El escritor y periodista Sergio Vila-Sanjuán, actual director del suplemento Cultura/s de La Vanguardia, ha publicado dos libros en apenas seis meses: el más reciente, El joven Porcel (Destino) —en catalán, El jove Porcel (Edicions 62)— es una biografía de los años de juventud de un personaje fundamental para entender la cultura catalana de las últimas décadas: Baltasar Porcel; y el anterior, Por qué soy monárquico (Ariel), es una crónica familiar en la que se narra la relación que tanto el abuelo y el padre del autor, así como él mismo, mantuvieron con los distintos reyes —incluido el aspirante don Juan— que ha tenido este país a lo largo del último siglo. El también escritor y periodista Álvaro Colomer mantuvo una charla con Sergio Vila-Sanjuán dentro del ciclo «Diálogos on-line», organizado por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña / Associació Col·legial d’Escriptors de Catalunya (ACEC), de la que reproducimos las partes más interesantes.
Creo que algunos lectores, sobre todo los más jóvenes, no sabrán quién fue Baltasar Porcel…
Tal vez las nuevas generaciones no lo recuerden mucho, pero Porcel jugó un papel fundamental en la cultura catalana reciente. Se le llegó incluso a considerar el Philip Roth de la literatura catalana. Realmente, fue un escritor muy ambicioso, con un enorme dominio de la prosa, que evolucionó del realismo a un costumbrismo cercano al realismo mágico. Además, escribía en La Vanguardia y participaba en las tertulias radiofónicas más relevantes. Por tanto, un literato importante al que el tiempo, como suele ocurrir, ha enviado a ese purgatorio en el que caen los autores al poco de morir.
Fue el editor Emili Rosales quien le sugirió que escribiera una biografía sobre Porcel. Pero, al final, usted se ha ceñido a sus años de juventud. ¿Por qué?
La viuda de Porcel, Maria Àngels Roque, me dio acceso al archivo que guarda en su casa. Y, cuando descubrí la enorme cantidad de material que había en aquel sótano, me sentí desbordado. Yo quería escribir una biografía atmosférica en la que el lector se sintiera inmerso en el mundo de Porcel y, con todos aquellos documentos a mi alcance, hubiera necesitado dos mil páginas, lo cual era una locura. Pero entonces me di cuenta de que los inicios de Porcel eran como una novela de aprendizaje tipo Balzac, Stendhal o Dumas: un joven de provincias llega a la gran ciudad y, en apenas diez años, consigue ganarse el favor de los poderosos, alcanza todos sus objetivos y triunfa de una manera evidente. Así pues, decidí acotar el libro a los años de arranque que van de 1960 a 1973. Es una etapa que, por otra parte, me permitía mostrar el ambiente cultural barcelonés, español y mundial en una década fundamental. No debemos olvidar que Porcel fue corresponsal en los lugares donde estaban ocurriendo las grandes transformaciones de finales del siglo XX: Nueva York, Israel, París…
Debo reconocer que he leído esta biografía como una especie de guía sobre los pasos a seguir por un escritor joven que quiera medrar en el mundo editorial. Y he sacado algunas conclusiones interesantes. La primera es que hay que tener una ambición desmedida. Porcel llegó a Barcelona con 23 años y 300 pesetas en el bolsillo, y una década después era una figura clave de la literatura catalana.
En Porcel se dan las tres características necesarias para llegar lejos: ambición, talento y don de gentes, que es lo más difícil de impostar. El maestro Dale Carnegie nos explicó que se puede aprender a ser simpático, pero Porcel traía ese don de serie. Aun así, hay otro elemento fundamental para entender su ascenso: los maestros. En su primera juventud tuvo dos muy importantes: Llorenç Villalonga, que le enseñó a moverse en los ambientes literarios, y Camilo José Cela, que le enseñó a ser asertivo, o sea, a entrar en los sitios gritando con contundencia eso de «¡Aquí estoy yo!». Y algún tiempo después tuvo a un tercer maestro: Josep Pla, de quien aprendió a dominar el género de la no ficción.
