“Cada vez me gusta más ser periodista”, me aseguró Jordi Corominas cuando intentaba sacarle por Google Meet una crítica contundente de la profesión que ambos compartimos. Barcelona, su ciudad natal, también es de su agrado, sino no hubiera escrito un libro publicado por la editorial Península en el que hace un repaso por la historia de la ciudad “desde una perspectiva no canónica”. La ciudad violenta. Un paseo por la historia criminal y revolucionaria de Barcelona recoge los crímenes más destacables de la Ciudad Condal que configuraron la memoria colectiva y marcaron, en ocasiones, el devenir político. “He vivido un tiempo en Italia, y este enfoque que aquí nos parece tan novedoso, allí se estudia desde la sociología y ocupa varias estanterías en las librerías”. “La violencia te permite comprender la evolución de la sociedad a través del tiempo y creo que acotando el espacio en la ciudad, los resultados del estudio son más precisos”.
Pero Jordi, al final, realizó una crítica constructiva del oficio que tanto le gusta y del que “deberíamos esforzarnos por dignificar más”. El autor considera que cometemos una serie de fallas relacionadas con nuestra cada vez más falta de curiosidad: “El periodista debe ser como un detective movido por la curiosidad y el afán de descubrir la realidad de los acontecimientos”. Comprende que estamos sometidos a mucha presión y a unos tiempos muy estrictos, pero aun así deberíamos preocuparnos por “usar bien las herramientas de escritura”; al fin y al cabo, los que nos dedicamos a la prensa o publicamos en digitales la empleamos constantemente para comunicarnos con los lectores. Y por último, sin duda el mejor apunte que se puede hacer, “necesitamos más autocritica”. “Cada día somos menos críticos con nosotros mismos y con la profesión y aunque pensemos que no nos afecta, estamos equivocados. La crítica nos sirve para mejorar.”
Cada una de las tres partes del libro ha requerido de un proceso de documentación distinto que a su vez ha marcado el estilo del texto. De este modo, en la primera parte, requerí de un importante listado bibliográfico para contrastar las fuentes encontradas a lo largo de la investigación. La segunda parte fue un trabajo más exhaustivo de hemeroteca. En este punto tuve que engrasar mis capacidades detectivescas, pues los relatos canónicos estaban enmadejados en incorrecciones propias de la pereza investigadora. La tercera parte es la más cercana en el tiempo, lo que me permitió utilizar como materiales las fuentes orales que recabé y mi propia experiencia.
Calificaría Barcelona como la ciudad más violenta de España?
(Risas) No. La composición del libro me ha llevado a la conclusión de que el contexto determina la manera de cometer el crimen. Si viviera en Madrid, escribiría de una forma diferente y mi manera de moverme por la cuidad también sería distinta. De igual modo, los crímenes ocurren según la manera que la ciudad tenga de respirar. Cada ciudad, por lo tanto, alberga una forma de violencia exclusiva. Barcelona tiene puerto, está cerca de la frontera y cuenta con las mismas ambiciones que una ciudad capital, pero a diferencia de Madrid, donde los crímenes me resultan mucho más agresivos y truculentos, Barcelona tiende más, dentro de la crónica negra, a crímenes de guante blanco y discretos, aunque esto último no siempre se consigue. No encontramos crímenes muy salvajes, ni hay una espectacularización de los mismos, tampoco contamos con asesinos en serie, aunque hemos querido construir alguno, sino fíjese en Enriqueta Martí. La motivación de nuestros crímenes han sido fundamentalmente tres: política, amor y dinero. Si tuviera un yo madrileño, me encantaría hacer un libro de la misma temática sobre la capital, y por qué no, también de Bilbao y Valencia.
Vista desde fuera, la Ciudad Condal parece insegura, o al menos así lo hacen ver los medios de comunicación. ¿Usted que ha vivido en otras ciudades, además de otros países, diría que Barcelona es una ciudad segura?
Es insegura hasta cierto punto. Por lo general, desarrollo mi vida lejos del centro. Casi todas las mañanas salgo con mi cámara para documentar los rincones de la ciudad; en el Raval o en la Barceloneta me cuesta ir con la cámara, no porque mi integridad física esté en peligro, sino por la propia integridad de la cámara. Cuando aconteció el Procés, comprendí que todas las ciudades albergan una pequeña violencia que causa muertes en contadas ocasiones. Es casualidad que en el verano de 2019 murieran 12 personas de manera violenta en tan solo tres meses. También es cierto que el foco mediático, mayoritariamente conservador, está puesto en el poder político que gobierna la ciudad, un poder que no es de su agrado y que ve en estos acontecimientos violentos un blanco fácil para atacarlo.
