El saber biográfico se nos presenta como una suerte de “yo, confieso” de una experta del “yo, confieso”, por decirlo con volatín. Vamos, es tu libro más personal, confesional claro, sobre todo en la primera parte, respecto a tu labor y pasión por contar vidas distinguidas. ¿Cómo te decidiste a encarar por primera vez tu experiencia como biógrafa?
Yo creo que este libro tiene la explicación del duro confinamiento inicial que sufrimos en la primavera de 2020. Llevaba tiempo pensando en que me gustaría recoger mi visión personal de la biografía, lo que más o menos explico en mis clases de Máster sobre este tema. Siempre apuntes, ideas deslavazadas, lecturas de libros. Y ante la dura soledad que impuso aquel primer confinamiento, sin poder salir de casa, pensé que era el momento de recoger mis impresiones, como antes hice con Pasé la mañana escribiendo, en relación al diario. El primer capítulo, donde me centro en mi proceso de formación, debo decir que salió solo, como una necesidad de defender el potencial de conocimiento de la biografía partiendo de mi propia experiencia como lectora. El mundo de las ideas, de las obras, no nace del vacío, es fruto de un clima intelectual, de unas vivencias personales y de un talento que va forjándose en relación dialéctica con todo ello. Yo reivindico el inmenso papel de los individuos en la Historia.
Me pregunto cómo surgió en ti este interés tan singular por el género, justamente si la biografía nunca gozó de gran popularidad, tampoco en tus tiempos de estudiante universitaria.
Bueno, afortunadamente la percepción de los géneros auto/biográficos ha cambiado mucho en los últimos veinte o treinta años. Ahora somos capaces de apreciar el ejercicio de desnudamiento (en la autobiografía) y la búsqueda de la verdad humana en la escritura biográfica. Como decía Ortega, no se trata en una biografía de decir en que año llegó Goya a Madrid, eso es un dato inane, sino quién era Goya cuándo llegó y qué Madrid encontraba. Sobre cómo surgió el interés por la auto/biografía… Por el interés, casi obsesivo en mi caso, por el factor humano, por su valor heurístico y por una inmensa confusión personal sobre qué podía esperar yo misma de la vida cuando era joven. En los años setenta u ochenta, la muerte del autor era un dogma indiscutible, despreciándose el conocimiento biográfico, pero a mí las lecturas de algunos textos me eran de mucha utilidad, me ofrecían ventanas de experiencia que casi eran inconcebibles. Por ejemplo, la seguridad con que algunas mujeres actuaban en relación a sus vidas: Simone de Beauvoir, Lou Andréas Salomé, Virginia Woolf…
Dando un salto al presente, te preguntaría de inmediato también si, después del par de premios —uno nacional— que has recibido en los últimos años sientes algún tipo de confirmación, validación, espaldarazo o, quizá, llegan tarde o, por lo que sea, tampoco les das una mayor importancia.
No, no han llegado tarde, en absoluto. Soy una persona que he madurado lentamente, de modo que agradezco muchísimo los premios que he ido recibiendo porque no ha sido un camino fácil, me ha costado confiar en mí misma. El Premio Nacional de Historia lo agradecí muy especialmente. Significó un reconocimiento, también para la biografía concebida desde la filología, que no esperaba. Me hizo muy feliz.
Tu primer sujeto biográfico fue Paulino Masip —contexto: tesis de licenciatura en la facultad— y ya en el libro señalas un elemento que me interesa comentar contigo sobre las biografías: el dinero. Entonces, ¿se puede hacer biografías sin patrocinios o patrimonio personal? Pues más adelante comentas que habría que visitar los lugares donde vivió el biografiado o biografiada, y eso viene a significar, realmente, que nunca podrás hacer la biografía de Mishima si no dispones de 10.000 euros para irte tres meses a Japón.
