Jueves, 21 de noviembre de  2024



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La obra, literaria de Mercedes Abad aparece en múltiples antologías, ha sido traducida al italiano, al alemán, al neerlandés, al inglés y al finés. Actualmente imparte clases en la Escola d’Escriptura de l'Ateneu Barcelonès.
acec11/6/2019



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Escritora, traductora y periodista, tras varios escarceos con el cine y el teatro, en 1986 gana el premio de narrativa erótica La sonrisa vertical, con su libro de relatos Ligeros libertinajes sabáticos. Desde entonces ha publicado los libros de relatos Felicidades Conyugales, Soplando al viento, Amigos y fantasmas (premio Mario Vargas Llosa), Media docena de robos y un par de mentiras y La niña gorda. Ha publicado también dos novelas, Sangre (Tusquets, 2000) y El vecino de abajo (Alfaguara, 2007), y un ensayo juguetón y humorístico, Sólo dime dónde lo hacemos (Temas de Hoy, 1991). Sus colaboraciones con el diario El País han sido recogidas en el volumen Titúlate tú. Además es autora de diversas obras de teatro y adaptaciones, entre ellas XXX, versión de La filosofía en el tocador (Marqués de Sade), de la Fura dels Baus, y Las amistades peligrosas, de Christopher Hampton.

Su obra, que aparece en múltiples antologías, ha sido traducida al italiano, al alemán, al neerlandés, al inglés y al finés. Actualmente imparte clases de novela y de cuento en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès.


¿Mercedes escritora o profesora de escritores? Las dos cosas. De hecho son dos ocupaciones que se nutren la una de la otra. Enseñar a escritores en ciernes me ha obligado a racionalizar cosas que antes hacía intuitivamente. Los primeros años les decía a mis alumnos: “Vosotros no sé, pero yo, si aplico mis enseñanzas, escribo mucho mejor…” Enseñar también me permite sacar a la actriz que pude ser y no he sido por avatares de la existencia.


Aparte, has colaborado como periodista y como traductora. Sí, he ejercido el periodismo cultural, que es un lujo. Nada de chuparte redacción ni de escribir bajo presión.

Y traducir es como ir al gimnasio y tonificar la musculatura literaria.  A veces te pasas días enteros buscando obsesivamente la traducción de una expresión, de una palabra, de un matiz… Entras en cuerpo y alma en el universo de otro. Pero como además trabajas para el lucimiento de otro, es toda una lección de humildad y una dieta adelgazante para tu propio ego…



Empezaste a escribir por una lesión en el tobillo. Eso fue en una audición para el célebre concurso televisivo Un, dos, tres, responda otra vez. Era la época en que vagamente aspiraba a muchas cosas, a actriz entre ellas. Una amiga me dijo que hacían la audición y allá que me fui, soñando en ser una segunda Victoria Abril, con sus ya legendarias gafas… Cuando llegué al teatro donde tenía lugar la prueba vi que las aspirantes teníamos que bailar y estuve a punto de marcharme. Ni siquiera había llevado ropa apropiada. Pero una chica me dijo que, si me esperaba a que ella hiciera la prueba, me prestaba su ropa. Así que ahí me tenéis, levantando la pierna cual Pavlova delante de un jurado del que formaba parte Narciso Ibánez Serrador. Hasta que noté un clic en la rodilla: me acababa de romper el menisco y era verano… Tuve que quedarme sola en Barcelona y para no enloquecer por completo me puse a escribir mi primera novela, que ahora mismo está en un cajón y permanecerá inédita por los siglos de los siglos.


Ligeros libertinajes sabáticos (1986, Tusquets) ganó el premio La Sonrisa Vertical. Sí, unos meses antes intenté ingresar en el Institut del Teatre pero me rechazaron. Luego me puse a escribir una serie de cuentos eróticos. Como jugando y para fastidiar a mi madre. Francamente, no esperaba ganar. Fue una de las mayores sorpresas de mi vida. En la España de la época todavía era pintoresco que una chica joven ganara un premio erótico, de modo que llamó mucho la atención y el libro se convirtió en un éxito de crítica y de ventas. Y ahí despegó mi carrera como escritora.