Narra el crimen de Viladoms -este hombre que se embistió a sí mismo como prior y apareció muerto bajo los pies de una estatua de la virgen en Vallcarca-, y protesta por el desinterés que tanto la Administración como los periodistas muestran por la periferia, ¿esto sigue siendo así?
Sí. Ahora, en la periferia, encontramos un tipo de violencia que, por desgracia, recibe muy poca atención mediática y se caracteriza por un proceso de gentrificación que empuja a los vecinos a abandonar su hogar y su barrio. Me considero progresista y me decepciona mucho que un ayuntamiento de izquierdas permita que se pierda la identidad de los barrios, bien sea porque ha pactado con empresas inmobiliarias la construcción de hoteles y bloques de pisos o porque, en un acto loable, tengan la iniciativa de crear zonas verdes que, sin embargo, encarecen el precio del suelo.
En su libro, realiza un ilustrador viaje por la historia del anarquismo barcelonés, ¿por qué cree que el obrero catalán tendió más hacia la acracia?
Acaba de formular la pregunta del millón. Para empezar, Giuseppe Fanelli vino a Barcelona en 1868 con el fin de predicar el ideario anarquista. Josep Pla también se hizo una pregunta idéntica. Él lo achacó al carácter individualista del catalán. A diferencia del comunismo, el proyecto anarquista, dentro de la colectividad que pretende perpetuar, permite ciertos espacios de libertad personal. Pero no podemos olvidar que también se conformaron una serie de estructuras socio-políticas que retroalimentaron al mismo movimiento y lo conectaron con otros. Los masones y el anarquismo disponen de un ideario parecido en tanto en cuanto los dos son progresistas, federalistas y anticlericales.
La duda que me despierta es si el movimiento anarquista ayudó más al obrero de lo que le pudo perjudicar.
Barcelona tuvo el mayor sindicalismo obrero gracias al anarquismo. El problema es que hasta 1910, que se funda la CNT, no se organizaron. Luego vinieron los éxitos, como la Huelga de la Canadiense, cuando la patronal, una vez derrotada, termina por usar la violencia. Pero el colectivo anarquista cometió un gran error en el 36, al no sentirse capaz de tomar el poder en solitario. Fue un fracaso estrepitoso que no tuvo solución ni siquiera tras la muerte del dictador, puesto que el terrorismo les anuló por completo. Sin embargo, el anarquismo configuró la mayor estructura sindical y sobra decir que la más valiente, aunque hoy en día son criminalizados, incluso por parte de izquierda, que ha silenciado y demonizado esta parte de la historia por ignorancia. Hay una especie de amnesia colectiva.
¿Cuáles fueron aquellos elementos que hicieron a la Barcelona previa a los años de la guerra y la dictadura tan violenta?
Básicamente todo tiene relación con la política. La ciudad crece muy rápido; en 1897 se tiran las murallas y las 250.000 personas de los pueblos colindantes de pronto se convierten en barceloneses dentro de los circuitos sociales y económicos que la burguesía pergeña gracias a la llegada de capital retornado de las últimas colonias transatlánticas. Grandes masas de capital y mucha mano de obra explotada se unen en la Ciudad Condal. Por supuesto, los obreros no permanecieron quietos ante los abusos de la patronal, pero, como ya he referido, no se organizaron bien. De ahí que emplearan las bombas como forma de reivindicación, de ahí que en la Semana Trágica el anticlericalismo condujera a la quema de iglesias, aunque el movimiento fuera una respuesta a la movilización de soldados al Rif. Sin embargo, años después, en la Huelga de la Canadiense, se aprecia la consolidación de sus propuestas en un ideario maduro. En fin, Barcelona fue una ciudad sin clase media sumida en la lucha de clases, de un bando extremadamente adinerado y de otro salvajemente pobre, y en un país donde la izquierda tuvo poca acogida.
El caso de Jack el destripador en Reino Unido despertó la conciencia social y dio comienzo a la prensa amarillista, ¿cuál diría usted qué es el semejante barcelonés?
Respecto al despertar de la prensa amarillista, me decantaría bien por el caso de Joan Rui o bien por el caso de Enriqueta Martí. Este último despertó tanta curiosidad que atrajo a periodistas de la capital, algo que antes no había ocurrido. La noticia ocupó las primeras páginas de los principales diarios durante un mes, e incluso un año después seguía teniendo resonancia en la prensa nacional. Además, el tratamiento de los acontecimientos se hace con un lenguaje muy científico, sin embargo, se pierde el interés cuando los forenses descartan que Enriqueta Martí fuera un monstruo criminal.