Bueno, hay varios tipos de biografía. La de investigación requiere, en efecto, ir allí donde necesitas hacerlo para recabar información y es muy importante que las instituciones y las editoriales lo tengan en cuenta. Pero hay un tipo de biografía interpretativa que asume la investigación ya consolidada sobre un personaje y desarrolla su propio punto de vista sobre él. Investigar la vida de Kafka o de Virginia Woolf es ya muy difícil, son vidas muy, muy escritas, pero tú puedes tener una nueva interpretación de ellos, de algún aspecto de sus vidas y eso permite ir profundizando en su conocimiento.
Me ha sorprendido ver que Arcadi Espada fue amigo tuyo y te aportó el buen consejo de llevar un “diario de cualquier investigación”. ¿En qué consiste ese diario y en qué medida podría dar paso a una autoficción de biógrafo? (Me pregunto si alguno de estos cuadernos no sería tan interesante o más que el volumen que genera, digo).
Sí, con el tiempo he ido acumulando cuadernos de las diferentes investigaciones. Tengo un montón y no sé si un día haré algo con ellos, pero no creo que adoptara el modelo de la autoficción. No sabría cómo hacerla, yo me considero una académica que intenta hacer su trabajo lo mejor posible. Y le agradezco mucho a Arcadi aquel consejo que me dio, me fue muy útil. También le agradezco la doble página que dedicó en El País a la Unidad de Estudios Biográficos. Gracias a aquel reportaje se supo que existía. Nos vino muy bien.
Entre tus biografiados hay celebridades que me llevan a pensar que no abordas todas las biografías desde el mismo sentimiento e interés: vamos, creo que a Umbral lo abordas con mayor antipatía que a Laforet, y a Laforet con menos deseo de reparación histórica que a Arenal. ¿Dirías que partes siempre desde la admiración, o no? A fin de cuentas, son años los que debes pasar con una figura histórica y no sería lógico elegir aquella que más aversión te genera —o sí.
Es una gran pregunta, Alberto. Y he llegado a la conclusión de que algo muy definitivo en la decantación que haces del personaje cuya vida analizas es la forma en que se va desvelando ante ti. Pero es lo mismo que ocurre en cualquier relación humana. Hay personas que a medida que las conoces te vas dejando llevar cada vez más por la admiración que te despiertan, mientras que otras se deshacen fácilmente en tu estima. Yo partí en los tres casos que citas, recordemos también la biografía de Víctor Català, de una profunda curiosidad por todos ellos, este fue el punto de partida en los tres, cuatro o cinco, si contamos a Masip, pero reconozco que el punto de llegada fue muy distinto en cada caso. Arenal fue un descubrimiento inesperado, y me enamoré de ella, de su pensamiento ético. Digamos que hasta entonces yo había escrito sobre escritores. Pero Arenal me llevó a una dimensión moral, fue una mujer que intentó dar respuesta a todas las necesidades de su tiempo y me pareció que era de justicia reconocer su grandeza.
El pasado 6 de septiembre hubo una avalancha de artículos sobre Laforet. En uno decían que Laforet era “considerada la precursora de la novela policíaca en nuestro país por muchos expertos”. Tú que escribiste 600 páginas sobre ella, ¿sabías esto?
Debían confundirla con Emilia Pardo Bazán que sí tiene algunos cuentos de mucho suspense. Muchas veces los periodistas, ellos y ellas, se ven obligados a trabajar a destajo, no pueden detenerse demasiado en lo que escriben.
Quiero decir, Laforet, hasta donde se me alcanza, hizo novela intimista, existencialista si quieres, pero ¿novela policial? Este artículo contenía —yo creo— no pocos disparates de este tenor. Pregunto: ¿te llamaron de algún sitio para escribir sobre Laforet en su aniversario? También eché de menos tu participación en un documental en La 2 sobre la escritora. Que yo sepa, la tuya es la única biografía —o la última o la más completa— sobre la autora de Nada.