Amigos y fantasmas (2004) también ganó un premio: Mario Vargas Llosa al mejor libro de relatos del 2004. Sí, otra gran sorpresa, porque gané en la modalidad a libro ya publicado, lo que significa que no te presentas tú, ni tu agente ni tu editor, sino que te selecciona un jurado entre todos los libros publicados ese año. O sea, que no tenía la menor idea de que estaba compitiendo. Y cuando me llamaron notificándome que había ganado el premio, no entendía nada…


¿En qué género de sientes más cómoda? En el cuento, francamente. Soy nerviosa e impaciente por naturaleza y trabajar años en una novela, lo que implica no ver el resultado de inmediato, sino hasta mucho después, se me hace muy cuesta arriba. Aunque creo que mi novela Sangre es uno de mis libros más interesantes, si no el que más, precisamente porque fue un reto tremendo para mí y me colocó muy al límite de mí misma y de mis conocimientos. Estuve al borde del fracaso varias veces y tuve que decirme que, si yo no escribía esa novela, nadie más lo haría. Para obligarme a no abandonar.


Media docena de robos y un par de mentiras es la simulación de un plagio. ¿Cómo se te ocurrió este original y curioso planteamiento? En parte es una travesura y en parte una idea muy seria. Creo que los escritores somos ladrones que consciente o inconscientemente robamos ideas e historias de las que nos apoderamos para contarlas nosotros. Me refiero tanto a las historias que escuchamos de boca de alguien como a las que descubrimos en los libros. Por otra parte, estoy convencida de que las ideas son de todos. Y que el plagio es una de los mayores homenajes que pueden hacerte. La verdad es que me divirtió mucho escribir ese libro, que es un libro de cuentos pero a la vez contiene una novela sobre esa autora que se va apoderando de relatos ajenos…

 

Tu última novela La niña gorda ha sido otro éxito. Es un libro sobre la adolescencia, sobre la construcción de nuestra identidad, sobre la amistad entre adolescentes y sobre la necesidad de autoaceptación de nuestro cuerpo para vencer miedos y complejos. Y ha gustado muchísimo a los adolescentes, algo de lo que me siento particularmente orgullosa. Creo que lo mejor de la literatura es precisamente eso: que alguien que aparentemente no tiene nada que ver contigo y que a lo mejor está muy lejos de ti en el espacio y el tiempo (yo ya hace mucho que dejé atrás la adolescencia, je je), te ayuda a comprender quien eres y qué diablos te pasa.


¿Existe la llamada literaria? Sí, por supuesto. Estoy convencida de que hay historias que te reclaman, que te piden a gritos que las escribas. Para darles sentido. Para comprenderlas. Yo hay días en que, como lo llamo yo, «me escribo encima». Presencias una escena, oyes parte de una conversación y algo se pone en marcha inexorablemente. Luego, por supuesto, hay que empuñar el látigo, como decía Truman Capote, y entregarse a un trabajo enorme y escribir y reescribir sin desmayo.


¿Se puede enseñar a escribir? Claro. Del mismo modo que se enseña a tocar el clarinete, el piano o el trombón. Como cualquier arte, la escritura tiene dos ingredientes básicos: por una parte la mirada de cada cual, es decir, la singularidad de cada creador, lo que nos hace distintos de los demás; luego está la técnica. La mirada no puede enseñarse: la tienes o no la tienes, pero la técnica se aprende. Yo fui autodidacta, y eso implica llevarte unos cuantos batacazos. Por suerte, hoy en día están las escuelas de escritura, que ayudan proporcionan herramientas y recursos para enfrentarse a las dificultades del arte de narrar.


¿Alguna vez has aprendido de tus alumnos? En cada clase aprendo algo de mis alumnos. Siempre he dicho que el día que deje de aprender de ellos, ya no estaré capacitada para enseñar. El día que deje de aprender dando clases, dejaré de hacerlo.


¿Qué proyectos tienes? Varios, pero me da mal fario hablar de ellos. Me da la impresión de que perderé la energía por la boca si los cuento, así que permíteme guardármelos.

 

Marimén Ayuso



   
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