando no hay alegría, la gente no consume. Y aquí, de alegría, poca.
Desde que Barcelona se abrió al mundo tras las Olimpiadas, los esfuerzos de las instituciones locales han ido siempre encaminados a consolidar nuestra posición en eso que la socióloga Saskia Sassen bautizó como red de ciudades globales, es decir, urbes cuya actividad tiene un impacto directo sobre el devenir del mundo. Durante mucho tiempo, estuvimos situados en los puestos más elevados de dicha categoría y lo hicimos gracias a la capacidad que tuvimos para concebir nuestro municipio como una suerte de ciudad-estado que, como tal, estaba por encima de las políticas que malograban la región, el país e incluso el continente en el que se encontraba. Pero todo eso ha terminado. Ha llegado la hora de que asumamos que nuestra posición en el ranking de las capitales influyentes se ha desplomado. Ya no somos ni la primera ni la segunda ni la tercera ciudad que los escritores eligen cuando vienen a promocionar sus novelas. Imaginen la opinión que tienen en el exterior de nosotros.
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