Sin ninguna presunción, pero, en efecto, es la única biografía, no hagiografía, de Laforet, hasta la fecha. Lo que ocurre es que no es una biografía complaciente con la escritora, porque con Israel Rolón buscábamos una explicación veraz a su larga y extraña decadencia literaria. Francisco Rico me decía hace unos días que era una de las mujeres más bellas que había conocido. Sin embargo, en los últimos años estaba irreconocible, como recuerda Marino Gómez Santos en la entrevista que le hice hace años. ¿Qué le había ocurrido? Era una historia que estaba por conocer y que lógicamente no fue del gusto de Agustín Cerezales, quien ha asumido ser el heredero de la memoria de su madre y ejercer como tal. Pero nadie tiene la propiedad de la memoria de alguien. Simplemente, si lo que se dice no es cierto hay modos de defenderse. Y podemos debatir sobre diferentes interpretaciones, así se construye el conocimiento y nos acercamos, solo nos acercamos, a la verdad.
Esto me lleva a preguntarte si se da en tu oficio, en la biografía, ciertos robos, ninguneos, etc., pues, según veo en tu libro, fuiste de los primeros en recordar a Masip y luego, cuando El diario de Hamlet García se puso “de moda” (entre los cuatro que leemos suplementos literarios) realmente no recuerdo que contaran contigo para contextualizar al autor.
Bueno, no voy a entrar en ese tema de una forma personal. Pero sí te voy a decir que es muy frecuente el considerar que la investigación biográfica, una vez pública, es un bien mostrenco. Citamos la procedencia de una teoría, pero nos apropiamos de una información que tenga que ver con datos biográficos, o interpretaciones, aportadas por alguien concreto que se ha esforzado por investigarlas y darlas a conocer. Eso ha pasado con mi biografía de Umbral hasta extremos inauditos, pero, en fin, la vida es larga y yo creo que con el tiempo las cosas van ocupando su lugar.
Tu libro me ha abierto los ojos sobre los vertiginoso que es tomar una vida y proponerse contarla, cuando no es la propia ni la de un conocido. Preguntas: ¿qué ética tiene un biógrafo? Por ejemplo, si uno se empeña, todo el mundo es ruin: basta reunir en el libro todas las maldades que hizo X o que dicen que hizo X, todo lo malo que alguien haya dicho nunca contra él/ella, y obviar sus virtudes: no se miente, pero con eso ya está fabricado un monstruo. Luego: lo de Barthes, ¿si la biografía es casi una ficción, no se cae el género con todo el equipo? Es más: ¿no se le da la razón a la biografía plúmbea y neutra, armada sólo con hechos, dado que “la vida” que acompaña esas heroicidades, cuadros, obras, políticas es poco menos que una interpretación del biógrafo? Y: ¿quién es nadie para decir lo que sentía una persona muerta a la que nunca conoció?
El tema que planteas es el más específico de nuestro tiempo. Las humanidades tienen un problema, pueden acercarse a la ciencia empleando algunos métodos de investigación, pero su herramienta fundamental es la comprensión de un hecho, de un texto, de una obra de arte, de una idea. Porque después de Newton podemos asegurar que los cuerpos caen con una velocidad uniformemente acelerada. Todos los cuerpos, desde un paraguas a una piedra, caen a la misma velocidad. Esto es ciencia, alcanzar la validez universal de un razonamiento, de una fórmula, de una determinada praxis (la medicina, por ejemplo). Pero en las humanidades las cosas funcionan de otra manera. ¿Yo podría asegurar que dado un determinado fracaso X todas las personas reaccionan Y? De ninguna manera. Bajo ningún concepto. Cada uno de nosotros vive para sí y en función de una convergencia de concausas muy compleja y que evoluciona constantemente. ¿Mis reacciones de ahora son las mismas que las de hace treinta años? Tampoco. La vida más estrecha es inmensa, contiene una enorme complejidad. ¿Cómo acercarse a ella? Fundiendo todas las herramientas al alcance —psicología, historia, literatura, antropología…— con un solo objetivo, explicarla del mejor modo posible. ¿Qué esa explicación será subjetiva, fruto de un determinado punto de vista? Indudablemente, pero… ¿es posible otra forma de trabajar desde las humanidades? Nuestro conocimiento de las personas, de los hechos del pasado, es muy imperfecto, pero es que somos muy imperfectos, y contradictorios y avanzamos como podemos. Esta es la verdad. Y ciertamente puede haber puntos de vista mucho menos ecuánimes y más torticeros que otros. Pero eso lo encontramos también en nuestra vida cotidiana, ¿no? Y nos acostumbramos a discernir unos de otros. ¿Por qué deberíamos esperar de un producto humano aquello que la humanidad no es capaz de dar unánimemente?