Pero, después de la ambición y la búsqueda de tutores, la tercera característica del triunfador que encontramos en Porcel es la de atreverse a matar al maestro. Porque acabó mal con Villalonga, con Cela y con Pla.
Es cierto que esas amistades terminaron de forma abrupta. Con Villalonga se enfadó porque éste desveló algunos secretos que nadie debía saber. Por su parte, Cela se enojó con él porque escribió un retrato en la revista Destino en el que le acusaba de ser un showman con tendencia a lo comercial. Esto ofendió tanto a Cela que se quejó al director del semanario, Josep Vergés, y cuando Porcel se enteró de esto, le escribió una carta tan agresiva —entre otras cosas, le reprochaba haber sido censor— que al final no se atrevió a enviársela. Lo sé porque encontré esa misiva en los archivos de Porcel, pero no en los de Cela, lo cual me dio a entender que esa carta nunca salió de casa del remitente. Y, en el caso de Pla, Porcel tuvo que despedirlo de Destino cuando empezó a enviarle unos artículos en los que ensalzaba la dictadura portuguesa.
La cuarta característica que debe tener quien aspire a triunfar es la de ser capaz de conseguir que la gente le ayude desinteresadamente. No sólo los maestros a los que se acerca, sino todo el mundo.
Sí, pero no hay que ver a Porcel como alguien que sólo recibía ayuda. Porque fue un hombre justo que devolvió todos y cada uno de los favores que le hicieron. Y con creces. Con la gente con la que se enemistaba —y era una persona a la que le gustaba batallar— era inmisericorde, pero con quienes le tendían la mano era muy agradecido. Por ejemplo, Villalonga es hoy un autor indiscutible en la literatura catalana gracias a Porcel, que consiguió que el matrimonio Sales lo publicara en Club Editor. Y con Pla pasó lo mismo: Porcel lo introdujo en el mundo catalanista al entrevistarlo para la revista Serra d’Or. Aquel texto hizo que Pla empezara a ser bien visto en unos ambientes que hasta entonces lo miraban con desconfianza. Por tanto, Porcel no era un arribista, sino alguien que devolvía los favores.
Pero también tuvo enemigos de envergadura: Sebastià Juan Arbó, Juan Marsé, Terenci Moix… Usted mismo dice en el libro que era un hombre que «seduce e irrita» Y ésta sería la quinta característica del joven ambicioso: buscarse enemigos de altura.
El caso de Juan Marsé es muy representativo de su tendencia al confrontamiento. Los dos se ridiculizaron mutuamente durante toda la vida, pero creo que he encontrado el origen de la pugna que mantuvieron: en una entrevista que concedió a una revista gallega, Porcel reflexionó sobre el fenómeno migratorio en Cataluña y, después de hablar sobre el charneguismo y estos temas típicos de la época, dijo que había una novela, Últimas tardes con Teresa, que presentaba a los burgueses catalanoparlantes como personas que despreciaban al proletariado castellanoparlante, y añadió que eso daba una visión incorrecta de la sociedad catalana. Ése fue el origen del desencuentro que mantuvieron durante toda la vida y que, de alguna forma, muestra el carácter combativo de Porcel.
Y, última característica, irrumpir en el mundillo cultural con un escándalo bajo el brazo. En el caso de Porcel, una relación adúltera.
Esa es la parte más novelesca de su primera etapa vital. A los 22 años, inició una relación con Concha Alós, una escritora once años mayor que empezaba a despuntar en el mundillo literario y que estaba casada con el director del periódico donde Porcel colaboraba: el Baleares. En 1959, el adulterio estaba penado por ley y aquella relación escandalizó a la sociedad mallorquina. Pero quiero aprovechar que acabamos de celebrar el Día de la Mujer para destacar la importancia de Concha Alós en nuestra literatura. Fue una escritora que ganó dos veces el Premio Planeta y, pese a su calidad, hoy ha caído en el olvido. Y no me parece justo.
