En el marco de los Diálogos que organiza la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (ACEC) junto a CEDRO, el poeta y escritor David Castillo (presidente de ACEC) conversó con Luis Cabrera sobre su novela La vida regalada (Roca Editorial), donde se vale de un alter ego de ficción, Lorenzo Almendro, para relatar su propia peripecia de pasar de una feliz infancia rural entre olivos y arroyos a la Barcelona de cemento y tensiones sociales del final del franquismo.
En el libro, que él considera que podría calificarse de autoficción, explica cómo actuaban los señoritos en Andalucía, cómo abusaban de las criadas. También las leyendas, la sangre por unos lindes en campos de trigo que hace que se degüellen dos primos, las fiestas populares y religiosas como relaciones de poder social donde se muestran las jerarquías de manera obscena, una mezcla de recuerdos, leyendas y sueños.
Luis Cabrera llegó con sus padres desde un pueblo de Jaén a uno de los barrios obreros de Barcelona con nueve años y enseguida se enroló en el bando de los progresistas, los libertarios y los flamencos. Fundó en 1979 el célebre Taller de Musics, por el que han pasado Maite Martín, Chicuelo, Miguel Poveda, Tete Montoliu, Carme Canela, David Mengual, Rosalía, Silvia Pérez Cruz, Salvador Sobral…
A las preguntas de David Castillo, Cabrera desgranó con voz sonora y aplomo risueño de contador de historias algunos de los ejes fundamentales de su libro, que son también los de su propia juventud en tiempos agitados.
“Mi padre fue jornalero del campo andaluz y luego, en Barcelona, un obrero metalúrgico no cualificado. La novela trata del desgarro cuando te sacan de cuajo de un lugar con 9 años. Tras el desenlace de la guerra civil no hubo el reparto de la tierra para quien la trabaja porque la reforma agraria nunca pudo llevarse a cabo, así que mis padres vieron que en el pueblo no había futuro, que no había más remedio que salir. Para los adultos fue emigración, pero para los niños fue un destierro”.
“El pueblo de la novela, Zimbra, es en la realidad Arbuniel, un lugar idílico rodeado de montañas con nacimientos de agua, juncos, cangrejos de río… Cuando llegamos a la calle del barrio de Verdún de Barcelona, yo lo que vi fueron edificios que me parecían monstruos, calles sin asfaltar, calles llenas de piedras, pisos atestados”.
“A los 16 años conecto con la clandestinidad en el distrito de Nou Barris, un distrito de trabajadores muchos de ellos inmigrantes. Me integro en las asociaciones vecinales y propongo una peña flamenca porque consideraba que con tanta emigración del sur podíamos atraer a personas que no se movilizaban. Con 16 años me voy a Madrid a pedir permiso a Enrique Morente para que la peña lleve su nombre. Esa noche me presenta a Camarón y terminamos en un local muy especial donde ellos cantan de una manera que nunca he olvidado”.
“Vino a la peña gente concienciada que venía del marxismo. En Nou Barris ser del PSUC (rama catalana del Partido Comunista de España) era ser de derechas. Se dan cita en la peña viejos miembros de la CNT, cenetistas a los que no les interesaban las asociaciones de vecinos porque decían que estaban manipuladas por las autoridades. En la peña flamenca percibieron un sitio más libre. Se propusieron montar una escuela social; eran obreros cultos formados en ateneos libertarios y nos inculcaban leer e ir al cine, y eso me impactó”.
“En La vida regalada plasmo esa Barcelona de los 70 y 80, ciudad densa, con conflictos en las fábricas y lucha en los barrios por mejorar las condiciones de vida. Por tener un ambulatorio, el metro, zonas deportivas… eso fue mi palanca”.
“Había una fábrica de cementos muy contaminante y hubo protestas en 1977 para que la tiraran. Dice el mito popular del barrio que miles de personas marcharon hacia allí y la derribaron. En realidad los que lo hicimos fuimos 26. Luego sí, miles de personas se sumaron en una fiesta popular que se organizó unos meses después. Fue una lucha por la ecología y la cultura. En esa fiesta, a la que trajimos músicos, conocía algunos de los que luego serían profesores en el Taller de Musics”.
“Joaquín Gambín, apodado El Grillo, venía algunos sábados a la peña y algunos cenetistas veteranos avisaron que no era de fiar. Pero Captó a los más inocentes. Cuando en enero de 1978 se produjo la manifestación contra los Pactos de la Moncloa, después se produce la desgracia de que jóvenes ligados al movimiento libertario manipulados por ese chivato al servicio del estado comenten error de tirar cócteles contra sala de fiestas Scala de Barcelona. En el juicio tengo entendido que se demuestra que después se tiró Napalm, un producto militar, porque con esos cócteles molotov no habría ardido el edificio entero como lo hizo. Fue un plan urdido para hundir a la CNT y que desapareciera. De hecho, en el derrumbe las cuatro personas que murieron eran compañeros de la CNT. Los condenaron a 17 años de prisión. Fue una herida muy profunda en Nou Barris. La CNT empezó a bajar, fue un palo muy grande”.
“Yo estaba con la distribuidora de libros Epicuro, donde distribuíamos clandestinamente El pequeño libro rojo de la escuela. Se vendieron cerca de 200.000 y nos llevaron a la Audiencia Nacional a declarar, pero como no pudieron demostrar que fuéramos autores o editores, salimos”.
“El Taller de Músics empezó en tres salas muy pequeñas insonorizadas con cajas de huevos, que eran la oficina de la distribuidora Epicuro, en el barrio barcelonés de El Raval. El Taller también tuvo una función social en barrio, azotado por la heroína. No escribo en el libro de todos los jóvenes que murieron, porque fueron tres docenas, algunos salen con nombres cambiados”.
“Yo escribo a borbotones, lo hago con mucha humildad y con todo respeto a los escritores que se dejan la piel aunque los resultados no acompañen por ese analfabetismo cultural de España”.
Foto: Pau Sanclemente