Entonces, ¿cuál es el papel de la biografía o de la autobiografía? Aportar algo de luz a la opacidad de la vida. Y en este sentido, sostener que la ficción ocupa todo el espacio literario es como decir que no ocupa ninguno. Para mí la creación, exigible a la escritura, no debe identificarse con la ficción. La ficción es un recurso más, y maravilloso. Eso es indiscutible. Pero no es una epistemología.
Como sabes, me ha caído un encargo biográfico para editorial Zut en su colección Vidas Térmicas. Escribo sobre Jan Morris. Cito tu libro, que me ha servido, sobre todo, para saber que no estaba escribiendo una biografía como Dios manda. Para empezar, tendría que haber ido a su casa en Gales, Trefan Morys, mítica para esta autora de viajes. Haber hablado con sus hijos. Con sus amigos. Etc. Sin embargo, la duda moral que he tenido escribiendo sobre Jan Morris es que no había nada que yo contara que pudiera decir que era verdad: todo es algo que cuenta alguien, la propia Morris, la Wikipedia, un artículo en alguna parte, un prólogo aquí o una referencia allá. Como autor mayormente de ficción, escribir ensayo, y más biografía, me ha parecido incómodo, muy desasosegante. Casi te diría que he hecho que Jan Morris sea una figura entorpecida en la medida en la que va a haber un librito sobre ella que puede ser lo único que muchos lectores lean acerca de Jan Morris. ¡Perdona la confesión!
No estoy de acuerdo, Alberto, aunque comprendo muy bien lo que dices. Comprendo tu inseguridad porque has escrito de Jan Morris a partir de otras fuentes, no de las tuyas y por tanto esto te obliga a un esfuerzo en relación a cuáles das credibilidad. Esto pasa siempre, pero en el caso que planteas más, porque dependes de otras aportaciones ya formalizadas. Pero como dije antes esta es una aproximación a un personaje absolutamente válida. Lo que ha hecho la biografía contemporánea es explicitar ante el lector desde dónde, desde qué posición, se escribe. Es un hijo, una discípula, un periodista, una académica… Conoce al personaje, no lo conoce… Recuerdo el libro que Paul Theroux escribió sobre Naipaul. Dejaba bien claro al principio que escribía después de haber roto su amistad con él y empieza el libro explicando por qué. Me pareció muy honesto. Lo feo sería que tú abordaras a Morris omitiendo las fuentes de las que has bebido y aparentando que todo se debe a tu trabajo, a tu investigación. Esto es feo. Pero a mí, como lectora, me va a interesar mucho conocer cómo ve Alberto Olmos a Jan Morris, qué le interesa de ella.
Muchas gracias, Anna. La última: Me gusta mucho de tu libro la idea de que la biografía suele desdeñar la vejez del biografiado. ¿La vejez no es biográfica, no es vida siquiera? Diría uno que no atender a los últimos años de la vida de alguien es considerar que ahí ya no se vive.
Claro, completamente de acuerdo. Entendemos que no se vive en la vejez porque ya no se produce, porque el cuerpo decae y con él nuestras fuerzas, pero esto es solo una manera de verlo. Para mí la vejez es la verdadera medida de la existencia, puesto que, al menos por el momento, no se puede ir más allá. Por tanto es nuestra pared, nuestro finis terrae. Escribe Séneca: “He recorrido entero el curso que me dio la fortuna”. Así es, es como el fruto, la síntesis de todo lo vivido y creo que por eso hay tanta disparidad de actitudes ante la vejez, porque nos dice quiénes somos por quiénes hemos sido, es como la última imagen y deberíamos pensar más en ella y en cómo dejar que a su manera florezca. Javier Gomá tiene un ensayo sobre esto precioso.