La biblioteca municipal de Soto del Real (Madrid, a unos 47 kilómetros de la capital) no es la única que logra que los libros vuelen, pero sí es una de las que más reconocimientos reciben por su difusión de la lectura. Entre sus últimas alegrías están el premio de la fundación Biblioteca Social y el galardón de la campaña María Moliner del Ministerio de Cultura, así como una de las distinciones del proyecto internacional Iberbibliotecas.
Para esta pequeña gran biblioteca, de unos 400 metros cuadrados en la segunda planta de la Casa de la Cultura, al pie de la sierra de Guadarrama, hay otras recompensas tan intangibles como valiosas. En especial, el tuit de Ursula von der Leyen, que la puso como ejemplo de que “los europeos nos ayudamos los unos a los otros”. La presidenta de la Comisión Europea, el órgano ejecutivo de la UE, la elogiaba así por sus cuentos por teléfono.
“Los voluntarios de la biblioteca despiertan sonrisas en momentos difíciles”, dijo Von der Leyen. Y lágrimas, debería haber añadido. Como las que provocó un niño de nueve años, Víctor, en la familia de Manuel, un anciano casi nonagenario que desgraciadamente ya ha fallecido y que estaba ingresado en unas de las tres residencias de mayores del municipio...
Juan Sobrino, de 49 años, es el director y factótum de la biblioteca. En plantilla solo están él y una auxiliar a media jornada. Juan procede del mundo editorial, donde ejerció labores de edición y corrección. En el 2006 trabajaba como archivero en Soto del Real, el pueblo donde veraneaba de pequeño en casa de sus abuelos. Aquel año salió a concurso la plaza de bibliotecario y la obtuvo.
“No me atrevo a decir –explica– que la literatura pueda salvar el mundo, pero sí que facilita herramientas para construir un mundo mejor. Nuestra obligación es divulgar esas herramientas”. Y divulgarlas a cuantas más personas, mejor. Por eso, desde que accedió al cargo se preocupó de tener muy presentes a los ancianos, a los niños con discapacidad o problemas de aprendizaje y a los presos.
Los proyectos destinados a esos colectivos “permitieron derrotar el aislamiento impuesto por la covid”, como alaban personalidades e instituciones como Ursula von der Leyen y la fundación Biblioteca Social. Lamentablemente, la pandemia ha paralizado de momento algunas iniciativas, como el club de lectura mixto que se puso en marcha en la prisión de Soto del Real, integrado por internos y voluntarias de la biblioteca.
“Juan nos recordó que los presos eran nuestros vecinos y que no podíamos vivir de espaldas a ellos”, explica una de esas voluntarias, Eulalia Trujillo, que añora y confía en recuperar pronto “la calidez y el respeto” de aquellas sesiones de literatura. La biblioteca tampoco podía ignorar a los mayores en una localidad que llegó a tener un centro de día y cuatro residencias (ahora son tres).
El primer paso fue dotarse de fondos inclusivos, como libros con letras grandes y audiolibros. El siguiente, crear actividades atractivas para personas mayores. ¿Qué actividades? Las mismas que les gustan a los niños. ¿Por qué? Porque nunca estamos más cerca de la infancia que en la vejez. Un cuento de Alejo Carpentier lo explica muy bien, Viaje a la semilla (Txalaparta).
Pero los carnets especiales para las residencias y las tardes de cuentacuentos, de magia, de adivinanzas y de marionetas no eran suficientes. Muchos ancianos con problemas cognitivos, de visión o de movilidad no podían ir a la biblioteca. Pero la biblioteca sí podía ir donde estaban ellos. Voluntarios de todas las edades, incluidos niños, acudieron a las residencias una vez al mes para sesiones de lectura en voz alta.
La pandemia impide ahora esas visitas, pero no que los libros sigan volando. Las ideas no faltan. Los usuarios de la biblioteca han creado un canal de Youtube para recomendaciones literarias. Y cuatro casitas de perro repartidas por parques y plazas del municipio se han convertido en puntos de trueque de libros infantiles, haciendo realidad el sueño de una de las vecinas más ilustres del municipio, Gloria Fuertes (1917-1998).
La poeta, que vivió aquí muchos años con el gran amor de su vida cuando el pueblo todavía se llamaba Chozas de la Sierra, impulsó una iniciativa muy parecida para que nunca les faltaran los libros a los niños y las niñas de su villa de adopción. A la gran Gloria le gustaría saber que su idea sigue en vigor y le encantaría descubrir que los perros, que ella tanto quería, pueden ser unos aliados insustituibles de la letra impresa.
Una de las más exitosas iniciativas de Juan Sobrino, en colaboración con la entidad sin ánimo de lucro Perros y letras, fue introducir a estos animales en la biblioteca y en las residencias. Ejemplares como Pani o Ro hacían de oyentes, mientras escolares con problemas de aprendizaje leían para ellos. Para los niños, acostumbrados a necesitar ayuda y no ayudar a seres aún más desvalidos, fue muy enriquecedor.
Teresa García, editora y alma mater del sello Interfolio, junto a Ángel Sanz, también es una firme defensora de la terapia de lectura con animales. Durante años la practicó con Bety, un ejemplar de labrador que adoptó con seis años y que falleció en noviembre del 2019, con 12. Teresa jamás olvidará el caso de una de las niñas a las que Bety ayudó. “Tenía parálisis cerebral y pánico a los perros. Bety era tan dulce que en media hora pasó a ser su mejor amiga. La niña aún tiene su foto en la habitación”.
Domingo Marchena