Qué raro es todo. Raro pero muy intenso. El lector ya sospechaba algo, por cosas que le suceden en su vida, pero, tras leer Maneras de irse (Acantilado), el nuevo libro de cuentos de Sònia Hernández (Terrassa, 1976), se sentirá todavía más como un pulpo en un garaje, existencialmente hablando. Hernández, asimismo poeta, periodista o comisaria artística, es autora de novelas como Los Pissimboni (2015), El hombre que se creía Vicente Rojo (2017) o El lugar de la espera (2019). Si fuera canadiense, sería lo más cool decir que la leemos.
Se diría que en los trece cuentos es la misma narradora. Ha escrito varios libros, tiene su edad, está insegura de si lo hace bien, viaja a los mismos lugares que lo ha hecho usted...
La ficción es una manera de reflexionar sobre lo que te está pasando, hay muchos préstamos biográficos y también mucha reflexión sobre lo que escribo.
Algunos cuentos son filosóficos, con preguntas fundamentales.
La escritura y la lectura son formas de indagación, una manera de poner orden. Me gusta la literatura que piensa, te ayuda más que los ensayos. Pero no me quedo en la literatura terapéutica, en el mero desahogo, sino que ese es el punto de partida para erigir el artificio narrativo.
Hay cuentos muy intensos, en otros no sucede gran cosa. Lisboa es melancólico, México es vital.
Enfrento el mito de Lisboa, lo que significaba para mí, ligado a la melancolía de Pessoa, a la saudade, y se queda la atmósfera pegada, junto a la frivolidad y una visita a una astróloga. A México viajé sola, como una especie de reto.
¿Existió la chica del avión?
Sí. Ese cuento es casi una crónica. Un viaje es la manera más obvia de irse. La mujer es mi contrapunto, me cuenta su vida, me realiza unas confesiones enormes, a una desconocida, y me hace plantearme cosas muy serias.
En otro, vemos a alguien obsesionado por hacerse la cama, e ir tomando posesión del espacio.
Para no perdernos en tanta especulación, nos centramos a menudo en los rituales domésticos. Aquel espacio que yo construía se llenaba de bichos, los famosos pececillos de plata, y de otras cosas. por mucho que quieras poner orden, la realidad siempre se acaba distorsionando. Ese personaje apenas sale de casa.
Parece del confinamiento.
Es anterior. Me han pasado muchas cosas malas durante el confinamiento: murió mi padre, por ejemplo, y eso aparece, transformado, en otro cuento. Sale Genesis porque es la música que sonaba cuando me lo dijeron.
He soñado que volaba nos deja en suspensión.
Esa es la gran lucha para mí: vivir volando, en el mundo de la especulación y las posibilidades, o vivir con los pies en el suelo y poner orden y hacerte la cama.
Esa patología de la respiración ¿existe?
No lo sé, pero a mí me pasó una vez: no estaba respirando y, claro, me encontraba mal. Lo más raro es la realidad. Me cuesta reconocer la realidad. Cada cuento es una manera de irse. Nuestro funcionamiento como cuerpo vivo es bastante absurdo, muchas cosas las hacemos inconscientemente pero dependemos absolutamente de ellas. ¿Cómo sería la angustia de ser consciente de lo que hacemos inconscientemente?
Hay un personaje con bruxismo.
También me lo diagnosticaron. El cuerpo es muy misterioso: esa mandíbula que se mueve sola y castañetea por la noche...
Say, say, say es muy duro, sobre los abusos infantiles, con música de Michael Jackson y Paul McCartney...
Ante una historia, necesito entenderla, asimilarla, y debo escribirla para ello. Un verano, me lo contó una amiga, esas cosas tan duras, de un modo ambiguo. Esta pobre niña no necesitaba nada más explícito. La plasticidad del recuerdo hace que los recuerdos no sean exactos, como han mostrado Oliver Sacks o Siri Hustvedt. Cuando le sucede a alguien cercano, ya no te parece algo tan literario.
El personaje ciego somos un poco todos ¿no? A todos nos ocurren cosas que no sabemos de dónde vienen.
Me parece un resumen del libro. Es esa extrañeza. Me pregunto por lo que nos motiva a levantarnos e ir a trabajar. ¿Vemos lo que realmente es o lo que nos explican? Mi ciego sueña que ve. ¿Quién establece las convenciones? ¿A quién estamos obedeciendo? En el fondo estamos ciegos y no sabemos ni que lo estamos, como nos explican los cuánticos. Soy carne de cañón de las sectas, cualquier teoría me despierta curiosidad, me llaman la atención las explicaciones que van más allá de la idea de progreso. Mis personajes se preguntan por qué hay cosas que no les gustan, por qué les cuesta entender algunas situaciones, normas, rituales o convenciones. Esa incapacidad para comprender tiene mucho que ver con la dificultad para definir la propia identidad.
La pérdida de la inocencia es otro tema.
El poder que decidimos dar a los demás es clave. Decimos que hay que destruir el ego pero a mí eso me da miedo. No hay que sobredimensionarlo, de acuerdo, pero no podemos dar el poder a los demás porque, si no, llega un momento en que te diluyes.