Precisamente en uno de sus libros Enriqueta Martí. Barcelona 1912 desmiente los cargos de asesinato de niños y proxenetismo, excepto el de secuestro, de los que se acusó a esta mujer, conocida popularmente como la vampira del Raval o la vampira de Barcelona. ¿Este caso activó la conciencia social de las clases más desfavorecidas?
El caso de Enriqueta Martí desde luego que no, y yo diría que en realidad ninguno lo consiguió. Tampoco nos puede sorprender, la mayoría de las cabeceras eran ultraburguesas y cuando trataban un tema de estas características lo hacían con afán ejemplarizador. Tengamos en cuenta que Enriqueta Martí pertenecía a un estrato social inferior al proletariado. Ni siquiera la prensa obrera prestaba atención a estos temas. A colación, me viene a la mente el caso de Ricardito, a quien, cuando tuvo lugar el juicio, la prensa demonizó por su condición sexual.
Me resulta interesante que los casos protagonizados por mujeres sean más difusos y estén más imbuidos por la superchería y el hacer artístico.
Incurren varios factores: para empezar las mujeres asesinan con menos frecuencia que los hombres, por lo tanto un crimen cometido por una mujer nos impacta más que si lo hubiera cometido un hombre. Para continuar, la tradición ha creado una serie de estereotipos femeninos que, aunque la mujer sea la víctima o el verdugo, inmediatamente se asocian a la protagonista del crimen, porque la sociedad los reconoce con más nitidez y de inmediato. Por ejemplo, a Carmen Broto se la toma por prostituta y a Enriqueta Martí por una bruja. Si ya nos vamos a los crímenes de los existencialistas en los años 60, la mujer cómplice se convierte en un símbolo de la juventud descarriada que se demoniza dentro de una sociedad machista.
Hablando de mujeres estigmatizadas, parece que Barcelona es una ciudad insegura para las prostitutas.
A principios del siglo pasado, Barcelona era la tercera ciudad, después de Marsella y Shanghái, con más prostitutas del mundo. En total, había 12 000 prostitutas en una población de 560 000 personas. La prostitución se desarrolla a altas horas de la noche y en la calle, trabajos en estas condiciones son naturalmente inseguros, y eso que el lugar más emblemático de la cuidad en cuestiones de prostitución es la Rambla, por lo que la violencia ejercida sobre ellas no pasa tan desapercibida. El colectivo en esencia se encuentra desprotegido jurídicamente en la mayoría de los casos. Son un blanco fácil, no solo en Barcelona, sino en cualquier lugar.
¿Durante el franquismo Barcelona fue tan segura como se ha querido vender?
Para nada. He consultado las hemerotecas y, aunque es cierto que antes se afirmaba que no había crímenes, las noticias los recogen. Lo que sí es cierto es que la motivación cambia: los años 40 fueron de brutal represión contra los rivales políticos; la violencia política, hegemónica hasta el momento, deja paso a la violencia criminal. También sería interesante ir a la periferia que, como ya hemos dicho, siempre estuvo desatendida y seguro que encontramos crímenes espeluznantes que se silenciaron.
¿Hay algún crimen que le haya obsesionado?
Tal vez el de Carmen Broto, no por la dificultad del caso, lo resolví con facilidad, sino porque la escena del crimen es un lugar que conozco bastante bien, paseo mucho por esa zona. Se podría decir que lo llevo conmigo sin obsesionarme. Quizá el caso que más vueltas he dado es el protagonizado por José Ignacio Orduña por diversos motivos. Uno de ellos es que acontece en un momento de importante cambio, los años 70, gracias a un crecimiento económico y a una implicación mayor de la prensa en mostrar a la sociedad que hay personas con problemas psicológicos. Aparte, Orduña dirigió su violencia contra ancianas, algo muy desagradable. Además, fue descubierto en 1979, el año de mi nacimiento, esto también tiene que ver. De todos modos, cuando te dedicas a la crónica negra, en tu interior normalizas la violencia y el crimen y logras que no te afecte, aunque siempre hay un pequeño resquemor.
¿Aprecia usted algún cambio significativo entre la violencia que se ejercía a principios del siglo pasado y la que se ejerce ahora?
Claro, de hecho, el libro comienza con una violencia política donde la vida del individuo no vale nada, y termina con el Procés que nos obliga a hablar de una violencia cierta, pero abstracta. Antes, la violencia siempre iba acompañada de la muletilla de sangre y destrucción, la violencia moderna/actual es blanca, sin muertos y parece metafísica pese a que afecta a la superficie.
Foto: Joan Cortadellas