Me gustaría hablar de Por qué soy monárquico, que me parece el libro más transgresor de cuantos se publicaron en 2020. Porque hay que reconocer que, con la que está cayendo, declarar abiertamente su filiación a la Casa Real es casi una temeridad.
Decidí escribir este libro precisamente cuando Felipe VI anunció que desposeía a su padre de ciertas prerrogativas propias de su cargo. Fue entonces cuando consideré que era el momento de hablar con claridad. Porque, cuando se genera un debate, es necesario que salgan a la luz todos los puntos de vista. No podemos dejar que sólo se oiga a los críticos; los que pensamos que la monarquía representa ciertos valores que no deben desaparecer, tenemos que dar un paso adelante. Si no, ¿para qué estamos en este oficio? Si no nos atrevemos a decir lo que pensamos, mejor que nos dediquemos a otra cosa.
Este libro tiene un subtítulo muy descriptivo: «Una historia familiar». Porque, además de defender la institución monárquica, usted relata los vínculos que los vila-sanjuán han ido teniendo con los distintos reyes a lo largo del último siglo.
Mi abuelo, Pablo Vila San-Juan, fue un periodista y abogado que defendió al primer Alfonso XIII —el reformista que reinó entre 1900 y 1920—, pero que se distanció cuando el rey apoyó el golpe de estado de Primo de Rivera. Mi padre, José Luis Vila-San-Juan fue un juanista clásico, es decir, un partidario aquel don Juan de Borbón que representaba un tipo de monarquía comprometida con la democracia, opositora al régimen y facilitadora de la Transición. Y yo he conocido la parte más esplendorosa de la biografía de Juan Carlos I, que fue la época de la Transición. Actualmente se ha olvidado, pero el emérito participó en la construcción de un país que llegó a asombrar al mundo. Por último, he hecho varias veces de jurado en los premios Princesa de Asturias y Princesa de Girona, cosa que ha permitido que me familiarice con la labor cultural y social que lleva a cabo Felipe VI. Y me gusta el tipo de la monarquía que él representa.
El catedrático de Derecho Gaspar Ariño escribió que las monarquías son una aporía: algo difícil de explicar y que, sin embargo, ahí está.
La monarquía tiene una carga simbólica que afecta a lo racional y a lo sentimental. Es algo presente desde el origen de los tiempos. Había reyes en las leyendas homéricas, había reyes en las canciones de gesta y actualmente sigue habiendo reyes. La monarquía atraviesa la Historia y se mantiene como elemento unificador. No en vano algunos de los países más democráticos del mundo son monarquías: Dinamarca, Suecia, Holanda… Pero defender la institución no significa defender los actos punibles que cometan algunos de sus miembros. La justicia debe actuar cuando sea necesario, por supuesto.
Volviendo a la figura de Baltasar Porcel, quería decirle que me ha parecido curioso que haya escrito una biografía sobre un personaje que, de algún modo, es todo lo contrario a usted. Porcel llamaba la atención por ser un poco escandaloso, mientras que usted es un hombre sosegado que expresa sus opiniones sin ánimo de molestar a nadie. En una entrevista recientemente publicada en la revista Librújula, el escritor y periodista Toni Iturbe le definía como un «contestatario educado»…
Reconozco que siempre he defendido el entendimiento. Mi lema de vida es: «Tengamos la fiesta en paz». Estoy a favor de la simpatía, de la delicadeza y de las discusiones civilizadas. Pero también asumo que, en esta profesión, uno no debe silenciar sus opiniones. De hecho, uno de los problemas que ha tenido Cataluña durante los últimos diez años es que mucha gente se ha guardado su opinión. Y creo que ha llegado el momento de que todos hablemos con calma e iniciemos un diálogo. Si no lo hacemos, no encontraremos puntos de encuentro… y tampoco soluciones.