Los primitivos recelaban de la fotografía, porque temían que les robaran el alma. Y en la era de las imágenes líquidas y omnipresentes, la vieja superstición puede parecer una tontería. Pero no lo es, porque encierra una semilla de verdad.
Lo que sucede es que no se trata de un hurto, sino de un acto de amor. Algunos seres, muy pocos de mirada limpia, pueden capturar tu verdadera imagen. Una imagen que no sueles mostrar a los otros, ni siquiera la que te devuelve el espejo cada mañana, esa imagen que va cifrada en lo que escribes, en lo que persigues, en lo que amas, una imagen que revela cómo vives, que muestra qué es lo que haces, el cómo lo haces y el porqué. Una imagen que encierra tus palabras y reproduce tu voz.
Hay seres en este mundo, muy pocos, con la capacidad de atrapar tu alma entre sus manos y sacarla a la superficie con una sonrisa, para compartirla contigo y con el resto de la humanidad. Esos seres, que sin pedirte nada a cambio, sin que te des cuenta, te muestran cómo en realidad eres y así, sin pretenderlo siquiera, te enseñan a ser mejor, recibían antaño todo tipo de nombres: espíritus protectores, hadas, ángeles de la guarda, dáimones... Lo cierto es que son personas de carne y hueso, como tú y como yo. Lo único que los deferencia del resto de los mortales es su infinita capacidad de amar. Y ese don con el que revelan lo oculto, poco importa con qué medios técnicos o artísticos lo ponen en práctica, eso es anecdótico.
Ana Portnoy (Buenos Aires, 1950-Barcelona, 2020) era uno de ellos y lo hacía con una cámara con increíble naturalidad, parecería incluso que hasta sin quererlo siquiera. Sin trampas ni premeditación alguna. Jamás forzaba un posado o un gesto. Sólo estudiaba la luz, la luz de su mirada, la de sus ojos claros, escogía un encuadre y disparaba. Eso era todo. Y ahí tenías tu alma en un retrato, tú mismo lo que hicieras con ella a partir de entonces.
Quien crea que exagero lo invito a echar un vistazo a algunas de sus exposiciones: “Un disparo al autor”, exhibida en el Pati Llimona en el marco de BCNegra 2014; “La vida entera”, logradísimas historias de vida condensadas en retratos de personas mayores de 70 años expuestas en 2016 en el Edificio Histórico de la UB o la reciente pequeña muestra, inaugurada antes de la pandemia en el restaurante El Laurel de Barcelona, con un botón de muestra de sus excelentes reportajes para El Periódico en los años 80. Reportajes sobre la lucha de los saharauis o la de los aceituneros Jaén, por ejemplo.
En las paredes de El Laurel aún cuelgan sus fotografías, pero sus imágenes están ahí, al alcance del ratón. Absolutamente generosa, Ana las compartía desde siempre. Su blog https://anaportnoy.com/ atesora más de medio millar de almas. Sospecho que para asomarse a ese pozo insondable de humanidad hace falta la ternura, la empatía, la generosidad y el amor de su mirada. Pero como además de insondable, el material que nos dejó Ana es ingente, estoy seguro de que vendrán muchas más exposiciones.
Por lo demás, la vida de esta mujer increíble con cuerpo de pajarito a la que siempre querías abrazar muy muy fuerte, pero tenías la sensación de que si lo hacías, podías romperla, no cabe en esta despedida. Ni puedo hacerlo, lo confieso. ¿Cómo narrar la intensidad con la que vivió? ¿Cómo desgranar sus amores, sus idas y vueltas, sus hijos, sus nietas...? ¿Cómo enumerar a todas las personas que quiso, a todas las almas que tocó con su barita mágica y hoy la lloran? ¿Cómo hablar de esa muchacha militante que escapó del horror de la dictadura por los techos de las villas del Gran Buenos Aires, como algún día me contó? ¿Qué decir de su gran amor desaparecido entonces? ¿Y qué de aquella chica de 27 años que llegó a Barcelona en 1977? ¿Cómo describir a aquella muchacha autodidacta que se llevó en premio de un concurso fotográfico sobre el mundo del payaso de Cornellà de Llobregat en el que Joan Brossa oficiaba de jurado? ¿Qué decir de sus oficios terrestres, de sus referentes, de sus lecturas...? Yo no puedo, la verdad. No puedo porque la última de sus lecturas me recomendó con todo sus amor fue Río de las congojas de Libertad Demitrópulos. Y el torrente de ese río ahora se desagua sin remedio, arrasador.
Todo eso sólo lo podría contar ella, con su humildad infinita, con su honestidad sin límites. Y lo hacía con una sencillez demoledora hace muy poco en esta deliciosa entrevista que le dio a Montse Duran: https://lacharcaliteraria.com/550-almas-entrevista-a-ana-portnoy-fotografa/
Allí dice algo que muy simple que a muchos de nosotros nos enseñó en cada gesto, en cada palabra y cada abrazo. Y sí, también, en cada foto. Ojalá que lo hayamos aprendido... “Todo lo que hice en esta vida, todo, lo hice con amor y por convicción. Si había que hacerlo, lo hacía, y no fue fácil”.
Ana nos dejó anoche, 29 de mayo de 2020, a causa de esa enfermedad sin nombre con la que venía luchando los últimos años sin perder nunca la sonrisa, testaruda y empecinada, cariñosa y solidaria, como siempre. Ese ser maravilloso, de otra galaxia, aún no puedo creerlo, nos dejó; pero sé que para los que tuvimos las suerte de haberla conocido siempre estará a nuestro lado.